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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Melodía con variaciones

17 de mayo de 2009


Publicado: BOA 2009, 178.


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Nunca se insistirá lo suficiente: la Pascua es inagotable, contiene vida en tal abundancia que no existe peligro de rutina ni decepción. En los domingos de los cincuenta días pascuales, con frecuencia el evangelio está tomado de san Juan. Y se ha dicho del cuarto evangelista que tiene el estilo típico de una canción oriental en la que unas pocas notas se repiten al infinito y van penetrando en el oído y en el corazón; o como las mareas en las aguas de la playa, con su flujo y reflujo, que avanzan y se retraen en un movimiento rítmico que va empapando la arena; o como una espiral que asciende, en la que el círculo se va abriendo cada vez más.

Leed así el evangelio de este Domingo de Pascua, en el capítulo quince; también la segunda lectura de la Primera Carta de san Juan. Hay una nota dominante, una palabra esencial: el amor. Entre los dos textos hay nada menos que veinte expresiones que repiten de maneras distintas esta palabra clave del Evangelio. Es una pequeña sinfonía de lo que constituye lo esencial, lo original de la predicación de Jesús en la Última Cena, y lo que transmite san Juan a sus discípulos como mensaje de vida.

¿Por dónde empezar? Podemos hacerlo por esa afirmación de 1Jn que es como el sonido de una trompeta, el solo de un canto, la afirmación que nos lleva a la fuente: «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor». Dios es ágape, es decir, amor gratuito, esencial, eterno, universal. Ya Moisés había oído a Dios decir: «Yo soy el que soy». Pablo VI unió en el Credo del Pueblo de Dios estas dos definiciones bíblicas: «Él es el que Es, como ha revelado Moisés; y Él es Amor, como nos enseña el apóstol Juan, de manera que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma realidad divina de Aquel que ha querido dársenos a conocer...».

Hay además un desafío apostólico en las palabras del discípulo amado. «Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor». Si la razón, la inteligencia, nos puede hacer comprender que existe Dios y que es el ser supremo, la apertura del corazón nos hace saborear que ese ser supremo no es el lejano motor inmóvil de los filósofos, sino el Dios que en su esencia es amor. Sólo desde la connaturalidad de quien ama se comprende a Dios que es amor. Y desde la experiencia de la amistad se comprende que Dios es amigo y no enemigo a la puerta. La originalidad de nuestro Dios está en que Él nos amó primero, nos envió a su Hijo, como perdón —un amor redentor— y nos comunicó su vida, para que vivamos por medio de Él. Los hijos de Dios tienen la misma vida suya y la comunican cuando aman.

Amar es ser amigos: «Vosotros sois mis amigos»; no somos siervos, excluidos de su intimidad, sino amigos invitados a compartir confidencias. También desde aquí se entiende la gratuidad, la iniciativa de Jesús: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». Somos amigos porque Él ha dado la vida por nosotros. Y «amor con amor se paga», o como dice santa Teresa, «amor saca amor».

Aquí está todo el cristianismo, aquí la originalidad de los discípulos de Jesús. Aquí nuestro testimonio, nuestra misión en la sociedad de hoy: vivir la lógica de Dios que nos amó primero. Y nadie queda excluido, porque Dios no excluye a nadie; es Padre de todos. Tampoco excluye a Cornelio, no judío aceptado por san Pedro, porque Dios no hace distinciones.

† Braulio Rodríguez Plaza, Administrador diocesano de Valladolid