Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Celebrar lo que somos

16 de noviembre de 2008


Publicado: BOA 2008, 495.


Día de la Iglesia Diocesana. ¿De qué estamos hablando? Sencillamente de que somos católicos en el lugar en que se vive la fe y la vida que nos ha dado Jesucristo: Valladolid. Esta es nuestra Iglesia, en comunión con los demás obispos y con el obispo de Roma, Pastor universal que nos preside a todos en la caridad. No se es cristiano sin más; ser cristiano es escuchar la Palabra de Dios y seguir a Jesucristo, es celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos, es vivir el mandamiento del amor, amar a Dios y a los hermanos; se es cristiano dando testimonio de Jesús en obras y palabras en medio de la sociedad. Pero todo esto no es posible sin la Iglesia diocesana, en la que acontece la Iglesia de Jesucristo, una, santa, católica y apostólica.

Esta Iglesia diocesana está en medio del mundo y en un ambiente social concreto; es lógico, pues, que el ámbito en que se vive como católico nos importe: tenemos una historia en que apoyarnos, una riqueza cultural de costumbres buenas que esta Iglesia ha generado, unas personas concretas a quienes imitar en su seguimiento ejemplar de Cristo, una riqueza espiritual que viene de toda la acción que el Espíritu Santo ha realizado entre nosotros a lo largo del tiempo. ¿Por qué no ha de ser todo esto para nosotros motivo de satisfacción y de acción de gracias a Dios?

Pero estamos en una época en la que se necesita autenticidad, descubrimiento de lo profundo y esencial. Es decir, necesitamos cuidar nuestra Iglesia diocesana, nuestras comunidades cristianas que viven en ella. Tiene que llegar a ellas el Pan de la Palabra y la Eucaristía, y necesitamos sacerdotes y catequistas bien formados. Queremos vivir y practicar el amor fraterno, y necesitamos generosos ministros de la caridad y la justicia. Hemos sido llamados en el Bautismo a formar un solo Pueblo, el Pueblo de Dios, el que naciera en la Pascua y de la acción redentora de Cristo.

Tenemos un reto: ser lo que tenemos que ser, vivir nuestra identidad cristiana. Necesitamos de la Iglesia para ser fieles y leales a Jesucristo, a su modo de vivir; necesitamos retornar “al centro”, que nada tiene que ver con posiciones políticas equidistantes de la derecha o la izquierda. Ese “centro” es el don mediante el cual el Dios Trino se da a sí mismo a través de Cristo en la creación y en la redención, un don que se da hoy en la comunión de la Iglesia, un don que reconoce a Jesucristo como “el corazón del mundo”. He leído algo al respecto que me llama la atención: La Iglesia tiene que ser una vida de comunidad, en cierto sentido, una vida de familia, como la vida de un cuerpo. Necesita recuperar densidad social. No como un gueto, sino como vida real de familia, abierta siempre a la vida y a la sociedad. Familia, madre, casa, nación, cuerpo, pueblo son realidades sociales esenciales para la vida de la Tradición cristiana.

Toda comunidad parroquial, así, debe ser participación de la triple misión de la Iglesia: testimonio del amor de Dios, que se traduce en relaciones fraternas para el bien común y el cuidado de los más pequeños y necesitados; cauce y motivo para aceptar al Verbo de Dios, que nos descubre cada día al Padre y la novedad del Espíritu Santo, que nos motiva a crecer en la fe; ámbito que celebra la fe en la Liturgia, donde el encuentro con Cristo es garantizado por la acción sacramental de la Iglesia.

¡Ah! Sólo de este modo comprendemos que también hemos de contribuir económicamente al sostenimiento de nuestra Iglesia. No basta ni con marcar la cruz en el impreso de la declaración de la renta, ni con dejar un dinero en la colecta de la misa. Tenemos que organizarnos mejor: una buena forma es la cuota parroquial, que no es dinero para el sacerdote, sino para los que forman la parroquia. Así superaremos cierto amor platónico a la Iglesia, a la que no sentiríamos como Madre que nos da el don de Dios.