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Carta
Clausura del Año sacerdotal
11 de junio de 2010
Publicado: BOA 2010, 143.
Queridos hermanos y hermanas:
Fue un acierto y se ha manifestado pastoralmente oportuno que el papa Benedicto XVI convocara un Año sacerdotal al cumplirse los 150 años de la muerte del Cura de Ars san Juan María Vianney . Durante este tiempo se han realizado numerosas iniciativas: Carta del Papa a los sacerdotes
y otras muchas intervenciones suyas, actividades en todas partes promovidas por la Congregación para el Clero, mensajes de las Conferencias Episcopales, exhortaciones, charlas, retiros y escritos de los obispos, congresos teológico-espirituales y de orientación pastoral, encuentros sacerdotales en las diócesis y agrupaciones de diócesis, publicación de libros nuevos y reedición de otros anteriores, etc. Se puede decir, sin ceder a complacencias ingenuas, que la convocatoria ha sido bien respondida. El balance ha sido exteriormente sin duda muy positivo. Por esto, es razonable que demos gracias a Dios y nos alegremos. Ha incidido el Año sacerdotal en una necesidad básica y las diversas actividades han estado alentando aspiraciones fundamentales.
¿Por qué ha discurrido el Año Santo desde la fiesta del Sagrado Corazón de 2009 hasta la misma fiesta de este año, habiendo muerto el Cura de Ars el día 4-8-1859? Probablemente hay razones prácticas, ya que agosto es en nuestras latitudes tiempo de vacaciones, también en la acción pastoral. Pero hay una razón de fondo, que relaciona íntimamente el sacerdocio y el sagrado Corazón de Jesús; este motivo en nuestra diócesis es más elocuente a la luz de la reciente beatificación del P. Bernardo de Hoyos y de la Basílica de la Gran Promesa. Precisamente en ella, clausuramos el Año sacerdotal, uniéndonos a las celebraciones presididas por el Papa en Roma.
Una frase repetida con frecuencia por el santo Cura de Ars nos pone en la pista: «El sacerdote es el amor del Corazón de Jesús» (citada en el Catecismo de la Iglesia Católica, 1589) . El amor del Señor es la fuente del ministerio sacerdotal y de la existencia de cada sacerdote. El sacerdocio no es sin más un elemento institucional de la organización social de la Iglesia; procede del Corazón de Jesucristo, como muestra el Nuevo Testamento con otras palabras: «Jesús llamó a los que quiso» (Mc 3,13), es decir, a los que llevaba en el corazón. «Vosotros sois mis amigos. Yo os he elegido a vosotros» (Jn 14,14-16). Existe una relación personal entre Jesús y el sacerdote, que él ha iniciado libre y generosamente, sin mérito alguno por parte del sacerdote elegido, llamado, consagrado y enviado. El amor de Dios, el Corazón de Jesús, está en el origen del sacerdote que continúa en nombre del Señor su obra de redención.
El Año sacerdotal ha sido una oportunidad para recordar en este tiempo orientaciones básicas sobre el sacerdocio, para reafirmar convicciones, animar en las pruebas, renovar actitudes, sostener la esperanza e invitar al trabajo por las vocaciones. Por lo que se refiere a nosotros, sacerdotes, puede resumirse la aspiración del Año sacerdotal en esta exhortación de san Pablo: «Reaviva el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos» (2Tm 1,6; cf. 1Tm 4,14). ¡No descuidemos ni se adormezca el don recibido en la ordenación sacramental! La renovación interior es una condición permanente para cumplir adecuadamente el ministerio y ser testigo fehaciente de Dios en la Iglesia y en el mundo. Juan María Vianney fue un sacerdote según el Corazón de Jesús, en la situación complicada de su tiempo. El rompió con la fuerza de Dios el cerco que la cultura ambiente había levantado frente al Evangelio, y tocó eficazmente el corazón de las personas. El Año sacerdotal ha sido para nosotros, sacerdotes, una llamada a volver al amor primero y a la gratitud por el don inmenso recibido. Si el agradecimiento no apareciera, sería una señal de que la conciencia del don se habría desvanecido. ¡Sirvamos al Señor con alegría y a los hombres con entrega sacrificada! Cuando las dificultades son muchas y grandes, debemos apoyarnos con sencillez y decisión en lo fundamental. Pues bien, «en el Corazón de Jesús se expresa el núcleo esencial del cristianismo»: El amor de Dios que nos salva (Benedicto XVI, Homilía en la inauguración del Año sacerdotal).
El Año sacerdotal ha ofrecido también la oportunidad de recordar nuevamente la trascendencia del sacerdote: Sin Eucaristía no hay Iglesia y sin sacerdotes no hay Eucaristía. Por ello, la causa primordial de las vocaciones ha resonado como un despertador del espíritu, y la invitación a los fieles cristianos a que acompañen a sus sacerdotes con la oración, el afecto y la colaboración ha sido reiterada. La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes santos, es decir, unidos estrechamente con Jesucristo y entre sí, al servicio abnegado de los demás. También la sociedad sale beneficiada de la vida y el trabajo de buenos pastores.
El Papa se ha dirigido muchas veces a los sacerdotes en estos meses, no sólo para recordarles la misión confiada, sino también para agradecerles su testimonio, a menudo silencioso y nada fácil, y su fidelidad al Señor, al Evangelio y al Pueblo de Dios. Con estas palabras termino esta carta: ¡Gracias, queridos sacerdotes, por vuestro servicio sacrificado y por vuestra paciencia en las pruebas!