Sede Apostólica
Santo Padre
Benedicto XVI

Imprimir A4  A4x2  A5  

Mensaje

XCV Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2009

San Pablo migrante, Apóstol de los pueblos

18 de enero de 2009


Temas: san Pablo y migración.

Web oficial: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/migration/documents/hf_ben-xvi_mes_20080824_world-migrants-day_sp.html

Publicado: BOA 2008, 442.


\documentclass[a4paper, 12pt]{article} \usepackage{larva} \usepackage{charter} \usepackage{titlesec} \usepackage{amssymb} % Para \blacksquare \titleformat{\section}{\centering \Large \color{blue} \bf}{}{0mm}{} %\setlength{\parindent}{0mm} \setlength{\parskip}{2mm} %\hyperbaseurl{http://www.archivalladolid.org/} % agenda.php?DI= . date ('Y-m-d') . \&Evento=} % \includegraphics[width=0.15\textwidth]{../arzobispado.jpg} \begin{document}

Queridos hermanos y hermanas:

Este año el Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado tiene por tema “San Pablo migrante, ‘Apóstol de los pueblos’”, y toma como punto de partida la feliz coincidencia del Año Jubilar que he convocado en honor del Apóstol con ocasión del bimilenario de su nacimiento. En efecto, la predicación y la labor de mediación entre las diversas culturas y el Evangelio que realizó san Pablo, “emigrante por vocación”, constituyen un punto de referencia significativo también para quienes se encuentran implicados en los movimientos migratorios contemporáneos.

Saulo, nacido en una familia de judíos que habían emigrado de Tarso de Cilicia, fue educado en la lengua y en la cultura judía y helenística, valorando el contexto cultural romano. Después de encontrarse con Cristo en el camino de Damasco (cf. Ga 1,13-16), sin renegar de sus «tradiciones» y albergando estima y gratitud hacia el judaísmo y hacia la Ley (cf. Rm 9,1-5; 10,1; 2Co 11,22; Ga 1,13-14; Flp 3,3-6), sin vacilaciones ni replanteamientos, se dedicó a la nueva misión con valentía y entusiasmo, dócil al mandato del Señor: «Yo te enviaré lejos, a los gentiles» (Hch 22,21). Su existencia cambió radicalmente (cf. Flp 3,7-11): para él Jesús se convirtió en la razón de ser y el motivo inspirador de su compromiso apostólico al servicio del Evangelio. De perseguidor de los cristianos se transformó en apóstol de Cristo.

Guiado por el Espíritu Santo, se prodigó sin reservas para que se anunciara a todos, sin distinción de nacionalidad ni de cultura, el Evangelio, que es «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego» (Rm 1,16). En sus viajes apostólicos, a pesar de continuas oposiciones, proclamaba primero el Evangelio en las sinagogas, dirigiéndose ante todo a sus compatriotas en la diáspora (cf. Hch 18,4-6). Si estos lo rechazaban, se volvía a los paganos, convirtiéndose en un auténtico “misionero de los emigrantes”, siendo él mismo emigrante y embajador itinerante de Jesucristo, para invitar a cada persona a ser, en el Hijo de Dios, «nueva criatura» (2Co 5,17).

La proclamación del kerigma lo impulsó a atravesar los mares del Oriente Próximo y recorrer los caminos de Europa, hasta llegar a Roma. Partió de Antioquía, donde se anunció el Evangelio a pueblos que no pertenecían al judaísmo y donde a los discípulos de Jesús por primera vez se les llamó «cristianos» (cf. Hch 11,20.26). Su vida y su predicación estuvieron completamente orientadas a hacer que Jesús fuera conocido y amado por todos, porque en Él todos los pueblos están llamados a convertirse en un solo pueblo.

También en la actualidad, en la era de la globalización, es ésta la misión de la Iglesia y de todos los bautizados, una misión que con atenta solicitud pastoral se dirige también al variado universo de los emigrantes —estudiantes fuera de su país, inmigrantes, refugiados, prófugos, desplazados—, incluyendo los que son víctimas de las esclavitudes modernas, como por ejemplo la trata de seres humanos. También hoy es preciso proponer el mensaje de la salvación con la misma actitud que el Apóstol de los gentiles, teniendo en cuenta las diversas situaciones sociales y culturales, y las dificultades particulares de cada uno como consecuencia de su condición de migrante e itinerante. Formulo el deseo de que cada comunidad cristiana tenga el mismo fervor apostólico que san Pablo, el cual, con tal de anunciar a todos el amor salvífico del Padre (cf. Rm 8,15-16; Ga 4,6) a fin de «ganar para Cristo al mayor número posible» (1Co 9,19) se hizo «débil con los débiles..., todo a todos, para salvar a toda costa a algunos» (1Co 9,22). Que su ejemplo nos sirva de estímulo también a nosotros para que seamos solidarios con estos hermanos y hermanas nuestros, y promovamos, en todas las partes del mundo y con todos los medios posibles, la convivencia pacífica entre las diversas etnias, culturas y religiones.

Pero, ¿cuál fue el secreto del Apóstol de los gentiles? El celo misionero y la pasión de luchador que lo caracterizaron surgían del hecho de que él, «conquistado por Cristo» (Flp 3,12), permaneció tan íntimamente unido a Él que se sintió partícipe de su misma vida, a través de «la comunión en sus padecimientos» (Flp 3,10; cf. también Rm 8,17; 2Co 4,8-12; Col 1,24). Aquí está la fuente del celo apostólico de san Pablo, el cual narra: «Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelarme a mí a su Hijo, para que lo anunciara entre los gentiles» (Ga 1,15-16; cf. también Rm 15,15-16). Se sintió “crucificado con Cristo” hasta el punto de poder afirmar: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Y ninguna dificultad le impidió proseguir su valiente acción evangelizadora en ciudades cosmopolitas como Roma y Corinto, que en aquel tiempo estaban pobladas por un mosaico de etnias y culturas.

Al leer los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de san Pablo a diversos destinatarios, se aprecia un modelo de Iglesia no excluyente, sino abierta a todos, formada por creyentes sin distinción de cultura y de raza, pues todo bautizado es miembro vivo del único Cuerpo de Cristo. Desde esta perspectiva, cobra un relieve singular la solidaridad fraterna, que se traduce en gestos diarios de comunión, de participación y de preocupación gozosa por los demás. Sin embargo, como enseña también san Pablo, no es posible realizar esta dimensión de acogida fraterna recíproca sin estar dispuestos a la escucha y a la acogida de la Palabra predicada y practicada (cf. 1Ts 1,6), Palabra que impulsa a todos a la imitación de Cristo (cf. Ef 5,1-2) imitando al Apóstol (cf. 1Co 11,1). Por tanto, cuanto más unida a Cristo está la comunidad, tanto más solícita se muestra con el prójimo, evitando juzgarlo, despreciarlo o escandalizarlo, y abriéndose a la acogida recíproca (cf. Rm 14,1-3; 15,7). Los creyentes, configurados con Cristo, se sienten en Él «hermanos» del mismo Padre (cf. Rm 8,14-16; Ga 3,26; 4,6). Este tesoro de fraternidad les hace «practicar la hospitalidad» (Rm 12,13), que es hija primogénita del agapé (cf. 1Tm 3,2; 5, 10; Tt 1,8; Flm 17).

Así se realiza la promesa del Señor: «Yo os acogeré y seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas» (2Co 6,17-18). Si somos conscientes de esto, ¿cómo no hacernos cargo de las personas que se encuentran en condiciones difíciles, especialmente refugiados y desplazados? ¿Cómo no salir al encuentro de las necesidades de quienes, de hecho, son más débiles e indefensos, marcados por la precariedad y la inseguridad, marginados, a menudo excluidos de la sociedad? Es preciso prestarles una atención prioritaria, pues, parafraseando un conocido texto paulino, «Dios eligió lo necio del mundo para confundir a los sabios, (...), lo plebeyo y despreciable del mundo, y lo que no es, para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios» (1Co 1,27-29).

Queridos hermanos y hermanas, la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado que se celebrará el 18-1-2009 ha de ser para todos un estímulo para vivir en plenitud el amor fraterno sin distinciones de ningún tipo y sin discriminaciones, con la convicción de que nuestro prójimo es cualquiera que tenga necesidad de nosotros y a quien podamos ayudar (cf. Deus caritas est, 15) . Que la enseñanza y el ejemplo de san Pablo, humilde y gran Apóstol y emigrante, evangelizador de pueblos y culturas, nos ayude a comprender que el ejercicio de la caridad constituye el culmen y la síntesis de toda la vida cristiana. Como bien sabemos, el mandamiento del amor se alimenta cuando los discípulos de Cristo participan unidos en la mesa de la Eucaristía, que es el Sacramento de la fraternidad y del amor por excelencia. Y, del mismo modo que Jesús en el Cenáculo unió el mandamiento nuevo del amor fraterno al don de la Eucaristía, así sus «amigos», siguiendo las huellas de Cristo, que se hizo «siervo» de la humanidad, y sostenidos por su gracia, no pueden menos que dedicarse al servicio mutuo, ayudándose unos a otros según lo que recomienda el mismo san Pablo: «Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo» (Ga 6,2). Sólo de este modo crece el amor entre los creyentes y el amor a todos (cf. 1Ts 3,12).

Queridos hermanos y hermanas, no nos cansemos de proclamar y testimoniar esta “Buena Nueva” con entusiasmo, sin miedo y sin escatimar esfuerzos. En el amor está condensado todo el mensaje evangélico, y los auténticos discípulos de Cristo se reconocen por su amor mutuo y por acoger a todos. Que nos obtenga este don el Apóstol san Pablo y especialmente María, Madre de la acogida y del amor. A la vez que invoco la protección divina sobre todos los que están comprometidos en ayudar a los emigrantes y, más en general, en el amplio mundo de la emigración, aseguro un recuerdo constante en la oración para cada uno e imparto con afecto a todos la bendición apostólica.

Castelgandolfo, 24 de agosto de 2008.