Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

La espera del retorno del Señor

30 de noviembre de 2008


Publicado: BOA 2008, 498.


Ya estamos en Adviento. ¿Sabemos qué significa? ¿Será preparar la Navidad al estilo que ya conocemos, con sus fiestas, sus engaños, su nostalgia y la confusión en que con frecuencia envolvemos la conmemoración del nacimiento de Cristo? No exactamente. Como siempre, la resurrección de Jesús abre unas nuevas perspectivas: justamente la espera del retorno del Señor, que vino, pues nació en Belén, pero que vendrá, porque ha resucitado. Interesa, por ello, reflexionar sobre la relación entre tiempo presente, tiempo de la Iglesia y del Reino de Cristo, y el futuro que nos espera, cuando Cristo entregue el Reino al Padre (cf. 1Co 15,24). Todo discurso cristiano sobre “las cosas últimas”, llamado escatología, parte siempre del acontecimiento de la resurrección, pues con él las cosas últimas ya han comenzado y, en cierto sentido, están ya presentes.

San Pablo habla de la segunda venida de Jesús ya en su primera carta (1Ts 4,13-18). La describe con acentos muy vivos y con imágenes simbólicas, pero que transmiten, no obstante, un mensaje simple y profundo: al final estaremos siempre con el Señor; nuestro futuro es “estar con el Señor”; en cuanto creyentes, estamos ya con el Señor en nuestra vida; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado. Entonces, ¿ya está todo hecho? No, porque nos puede pasar lo que a aquellos tesalonicenses, que «estaban muy ocupados en no hacer nada» (cf. 2Ts 2,1-3). En otras palabras, la espera de la segunda venida de Jesús no nos dispensa de los compromisos con este mundo; al contrario, crea en nosotros responsabilidad ante el Juez divino sobre nuestro quehacer en este mundo: hay que trabajar en y por este mundo. El mismo tema trata san Pablo en Flp 1,21-26. El Apóstol no tiene miedo a la muerte, quiere estar siempre con Cristo. Pero, como su Señor, quiere vivir para los demás. Está disponible y es libre ante la amenaza de la muerte y de los sufrimientos de la vida.

¿Cuáles son, pues, las actitudes fundamentales del cristiano de cara a “las cosas últimas”: la muerte, el fin del mundo? La primera de ellas es la certeza de que Cristo ha resucitado, está con el Padre, y justamente así está con nosotros para siempre. Nadie es más fuerte que Cristo. Estamos seguros, liberados del miedo. He aquí un efecto esencial de la predicación cristiana.

En segundo lugar la certeza de que Cristo está conmigo. Y como en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado, esto da también certeza de esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que nadie se orienta. No es así. Sin Cristo, también hoy, el futuro para el mundo es oscuro, y aparece el miedo. El cristiano sabe que la luz de Cristo es más fuerte. Por último, la tercera actitud. El Juez que vuelve —no se olvide que es Juez y Salvador a la vez— nos ha confiado la tarea de vivir en este mundo según su modo de vivir. Nos ha entregado sus talentos. Por eso nuestra actitud es: responsabilidad con respecto al mundo, a los hermanos, ante Cristo y, al mismo tiempo, también certeza de su misericordia. Ambas cosas son importantes. No vivimos como si el bien y el mal fueran iguales, porque Dios sólo puede ser misericordioso. Eso sería un engaño. En realidad, vivimos en una gran responsabilidad.

En mi intervención estoy utilizando ideas y palabras de Benedicto XVI en su audiencia general del pasado 12-11-2008. Pero me han parecido una forma hermosa y precisa de hablar del Adviento y de la Navidad que en cuatro semanas celebraremos. Esperamos al que nació en Belén, Jesús, no como si Él no hubiera nacido; esperando su segunda venida y su juicio tras nuestra muerte, no lo hacemos sin saber cómo apareció la bondad de Dios y su amor a la humanidad en su Hijo Jesucristo. Esa es la Navidad, unida para siempre a la gran fiesta de la Pascua, el misterio de la pasión, muerte, sepultura, resurrección y ascensión de Jesús a los cielos.