Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

Solemnidad de San Pedro Regalado 2010

13 de mayo de 2010


Publicado: BOA 2010, 149.


Queridos hermanos presbíteros concelebrantes y diáconos; saludo con respeto a las autoridades; presidente de la Cofradía de san Pedro Regalado; a todos deseo la paz que Jesucristo resucitado comunicó a sus discípulos.

Es para mí motivo de especial satisfacción celebrar con todos vosotros por primera vez como arzobispo de Valladolid la fiesta de nuestro patrono san Pedro Regalado. Permitidme que os agradezca nuevamente vuestra acogida cordial. Nuestra Ciudad y Diócesis se han acogido a su protección. Nació en el año 1390 en la ciudad, a unos pasos de donde estamos celebrando la Eucaristía, vivió en nuestro entorno y murió en la Aguilera, junto a Aranda de Duero. La proximidad en el espacio hace más elocuente para nosotros su mensaje, inseparable de su vida y de su persona.

La fiesta de nuestro patrono nos sumerge en la profundidad de nuestra historia y nutre las raíces de nuestro presente. Forma parte san Pedro regalado de nuestro patrimonio, es precioso valor de nuestra herencia histórica y un foco luminoso que nos orienta en el camino. Queremos asumir el legado de las generaciones que nos han precedido e invocamos a san Pedro con nuestros antepasados, que imploraron su protección. La fiesta patronal estrecha los lazos entre nosotros, prolongando la cadena viviente que viene de lejos. Estas fiestas hacen pueblo, crean comunidad de ciudadanos, garantizan identidad. No son sólo una ocasión para el descanso y la diversión, sino también una oportunidad para asumir con gratitud el pasado, para compartirlo gozosamente y para transmitirlo a las generaciones que van llegando, como parte inolvidable de una tradición con alma. Estas fiestas nos invitan a custodiar y promover nuestra identidad cultural y religiosa, en medio de nuestro mundo europeo, que, a veces, descuida su riquísimo pasado, vive desconcertado y no encontrará el norte olvidando las inmensas posibilidades ofrecidas por su historia. De la memoria surge también la esperanza; y el desconcierto cunde donde se da la espalda a lo que nos ha configurado como pueblo. No actualizaremos verdaderamente nuestra herencia, si no participamos internamente en el movimiento que desencadenaron los acontecimientos decisivos y las personas señeras del pasado. Por eso son tan relevantes las celebraciones patronales de nuestra ciudad.

San Pedro Regalado ha creído la palabra de Jesús y ha puesto en juego su vida. «No temáis, que al Padre le ha parecido bien daros el Reino de los cielos. Dios cuida de vosotros; en Él podéis descargar vuestras inquietudes. Él libera vuestro corazón para adquirir el tesoro del Reino» (cf. Lc 12,32-34). Lo que dejas, querido hermano, no tiene valor en comparación con lo que Dios te promete. ¿Qué escala de valores rige nuestra vida? La seguridad del “pequeño rebaño”, de la Iglesia, no reside en el poder ni en el dinero ni en el prestigio social, sino en el amor de Dios y en la gracia de su Espíritu. La elección de Dios como tesoro supremo llenó de sentido la vida entera de san Pedro Regalado.

San Pedro Regalado fue discípulo de Jesús, en la escuela de san Francisco de Asís, en la Orden de los Hermanos Menores, de los frailes franciscanos. Por esta vinculación espiritual fue llamado a veces san Pedro regalado “el Francisco de Asís de Castilla”. Aquí aprendió nuestro patrono lo que contiene la preciosa y densa palabra “minoridad”; es decir, la pobreza de espíritu y de dinero, la sencillez y la humildad de corazón, la confianza en Dios y la fraternidad universal. Siguiendo a Jesús, que nació en un establo, que vivió pobre y que murió despojado en la cruz, aprendió san Pedro Regalado la lección sublime de la pobreza evangélica como un valor. Se fio del Padre del cielo que nos ha mandado pedir el pan de cada día, abriendo así nuestro espíritu al reconocimiento de sus dones. En la pobreza evangélica, vivida por Jesús y enseñada a sus discípulos, experimentó san Pedro una libertad singular, que liberó su corazón de todo afán de poseer para no ser víctima del dinero. Quien tiene a Dios como tesoro recibe la libertad en relación con las cosas. Y, además, en la pobreza elegida por el Reino de los cielos, se abren el corazón y las manos para ejercitar la compasión como el buen samaritano, para compartir y repartir los bienes con los necesitados, para ser realmente solidarios con los demás. En cambio, si el corazón está esclavizado por el dinero, siempre habrá razones para agarrarse a él y cerrar los oídos al clamor de los pobres. La solidaridad es difícil y cicatera sin libertad interior en relación con el dinero. En la pobreza evangélica se unen pobreza de espíritu, libertad del dinero y fraternidad con los necesitados. Por eso, el amor de Dios, comunicado por el Espíritu Santo a los fieles de Jesús, es motivo de esperanza para los indigentes y excluidos.

El instinto del pueblo cristiano descubrió en san Pedro Regalado un foco luminoso que alumbraba a las gentes de la ribera del Duero y a los hermanos de comunidad, que en sus correrías apostólicas lo buscaban como luz de Dios y lo escuchaban como palabra evangélica avalada por una vida que transparentaba al Señor. Por estas tierras resuena todavía el eco de su voz. La vida pobre, orante, retirada, sobria, penitente, como participación voluntaria en la cruz del Señor, era la forma exterior de una comunión íntima con Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por nosotros (cf. 2Co 8,9). Las formas de vida reflejan el espíritu. No nos quedemos en una sorprendente austeridad, ni en sus «florecillas» prodigiosas (cf. A. Chiappini, Pietro Regalato, en: Bibliotheca Sanctorum X, col. 863). Estos signos, contados con sencillez e ingenuidad, reflejan la vida de una persona que fue un icono viviente de Jesús. Del centro de su vida, de su corazón que cree, espera y ama a Dios, irradia Dios mismo su amor a los hombres y los invita a encontrar al lado de san Pedro Regalado el tesoro escondido, el Reino de Dios, la fuente inagotable de la paz y de la fraternidad.

San Pedro Regalado se incorporó muy pronto en La Aguilera a la reforma franciscana de fray Pedro de Villacreces y la continuó en El Abrojo. Nuestro patrono fue un santo reformador. Introdujo, movido por el Espíritu Santo, que da vida y hace nuevas todas las cosas, una reforma en aquella situación. Con el ejemplo luminoso de Francisco de Asís, y en definitiva con la luz del Señor, percibió el contraste entre la deformación de aquel momento y la forma original evangélica; y por un camino de reforma y renovación personal e institucional, volviendo a las raíces, inició el paso de la relajación a la conformación con el carisma franciscano.

La lección de san Pedro Regalado como reformador tiene siempre aplicación en cada uno de nosotros, en la Iglesia y en la sociedad. También hoy necesitamos un ejercicio de purificación, de retorno a la fidelidad primera y de renovación evangélica. La mediocridad nunca es seguimiento auténtico de Jesús, ni sacia las inquietudes más nobles del hombre, ni posee la capacidad para irradiar vigorosamente los grandes ideales y la fe en Dios. La Transmisión es pujante en la medida en que la experiencia de Dios se desborda y se convierte en testificación interpeladora. Por eso, los santos tienen un atractivo que, en medio de todas nuestras distracciones, se convierte en pregunta y llamada. Y, a la inversa, la debilidad mayor de la Iglesia procede de los pecados de sus hijos, y no tanto del poder de los obstáculos exteriores. El papa Benedicto XVI, movido por el impulso renovador cristiano, viene denunciando con valor y clarividencia los pecados de los hijos de la Iglesia y convocando a una purificación profunda. El reconocimiento humilde de los fallos y su condenación inequívoca nos remite a la misericordia de Dios, a la petición de perdón a las víctimas y a resarcirlas con la justicia y el amor.

Desde aquí nos unimos al papa Benedicto XVI, que celebra hoy en Fátima la fiesta de la Virgen. El mensaje de María, destinado a la Iglesia y a la humanidad entera, fue confiado a unos niños pobres y sencillos cristianos en un rincón del mundo desconocido entonces. Jesús en la cruz nos dio a su Madre como nuestra Madre; y con amor viene cuidando el camino de la Iglesia. Las apariciones en Fátima proceden de esta solicitud maternal; en una encrucijada decisiva de la humanidad, María nos exhorta, nos corrige y nos abre un horizonte de esperanza. Estaremos como desquiciados si olvidamos a Dios; sin el reconocimiento de los pecados no superamos las confusiones; sin la conversión sincera y humilde a Dios no hallamos el camino de la salvación. La Virgen en Fátima nos transmitió de parte de Dios un mensaje de oración, de penitencia y de paz. María está tendiéndonos la mano en el camino de sus hijos que tropiezan y quieren levantarse. La celebración de la fiesta de san Pedro Regalado, de un reformador auténtico, nos invita a conectar con el impulso vigoroso del Papa a una purificación de la Iglesia. ¡Quiera Dios que entremos todos en una situación renovada, donde los niños sean más respetados, los pobres reciban una solidaridad más eficaz y los desalentados perciban la luz de la esperanza!

Manifiesto de nuevo, queridos amigos, mi satisfacción por tener la oportunidad de celebrar con vosotros la fiesta de nuestro patrono; a todos deseo el descanso y el gozo, que deben caracterizar a unas fiestas con inspiración cristiana.

¡Que san Pedro Regalado interceda por nosotros!