Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

El saludo pascual del Señor

12 de abril de 2009


Publicado: BOA 2009, 90.


He aquí las primeras palabras del Señor resucitado: «La paz sea con vosotros». ¿Saben lo que significa este saludo pascual de Cristo? ¿Lo que quería decir a los aturdidos y angustiados discípulos que, confusos por el terrible espectáculo del Calvario, buscaron cobijo tras las puertas cerradas del Cenáculo? ¿Lo que hoy puede decirnos a nosotros? Quizá pensemos que este deseo de paz del Señor no tenía nada de extraordinario. Al fin y al cabo «la paz sea con vosotros» era sencillamente el saludo que los hombres y mujeres del tiempo de Jesús se dirigían cuando se encontraban, como sucede hoy mismo con el saludo Shalom.

Pero hemos olvidado que, para nosotros los cristianos, como entonces para los discípulos de Jesús, era un saludo que salía de la boca del Resucitado, del que, en la cruz, por la muerte entró en la vida. Es la Pascua de Resurrección, la verdadera Pascua, el día en que todo ha renacido. En la cruz se tocan y se separan dos mundos. Sólo transfigurado volvemos a hallar lo que, por la Pascua, ha pasado de una esfera a otra. Así que también este viejo saludo hebreo ha recibido un nuevo ser en la Pascua de Cristo: lo que antes era un simple deseo, está ahora cumplido y cargado de santa realidad.

Es verdad que la fuente que alimenta la corriente de la paz que nos deseamos mana en el paraíso, en la creación antes de aparecer el pecado. Allí tiene su morada, cuando Dios llamó al mundo a la existencia. El pecado se introdujo en esta armoniosa trabazón y lo estropeó. Por eso, desde la antigua alianza, Dios colocó en el corazón de los hombres ese deseo de paz nunca conseguida, y todas las imágenes que en el Antiguo Testamento nos hablan de la paz y el bienestar del pueblo de Israel se encuentran montadas sobre el fondo de los futuros tiempos mesiánicos que traerá el Príncipe de la paz (cf. Is 9,5; Za 9,10).

Este Cristo resucitado es el portador de la paz. El sacrificio de su muerte derribó el muro que se interponía entre Dios y su creación. Por eso, en la tarde del día de Pascua, Cristo resucitado muestra a sus discípulos las manos taladradas y el costado abierto, y nos dice: «La paz sea con vosotros». Por eso, hoy, este saludo ya no es un simple deseo, sino un don. Don, en primer lugar, para un pequeño grupo de fieles que perseveraron a los pies de la cruz del Maestro. Don también para todos aquellos por quienes el Señor ofreció hasta la última gota de su sangre: por los patriarcas, los profetas y los hijos del pueblo de la antigua alianza; para la inmensa muchedumbre de hijos de la Iglesia, el Nuevo Pueblo; para todos los rescatados del pecado y unidos de nuevo al Padre por Jesucristo.

Entre ellos están los neófitos, esto es, los recién bautizados, bebés, niños y adultos; también los que reciben el Espíritu Santo en la unción de la Confirmación y quienes pronto se sentarán a la Mesa de la Eucaristía por primera vez en su iniciación a la Misa Dominical y a la fiesta de todos los domingos.

En la tarde del Domingo de Pascua, tendremos en la Catedral las Vísperas bautismales. Es una celebración hermosa, a la que os invito como he invitado a los que en la gran Vigilia Pascual recibieron anoche, ya adultos, los sacramentos de Iniciación Cristiana. Nos ayudará a todos a comprender de qué agua hemos renacido, con qué sangre hemos sido salvados, con qué Espíritu se nos ha dado vida y paz. Feliz Pascua a todos.