Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Misioneros

19 de octubre de 2008


Publicado: BOA 2008, 403.


Es lógico: en el Año Paulino, el mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las Misiones se centra en san Pablo como misionero y desde él nos exhorta a serlo nosotros, los que hemos conocido a Cristo. Es un bello mensaje en el que Benedicto XVI va encajando las palabras del Apóstol sobre el anuncio del Evangelio, la importancia de Cristo para los hombres, la situación del mundo sin Él, en la necesidad de la misión a los no cristianos también en 2008. Hay claves que se asemejan a lo largo de la historia. «Marcha —se le dice a san Pablo en Hch 22,21—, porque te enviaré lejos, a los gentiles». Sin ir, sin acercarse a los que no conocen a Cristo, ¿cómo anunciar y dar la buena noticia? El Papa dice con rotundidad que la humanidad tiene necesidad de ser liberada y redimida, y alimenta la esperanza de entrar en la libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19-22).

¿Servirá la fe en Jesucristo, el que cumple las promesas del Antiguo Testamento, para esa liberación, para que haya un mundo mejor, un mundo diferente, donde todos seamos “hijos de Dios”? Me temo que a muchos cristianos no les importa gran cosa el asunto. Nos puede el día a día. Nos acucian los problemas económicos, la recesión, la perspectiva nada halagüeña del paro. Es cierto. Nos preocupa también la violencia que marca las relaciones entre los pueblos, la pobreza que oprime, las discriminaciones, la mentira de la vida pública o política, los desequilibrios aplastantes. Pero esto es natural; lo que no me parece justo es que haya en nosotros una duda que nos come por dentro: ¿vale la fe en Cristo para responder al problema de qué será de la humanidad y de esta tierra? ¿Teniendo a Cristo hay esperanza para el futuro? Sí, hermanos, para esto sirve Cristo y su Evangelio, viene a decir el Papa; hay en él una comunicación de vida que «cambia la vida, abre de par en par la puerta oscura del tiempo e ilumina el futuro de la humanidad» (cf. Spe salvi, 2) . Mejor que tantas promesas no cumplidas.

San Pablo es consciente de que la humanidad privada de Cristo está «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2,12). Los hombres estaban sin esperanza porque estaban sin Dios. Nosotros, creo, no somos tan radicales. Tal vez lo que nos pasa es que no somos tan creyentes o valoramos menos quién es Cristo; o creemos que la fe cristiana es algo superfluo, sin la que se puede vivir, como si tenemos que renunciar a un capricho porque no nos lo podemos permitir. Pueda ser también que hayamos “apañado” la fe y el mensaje de Cristo, para que no dé guerra ni nos inquiete demasiado. Dice el Papa: «Contemplando la experiencia de san Pablo, comprendemos que la actividad misionera es respuesta al amor con el que Dios nos ama. Su amor nos redime y nos empuja a la missio ad gentes».

Solamente cuando los cristianos bebamos de la fuente primera y original, que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios, conseguiremos la atención, la ternura, la compasión, la acogida, la disponibilidad, el interés por los problemas de la gente que los misioneros tienen para esparcir por el mundo el perfume de la caridad de Cristo. Esto se ha de hacer en todas partes, también en la parroquia, casa, trabajo, amigos, barrio. Pero más en aquellos lugares donde, o no se ha anunciado, o no hay posibilidad de hacerlo por tantas causas. Por ello el Papa nos dice que estamos todos implicados, pues a todos nos atañe el «¡Ay de mí si no predico el Evangelio!». A los obispos nos dice que somos obispos de toda la Iglesia y hay que nivelar; a los sacerdotes, que sean generosos pastores, implicados en la misión universal; a los religiosos, que su vocación tiene un marcado espíritu misionero —son los más numerosos en los países de misión—. Y habla también a los seglares cristianos, pues también vosotros debéis difundir el Evangelio; de otro modo, ¿cómo mostraréis que «los cristianos pertenecen a una sociedad nueva, hacia la cual están en camino y que es anticipada en su peregrinación» (Spe salvi, 4)?