Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta semanal

Herencia apostólica

21 de septiembre de 2008


Publicado: BOA 2008, 398.


En muy pocos días comenzará en Roma un nuevo Sínodo de Obispos de todo el mundo . Van a tratar un tema crucial: la Sagrada Escritura. También nosotros, en nuestra Iglesia de Valladolid, queremos desentrañar ese tesoro que el Señor ha dado a su Iglesia. Por fidelidad a su origen, en efecto, la Iglesia fue recopilando desde muy temprano las palabras del Señor, como indica la introducción a san Lucas (Lc 1,1-4); igualmente se transmitieron las cartas de san Pablo de una comunidad a otra para ser leídas (cf. Col 4,16). La Segunda Carta de san Pedro conoce ya una colección de «todas las cartas» del hermano Pablo (2P 3,16). Y cuando se fijó, la lista definitiva de los libros bíblicos fue un acta de recepción donde la Iglesia dejaba constancia del origen apostólico de la Escritura. Ese fue el criterio.

La Biblia nos narra algo que nos ha sucedido, que ha acontecido para nosotros en el pasado, pero que llega hasta nosotros. No son ideas, mitos en sentido moderno, maneras de hablar: en la Biblia, por la Tradición de la Iglesia, Dios nos ha hablado en su Hijo, que es Logos, Verbo, algo inteligible a la vez que inabarcable y cuya actualidad no ha pasado. Por esta razón, la Iglesia consideró siempre la Escritura tan sagrada como el cuerpo del Señor. La Escritura, dice el último Concilio, viene a ser el espejo donde la Iglesia ha de mirarse permanentemente; en ella debe inspirarse, pues, la evangelización, la predicación, la oración y la práctica de los cristianos. Hay, por ello, que conocerla. La Iglesia, en consecuencia, concede un papel central a la lectura y meditación de la Sagrada Escritura en la vida de todo sacerdote, religioso o fiel laico.

Ya digo que no se trata de ideas privadas o raras, sino de la Palabra de Dios, y, en opinión de san Jerónimo, no conocer la Escritura es desconocer a Cristo. Sin duda: la Palabra de Dios es una palabra llena de vida, a la vez creadora y vivificante. En este sentido, el cristianismo no es una religión del libro, ya que la fidelidad a la palabra de Dios atestiguada en la Escritura no tiene nada que ver con un fundamentalismo estrecho. Y puesto que los Apóstoles no dejaron sólo unos escritos, por muy importantes, valiosos y sagrados que sean para nosotros, su palabra cobró figura en la fe viviente y en la práctica de la fe, especialmente en la Liturgia de la Iglesia, edificada sobre su predicación y testimonio de vida.

Eso quiere decir que en la Liturgia y mediante la Liturgia sigue viviendo y actuando Jesucristo por medio del Espíritu Santo; en ella y por ella oímos hoy su palabra, oímos, en realidad, al que es el Verbo/Palabra del Padre: Jesucristo.

Como el Apóstol san Pablo, me dirijo a todos vosotros, hermanos de esta Iglesia de Valladolid: «A la vista está que sois una carta de Cristo redactada por nosotros y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, es decir, en el corazón» (2Co 3,2 s.). ¿Se puede decir algo más bello de lo que somos los creyentes en Cristo? ¿Se puede temer cualquier dificultad que nos suceda teniendo a Cristo vivo alentando nuestra vida y nuestra lucha?