Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Dios es lo más importante

1 de febrero de 2009


Publicado: BOA 2009, 10.


Los problemas más cruciales son casi siempre aquellos que los hombres y mujeres no consideran particularmente importantes. Tomemos, por ejemplo, la pregunta acerca de Dios. La mayoría de los humanos, al menos en el nivel más superficial de su conciencia, defendería una de las opiniones que siguen: unos dirían que esta pregunta sobre Dios no es importante en modo alguno, que otros temas apremian más en el momento presente, sometida la humanidad a tantas angustias; otros añadirían que, incluso en el caso y en la medida en que la pregunta sea importante, habría que plantearla de otra forma: «¿Por qué y en qué medida Dios es importante para los hombres.

Es decir, considero que es equivocada esa extraña manera de olvidarse de Dios en sí mismo; también que la problemática más importante sea considerar a Dios desde nuestra perspectiva, sólo desde nosotros. No estoy diciendo que no hablemos de Dios o que no reconozca que son muchos los libros que existen sobre el tema “Dios”, incluso teniendo a agnósticos y aun ateos como autores. Lo que opino es que hay pocos hombres y mujeres que piensen que, en último término, no es Dios el que existe para ellos, sino que son ellos los que existen para Dios. Yo quisiera que viéramos que Dios es lo más importante y que nosotros estamos aquí para amarlo, olvidándonos de nosotros mismos; y que estamos aquí para invocarlo, para ser suyos, para saltar desde el ámbito de nuestro ser al abismo de la incomprensibilidad comprensible de Dios.

Un hablar o decir de Dios sólo desde nosotros resulta insuficiente. Y esto es así, simplemente porque Dios no es ningún tipo de objeto particular junto a otros, en este mundo; no es ni siquiera la piedra de cierre o el ángulo más alto de un edificio del mundo. Él es siempre mayor, el Incondicionado al que nosotros nos hallamos vinculados, mientras sabemos que Él no se encuentra vinculado a nosotros de esa misma forma. Eso sí, Dios ha querido vincularse a nosotros por su Hijo Jesucristo, el Verbo hecho carne, el que nos muestra al Padre desde su Encarnación.

Dios es, pues, aquel a quien debemos rogar, aquel a quien debemos entregarnos con Jesús Crucificado, rindiéndonos a Él sin condiciones: Él trae la felicidad. Sí, este es, en el fondo, el problema más grande del ser humano; y el hecho de que el hombre, en general, o que algunos o muchos hombres y mujeres no lo sientan así sigue siendo igualmente la cuestión más importante. Podrá decírseme: «Usted sabe que mucha gente no cree en Dios». Lo sé, pero no es esto sorprendente. Y es que Dios no es “algo” que, junto con otras cosas, pueda ser incluido en un sistema “homogéneo y continuo”. Quiero decir que Dios significa el misterio silencioso, absoluto, incondicionado e incomprensible, pero siempre atrayente. De lo contrario no se hablaría de Él.

Estoy además persuadido de que, cuando algunos dicen «Tal vez no existe Dios», sin duda que no todos comprenden la palabra Dios. Hay, pues, que preguntarse si realmente existe aquello que todos piensan cuando dicen “Dios”. Muchas veces, una persona piensa, cuando dice no creer en Dios, en algo que él con razón niega, porque lo pensado, en realidad no existe, es una caricatura. Pero eso no es el verdadero Dios, que es misterio absoluto, santo, al que sólo cabe referirse, en adoración callada, como al fondo y fundamento de todo. Dios no es una cuestión de ideología o inclinación; no es tampoco una construcción humana que desaparece según avanza la ciencia experimental. Es algo más grande, que trasciende nuestras pobres luchas humanas y que está ligado a la libertad, a la felicidad, a lo que no defrauda.