Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Reflexión

11 de enero de 2009


Publicado: BOA 2009, 5.


Soy cristiano, pertenezco a la Iglesia católica; en ella soy arzobispo de Valladolid. Una persona, por tanto, con responsabilidad de gobierno en la comunidad cristiana, no en otros ámbitos. ¿Podrá tener un obispo capacidad para una reflexión serena ante los problemas de nuestra sociedad plural, la que apenas trasciende la realidad de la novedad de cada día? Tal vez muchos pensarán: en esa reflexión un obispo “arrimará el ascua a su sardina”, con juicios partidistas y de otros tiempos. Sin embargo, siento que ese juicio es profundamente injusto. No quiero decir que sea un sujeto perfecto, que no pueda equivocarme en mis apreciaciones cuando salgo del campo de las enseñanzas como obispo de la Iglesia católica, o en el ámbito más propio de un obispo que es proponer la fe o las costumbres que entrañan un juicio moral nacido de la Tradición y del Magisterio eclesial. Quiero decir que ser católico y obispo no me impide reflexionar sobre lo que pasa en nuestro mundo.

Por otra parte, la fe es razonable y no puedo prescindir de esa facultad humana cuando emito juicios, y hago análisis de la situación del mundo en que vivimos. Así, pienso que en España estamos viviendo una verdadera revolución cultural, aunque tal revolución no es tan nueva, pues se remonta a la Ilustración y se ha ido aderezando con otros muchos ingredientes a lo largo de casi dos siglos, que algunos llaman con diferentes nombres: “liberalismo”, “modernidad” o “razón secular”, esto es, un modo de entender la razón. Me parece que esto es real en España, y sus partidarios se encuentran más a gusto con las religiones no católicas y con tendencias contrarias a la realidad histórica de España y aun de Europa.

Pienso que los últimos gobiernos no han inventado nada. Simplemente han aceptado con más o menos, o sin reservas, esas tendencias que venían desarrollándose en el subsuelo de la sociedad española, y su acción ha normalizado y consolidado lo que hasta hace poco parecía inaceptable. Es, sin duda, una manera de ver las cosas; son opciones. Lo que a mí me preocupa es saber cómo incide esta visión del mundo en la fe y en la conducta de los católicos. Ante todo porque esta visión de las cosas se presenta como alternativa y como sinónimo de progreso.

La alternativa va apareciendo, cada vez con más claridad, como base de una sociedad que tiene una concepción de la vida y de la misma sociedad que prescinde de Dios, que comprende la realidad como si Él no existiera. Pero esta postura tiene unas consecuencias concretas: la moral católica se presenta siempre de manera negativa, como una ley opresora e intransigente de la jerarquía eclesial, que “los cristianos de a pie” deben no aceptar. Sin embargo, lo que se rechaza, en realidad, es la existencia de una norma moral objetiva y vinculante, percibida como contraria a la libertad y a la dignidad del hombre, incompatible con la democracia y con el progreso. En cambio, lo deseable es una sociedad alegremente transgresora, sin normas y consideraciones morales, que lleva al consumismo y a la desesperanza. Todo lo cual, ¿es lo mejor para nosotros?

Lo que me parece criticable de todo esto es que, en la argumentación, se utilicen medias verdades, sofismas y señuelos que, al menos, resisten poco un análisis serio. Nunca dicen sus partidarios cuáles son las consecuencias de determinadas opciones morales para esta sociedad cuando se plasman en leyes: las esclavitudes que llevan consigo, la poca consistencia de muchas de sus teorías y prácticas, y cómo los dueños del dinero y del poder político nos pueden llevar a un duro sometimiento, que está lejos de la libertad que proclaman. Hay que decirlo todo. En cualquier caso, es bueno seguir reflexionando.