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Santo Padre
Benedicto XVI

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Discurso

Viaje Apostólico a Australia con motivo de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud 2008 - Sídney

Encuentro con jóvenes \\de la comunidad de rehabilitación \\de la Universidad de Notre Dame Australia

18 de julio de 2008


Temas: vida-muerte (riqueza, amor posesivo y poder).

Web oficial: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/july/documents/hf_ben-xvi_spe_20080718_darlinghurst_sp.html

Publicado: BOA 2008, 358.


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Queridos jóvenes:

Me alegro de estar hoy aquí con vosotros en Darlinghurst, y saludo con afecto a los que participan en el programa Alive (‘Vivo’), así como al personal que lo dirige. Ruego para que todos podáis disfrutar de la asistencia que ofrece la Archidiócesis de Sídney a través de la Agencia de Servicios Sociales, y para que la buena labor que aquí se hace perdure en el tiempo.

El nombre del programa que seguís nos lleva a hacernos la siguiente pregunta: ¿qué quiere decir realmente estar “vivo”, vivir la vida en plenitud? Esto es lo que todos queremos, especialmente cuando somos jóvenes, y es lo que Cristo quiere para nosotros. En efecto, Él dijo: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). El instinto más básico en todo ser vivo es el de conservar la vida, crecer, desarrollarse y transmitir el don de la vida a otros. Por eso, es natural que nos preguntemos cuál es la mejor manera de realizar esto.

Para las personas del Antiguo Testamento, esa cuestión era tan acuciante como lo es para nosotros hoy. Sin duda ellos escuchaban con atención a Moisés cuando les decía: «Te pongo delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida» (Dt 30,19-20). Estaba claro lo que debían hacer: debían rechazar a los otros dioses para adorar al Dios verdadero, que se había revelado a Moisés, y obedecer sus mandamientos. Se podría pensar que en la actualidad es poco probable que la gente empiece a adorar a otros dioses. Sin embargo, a veces la gente adora a “otros dioses” sin darse cuenta. Los falsos “dioses”, cualquiera que sea el nombre, la imagen o la forma que se les dé, están casi siempre asociados al culto de tres cosas: los bienes materiales, el amor posesivo y el poder. Permitidme que me explique.

Los bienes materiales, en sí mismos, son buenos. No podríamos sobrevivir mucho tiempo sin dinero, ropa o vivienda. Necesitamos alimentarnos para mantenernos vivos. Pero, si somos codiciosos, si nos negamos a compartir lo que tenemos con los hambrientos y los pobres, convertimos nuestros bienes en un falso dios. ¡Cuántas voces nos dicen en nuestra sociedad materialista que la felicidad se consigue comprando tantos bienes y objetos de lujo como podamos! Sin embargo, esto supone hacer de los bienes un falso dios. En vez de dar vida, traen la muerte.

El auténtico amor es evidentemente algo bueno. Sin él, difícilmente valdría la pena vivir. Satisface nuestras necesidades más profundas y, cuando amamos, somos más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos. Pero, ¡qué fácil es hacer de él un falso dios! A menudo, uno piensa que está amando cuando en realidad está siendo posesivo o manipulador. A veces uno trata a los otros como objetos para satisfacer sus propias necesidades, más que como personas dignas de amor y aprecio. ¡Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad, promueven una visión permisiva de la sexualidad, sin tener en cuenta la modestia, el respeto de uno mismo o los valores morales que dignifican las relaciones humanas! Esto es dar culto a una falso dios. En vez de dar vida, trae la muerte.

El poder que Dios nos ha dado de moldear el mundo que nos rodea es ciertamente algo bueno. Usado de forma apropiada y responsable, nos permite transformar la vida de la gente. Toda comunidad necesita buenos líderes. Sin embargo, ¡qué tentador resulta aferrarse al poder por sí mismo, buscando dominar al resto o explotar el medio ambiente con fines egoístas! Esto supone hacer del poder un falso dios. En vez de dar vida, trae la muerte.

El culto a los bienes materiales, el culto al amor posesivo y el culto al poder llevan a menudo a la gente a “hacer de Dios”: intentar asumir el control total, sin prestar atención a la sabiduría y los mandamientos que Dios nos ha dado a conocer. Este es el camino que lleva a la muerte. Por el contrario, adorar al único Dios verdadero significa reconocer en Él la fuente de toda bondad, confiarnos a Él, abrirnos al poder sanador de su gracia y obedecer sus mandamientos: ese es el camino para elegir la vida.

Un ejemplo gráfico de lo que significa abandonar el camino de la muerte por el camino de la vida se encuentra en un relato del Evangelio que seguramente todos conocéis bien: la parábola del hijo pródigo. Al comienzo de la narración, aquel joven dejó la casa de su padre buscando los placeres ilusorios prometidos por los falsos “dioses”. Derrochó su herencia llevando una vida llena de vicios, terminando en una completa pobreza y miseria. Cuando tocó fondo, hambriento y abandonado, comprendió que había sido una locura dejar a su padre, que tanto lo amaba. Regresó con humildad y pidió perdón. Su padre, lleno de alegría, lo abrazó y exclamó: «Este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado» (Lc 15,24).

Muchos de vosotros habréis experimentado personalmente lo que vivió aquel joven. Tal vez habéis tomado decisiones de las que ahora os arrepentís, que os han llevado por un camino que, aunque entonces parecía atractivo, ha terminado en una miseria y abandono más profundos. Abusar de las drogas o del alcohol, participar en actividades criminales o nocivas para vosotros mismos, podrían parecer entonces una vía de escape a una situación de dificultad o confusión. Ahora sabéis que en vez de dar la vida, han traído la muerte. Quiero reconocer el valor que habéis demostrado decidiendo volver al camino de la vida, precisamente como el joven de la parábola. Habéis aceptado la ayuda de los amigos o familiares, del personal del programa Alive: de gente que se preocupa profundamente por vuestro bienestar y felicidad.

Queridos amigos, os veo como embajadores de esperanza para otros que se encuentran en situaciones similares. Al hablar desde vuestra experiencia podéis convencerlos de la necesidad de elegir el camino de la vida y rechazar el de la muerte. En todos los Evangelios vemos que Jesús amaba de modo especial a los que habían tomado decisiones erróneas, ya que una vez reconocida su equivocación, eran los que mejor se abrían a su mensaje de salvación. De hecho, Jesús fue criticado a menudo por los miembros de la sociedad que se tenían por justos, por pasar demasiado tiempo con gente de esa clase. Preguntaban, «¿cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?». Él les respondió: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos... No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,11-13). Los que querían reconstruir sus vidas estaban más dispuestos a escuchar a Jesús y hacerse sus discípulos. Vosotros podéis seguir sus pasos; también vosotros podéis acercaros especialmente a Jesús porque habéis elegido volver a Él. Podéis estar seguros de que, al igual que el padre en el relato del hijo pródigo, Jesús os recibe con los brazos abiertos. Os ofrece su amor incondicional, y es precisamente en la amistad profunda con Él donde se encuentra la plenitud de la vida.

He dicho antes que cuando amamos satisfacemos nuestras necesidades más profundas y llegamos a ser más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos. Hemos sido creados y programados por el Creador para amar. Lógicamente, no hablo de relaciones pasajeras y superficiales; hablo de amor verdadero, del núcleo de la enseñanza moral de Jesús: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser», y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (cf. Mc 13,30-31). Éste es el programa, por así decirlo, grabado en el interior de cada persona, siempre que tengamos la sabiduría y la generosidad de vivir según él, y que estemos dispuestos a renunciar a nuestras preferencias para ponernos al servicio de los demás, y a dar la vida por el bien de los demás, y sobre todo por Jesús, que nos amó y dio su vida por nosotros. Esto es lo que los hombres están llamados a hacer, y lo que quiere decir estar realmente “vivo”.

Queridos jóvenes amigos, el mensaje que os dirijo hoy es el mismo que Moisés pronunció hace tantos años: «elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios». Dejad que su Espíritu os guíe por el camino de la vida, para que cumpláis sus mandamientos, sigáis sus enseñanzas, abandonéis las decisiones erróneas que sólo llevan a la muerte, y os comprometáis en una amistad con Jesús de por vida. Que con la fuerza del Espíritu Santo elijáis la vida y el amor, y deis testimonio ante el mundo de la alegría que eso conlleva. Esa es mi oración por cada uno de vosotros en esta Jornada Mundial de la Juventud . Que Dios os bendiga.