Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Homilía

Santa Teresa de Jesús 2008

15 de octubre de 2008


Publicado: BOA 2008, 410.


Mis queridos hermanos: el Carmelo de la Concepción del Carmen, éste de la Rondilla, nos invita, como en años anteriores, a celebrar con ellas a santa Teresa, la santa Madre, que fundó aquí uno de esos lugares que fueron llenando Castilla de carmelitas descalzas, y aun toda España, después de su muerte. Desde aquí estamos también en comunión con los Carmelos de Medina, del que ahora vive en el paseo de Filipinos, el de Tordesillas y el de Villagarcía de Campos.

La Santa nos exhorta a todos con palabras como éstas:

«Con tan buen amigo presente —nuestro Señor Jesucristo—, con tan buen capitán, que se puso el primero en el padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero (...). Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino...» (Libro de la Vida, 22, 6 ss.).

Estamos empeñados en que los hijos de la Iglesia de Valladolid conozcan la Escritura, vivan en diálogo con el Dios que nos habla en Cristo. ¿Cómo hacerlo, si no tenemos conocimientos y parece muy difícil la Biblia, que es para sabios? ¿Nos ayudará santa Teresa también en esto, ella que es Doctora de la Iglesia? ¿Cómo era su conocimiento de la Sagrada Escritura y, sobre todo, cómo vivía la Palabra de Dios a lo largo del día, pues en Cristo nos habla a cada uno? ¿Cómo oraba ella a partir del texto sagrado?

Quiero disipar, hermanos, una idea no correcta: creer que lo que Dios ha revelado y nos ha llegado por los dos caños, que son la Tradición y la Escritura, no es para nosotros, los cristianos de a pie, y es cosa únicamente para clérigos, religiosos y gente de esa que hace estudios muy complicados. No. Cuando celebramos la santa Misa, por ejemplo, estamos sentados a la mesa del Señor que nos alimenta no sólo con su cuerpo y su sangre, sino también con su Palabra; cuando rezamos los misterios del Rosario o con los Salmos; cuando vemos una imagen bonita de la Virgen, de Cristo, de los santos como tenemos aquí, nos habla Dios y rezamos con estas ayudas. Cristo, Palabra del Padre, está en medio de nosotros. Nada más fácil que ponernos en contacto con Dios Padre, Jesús su Hijo, el Espíritu Santo, a partir de un texto bíblico. Y si nos cuesta atender a Dios, pidamos la intercesión grande de la Virgen, y la de los santos.

Santa Teresa no tiene mucha cultura bíblica, pero ella es grande por su inteligencia de las Escrituras, por su experiencia de la Palabra de Dios, por su vivencia de la misma. No se trata, en realidad, tanto de aprender de memoria unos textos, cuanto de conectar con una Palabra viva, con el “libro vivo” que habla. Y Cristo habla. Tened siempre una Biblia a mano, leedla, perdedla el miedo, siempre con este pensamiento: Dios me ama y quiso a hablar con los hombres, conmigo ahora. Lo que Él quiso decir en estos 73 libros de la Escritura sigue funcionando, sirve para ponerme en contacto con la Palabra viva que es Cristo, a quien nos da la Iglesia por el Espíritu Santo. La Biblia no es un libro privado; es nuestra vida, nuestra riqueza, la que nos regala cada día la Iglesia.

Las posibilidades que ella tenía de leer la Biblia en castellano, sobre todo los Evangelios, eran pocas, porque en la crisis de la Reforma protestante la Iglesia se asusta un poco y prohíbe incluso las pocas traducciones bíblicas que había entonces en lengua romance (castellano). Dice, por ello, la Santa: «Cuando se quitaron muchos libros en romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daban recreación leerlos, y yo no podía ya, por dejar (los escritos) en latín, me dijo el Señor: “No tengas pena, pero yo te daré libro vivo”» (Libro de la Vida 26, 6).

Hubiera sido mejor, sin duda, que santa Teresa, gran aficionada a la lectura desde niña, hubiera podido leer los libros bíblicos en romance (castellano); le hubiera sido de gran recreación. La situación religiosa de su época, y aun otras causas, se lo impidió; pero tuvo la Santa aquí y allí acceso a citas bíblicas en muchos escritos de la época, como la misma Regla de san Alberto de Jerusalén, repleta de ellas. Había igualmente mucha literatura religiosa que rezumaba contenidos bíblicos, relatos de los Evangelios o de otros escritos del Nuevo Testamento.

Aquí nos interesa más la asimilación de estas lecturas por la Santa. Impresionante, porque muestra ella que el suelo cristiano donde nace y crece estaba alimentado de un trasfondo bíblico. El P. Román Llamas tiene, por cierto, un precioso libro titulado “Biblia en santa Teresa”, publicado en 2007. Si pueden, léanlo. La única obra que santa Teresa comenta es el Cantar de los Cantares en un texto que ella llama «mis meditaciones». Son las “Meditaciones sobre los Cantares” de las ediciones.

Sorprende un poco esta actividad exegética de la Santa, pero parece que ella no tenía miedo a la Inquisición, que era ciertamente exagerada con este tema. Pero a santa Teresa le encanta y no duda en escribir los misterios que el Señor le descubre en sus palabras. Lo que escribe no es fruto de estudios o de lo que hoy se llama exégesis. «Bien sabe su Majestad que, aunque algunas veces he oído exposición de algunas palabras de éstas y me lo han dicho, son muy pocas de las que me acuerdo, porque tengo muy mala memoria; y así no podré decir sino lo que el Señor me enseñare y quiere a mi propósito» (Meditaciones sobre los Cantares, 1, 9).

Es una delicia ver cómo la Santa penetra en el sentido real de este libro del Antiguo Testamento. Ella no comenta todo el Cantar, sino algunas palabras. «La cima la marca —dice el P. Román Llamas— el comentario a “Sostenedme con flores y acompañadme con manzanas, porque desfallezco de mal de amores”, que expone en el cap. 7, de las obras de apostolado en servicio de los demás, que nacen del matrimonio espiritual».

¿Qué nos diría santa Teresa de las lecturas que hemos proclamado? Precioso sería haber escuchado su comentario sobre esa sabiduría que el autor sagrado pide al Señor y le es concedida. La vida de la Santa es una continua e inteligente elección de Cristo y su sabiduría, dejando de lado otras cosas que no son Dios, ni sabiduría buena. En esa misma onda está el Salmo responsorial, que canta justamente a los que anhelan las moradas del Señor. ¿Y qué hermoso comentario no haría santa Teresa al texto de Rm 8? Ella ha conocido a Cristo; se ha dejado llevar de su Espíritu, ha trastocado la escala de valores al uso, siguiendo, en cambio, a Cristo y no al mundo. Convencida vemos a la Santa de que ni muerte ni vida, ni ángeles, ni presente ni futuro, nada puede separarla del amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, Señor nuestro.

El precioso texto de Jn 7, sobre todo los vv. 37-39, que es utilizado en la vigilia de Pentecostés y en celebraciones de confirmación, agradaría sobremanera a santa Teresa. Ver a Cristo gritando en la fiesta de los Tabernáculos —en la que durante siete días se descendía hasta la fuente de Siloé para sacar el agua que llevaban los sacerdotes solemnemente en un cántaro de oro para verterla en el ángulo del altar, acompañada toda la ceremonia de una música religiosa—; ver gritando, repito, a Jesús en el día más importante de la fiesta: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí; como dice la Escritura, de su seno brotarán torrentes de agua viva», sin duda produciría en nuestra Santa alguno de sus arrobamientos. Es ciertamente impresionante que creer en Cristo sea como un agua que brota en nosotros y salta hasta la vida eterna.

¡Y luego dirán algunos que el cristianismo es aburrido y que no llega al alma de los jóvenes! Que alguien como Cristo te diga esas cosas es como para temblar, pero de emoción. Queridos hermanos, válganos hoy la Santa para vivir con más intensidad la Revelación de Dios, y ese poder hablar con Él en la oración sirviéndonos de su Palabra, que la Iglesia ha escrito en la Biblia. Ese Dios que, al decir de san Juan de la Cruz, ya quedó mudo porque en Cristo nos ha dicho ya todo. ¿Lo hemos escuchado ya todo nosotros? Ciertamente no, pero siempre podemos proseguir ese diálogo por la gracia de Dios. Que así sea.