Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Tiempo propicio

28 de septiembre de 2008


Publicado: BOA 2008, 399.


Es tiempo propicio para iniciar con ánimo un nuevo curso pastoral, la tarea paciente de la iniciación en la fe, la catequesis, la reflexión en los grupos cristianos, la actividad más cercana a los más pobres, la atención a los enfermos... Es también tiempo propicio para un retorno a Dios, como ha subrayado Benedicto XVI en su reciente viaje apostólico a Francia; tiempo de saber esperanzado que la presencia del Señor da vigor, alegría y sentido; y ofrecer nuestra fe a los demás, de modo sencillo, pero lleno de vida y ternura.

¿Qué equipamiento necesitamos para esta tarea, que es de todo el Pueblo de Dios? Parece que sería una locura privarnos de la fe y privar de ella a nuestra sociedad. Sí, muchos quizá la rechacen, pero no todos, ni mucho menos. Los hombres y mujeres tienen necesidad del encuentro personal con el Señor que nos abra las puertas a una existencia iluminada por la gracia y el amor de Dios. En este sentido, la presencia entre nosotros de testimonios veraces de auténtica vida cristiana nos es vital; y, junto a la santidad de los sacerdotes y del obispo, esa presencia es una exigencia de perenne actualidad tanto al interior de nuestra Iglesia como en el mundo que nos rodea.

Ahora bien, el mensaje cristiano, para poder llegar a todos, necesita de la colaboración indispensable de los fieles laicos. Su vocación específica, como sabéis, consiste en impregnar de espíritu cristiano el orden temporal y transformarlo según el designio de Dios y desde una vida unificada, y no roto en partes nuestro sujeto cristiano. Es verdad, también, que los pastores tenemos el deber de ofrecer a los laicos todos los medios formativos necesarios para que, viviendo coherentemente su fe, sean verdadera luz del mundo y sal de la tierra.

Yo no dudo de que un aspecto significativo de la misión propia de los seglares es el servicio a la sociedad a través del ejercicio de la política, del servicio ciudadano a la vida de la polis. Tenemos, sin embargo, mucho miedo a este ejercicio. No todos son buenos ejemplos en los políticos —llamémosles— “profesionales”, pero la vida “política” es muy amplia. Pertenece, así, al patrimonio doctrinal de la Iglesia que el deber inmediato de actuar a favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos, como muestran tantos textos importantes del Concilio.

Cualquiera que sea buen cristiano quiere que se progrese en la dimensión de la caridad social, para que la comunidad humana progrese en la justicia, en la honradez, en la defensa de los valores auténticos, como la salvaguarda de la vida humana, del matrimonio y la familia, contribuyendo así al verdadero bien humano y espiritual de toda la sociedad.