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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Comunidad cristiana y sacerdotes

10 de mayo de 2009


Publicado: BOA 2009, 177.


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El domingo 10-5-2009 tendré la dicha de ordenar a dos diáconos de sacerdotes para la Iglesia de Valladolid. Como obispo que administra esta Iglesia será la última vez que lo haga; pero con una inmensa acción de gracias por los sacerdotes que aquí he ordenado: jóvenes que de por vida quieren estar al servicio de las comunidades cristianas, en nuestros pueblos o en la ciudad de Valladolid, contentos por ofrecer su vida, preocupados por abrir resquicios donde el Verbo de Dios, Jesucristo, por su Espíritu, llegue con su gracia a niños, adolescentes y jóvenes, y conozcan la verdadera alegría. Si los católicos de Valladolid son sensatos —y me consta que lo son— cuidarán a estos sacerdotes, les exigirán como curas, pero trabajarán con ellos codo a codo. Nadie sabe la pobreza que experimenta una comunidad cristiana sin la ayuda cercana de alguien que dedica su vida y su persona al ministerio sacerdotal, que necesitan todos los fieles.

Los sacerdotes no son en la comunidad cristiana más que el resto de los cristianos, en cuanto a su dignidad y capacidad de santidad, pero tienen una significatividad especial, y su vocación afecta a las demás vocaciones sencillamente porque actúan en nombre de Cristo Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia, y sin Cristo no podemos vivir, ni ser cristianos, ni ser la Iglesia adelantada del Reino de Dios. Por eso, promocionar, fomentar las vocaciones al sacerdocio y rezar por ellas atañe a todo el Pueblo de Dios. Lo he dicho muchas veces y lo vuelvo a repetir: si no hay suficientes sacerdotes y sacerdotes buenos es un fracaso de toda Iglesia particular. Nadie va a venir a remediarlo. Y nuestra Castilla está bastante depauperada en vocaciones sacerdotales nuevas y, aunque nuestros sacerdotes mayores todavía están en activo y tienen una actividad encomiable, es preciso empezar a cambiar de mentalidad y ser más “activos” vocacionalmente hablando.

Sí, ya sé que hay cristianos que dicen: «Yo no creo en ustedes» (los curas, claro). Evidentemente, al recitar el Credo no decimos «creo en los sacerdotes». Pero no sé si nos hemos percatado de que sí decimos en el símbolo de la fe: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica». Es verdad que no lo hacemos del mismo modo que cuando decimos: «Creo en Dios Padre..., en Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor..., en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». Pero la Iglesia no es algo baladí en la fe de un cristiano. No hay cristianos sin Iglesia; nunca ha existido un tiempo en que hubiera creyentes en Jesucristo sin Iglesia, que hubiera venido más tarde. He ahí una quimera romántica, propia de revoluciones de papel. El obispo y los sacerdotes, con los diáconos, no somos la Iglesia; formamos parte de ella y con los demás cristianos somos el Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo, la Esposa del Señor, y en ese Cuerpo todos somos miembros de Cristo y cada uno tiene algo insustituible que hacer, no como si se tratara de una democracia representativa o parlamentaria, sometida al juego de mayorías y minorías. Cristo tiene la primacía y sin sus sacramentos y su Presencia no hay vida cristiana, ni nos encontramos con Él en su mediación sacerdotal específica.

Me entristecería que «no creer en los curas» fuera sinónimo de desconfiar en ellos, de despreciarlos, de pensar que no los necesitamos para seguir creyendo en Cristo y encontrarnos con Él en la Eucaristía, en el Perdón y en la presidencia de la comunidad. No somos asamblearios; por ello, es un grave error no darse cuenta de la misión específica, no única, y necesaria de los presbíteros, como los que felizmente ordenaré para la querida Iglesia de Valladolid el domingo 10-5-2009.

† Braulio Rodríguez Plaza, Administrador diocesano de Valladolid