Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

Imprimir A4  A4x2  A5  

Homilía

Solemnidad de Nuestra Señora de san Lorenzo 2010

8 de septiembre de 2010


Publicado: BOA 2010, 286.


En el día de la Natividad de la Virgen, celebramos la fiesta de la Patrona de nuestra ciudad. Con especial cercanía nos dirigimos a ella como Nuestra Señora de san Lorenzo. A santa María acudimos para darle gracias por la salud y tantos beneficios recibidos; invocamos confiadamente su protección sobre cada uno de nosotros y de nuestras familias; a ella nos acogemos para afrontar las situaciones peligrosas de la vida; suplicamos su ayuda para llevar cristianamente las cruces que el paso del tiempo pone sobre nuestros hombros. Particularmente pedimos hoy a Nuestra Señora de san Lorenzo por las personas y las familias que sufren las inclemencias de la crisis económica y social. María es la Madre de la fe y la Virgen fiel: en su regazo ponemos hoy la transmisión de la fe, desde el hogar y las parroquias, a los niños y adolescentes; también le pedimos encarecidamente la perseverancia en la unidad en el amor de los esposos, que es un bien precioso para ellos y el mejor regalo para sus hijos.

Las fiestas de la ciudad vienen de la mano de la Virgen. ¡Que la convivencia respetuosa y pacífica, que la alegría legítima y saludable, que la acogida mutua y la solidaridad entre todos, marquen estos días y nos recuerden que la vida debe estar impregnada de estos valores durante el año! En estos acontecimientos relevantes en la vida ciudadana somos todos herederos de unas tradiciones religiosas y humanas recibidas de nuestros antepasados, y viviéndolas con su sentido original somos un eslabón viviente entre el pasado que nos precede y el futuro que nos aguarda. Las fiestas patronales muestran el alma de un pueblo, y aquí ocupa un lugar insustituible la devoción a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de san Lorenzo.

1. Celebramos hoy la fiesta litúrgica del nacimiento o Natividad de la Santísima Virgen María, «que fue para el mundo esperanza y aurora de salvación» (Oración después de la comunión). Y la llamada oración colecta relaciona «las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María» con «la fiesta de su nacimiento». En la fiesta de hoy celebramos el nacimiento de la Virgen; pero también se alude a la concepción virginal de Jesús y a todo lo que en nosotros tiene que ver con el origen, con el comienzo de la vida y con la renovación de las actitudes vitales. A todos se nos ofrece la oportunidad de un nuevo amanecer. Esta celebración nos lleva a la estima de la vida humana desde el principio. María fue embrión en el seno de su madre santa Ana, Jesús fue embrión en el seno virginal de María, y todos nosotros hemos sido embrión junto al corazón de nuestra madre. La Iglesia celebra el nacimiento de Jesús, de María y de Juan el Bautista; de los demás santos celebramos su dies natalis, es decir, su nacimiento para la vida eterna y la gloria del cielo en el día de su muerte. La Natividad de María nos invita a abrir la mirada de la mente y del corazón al milagro de la vida que empieza y se gesta; y viceversa, nos ayuda a percibir lo que se destruye cuando se la expulsa violentamente del seno materno. María e Isabel, cuando se encontraron, se felicitaron mutuamente. ¿Qué ha pasado en nuestra conciencia y en la sensibilidad ambiente para que muchas veces en lugar de considerar a la gestante como mujer “en estado de buena esperanza”, según bella expresión de nuestra lengua, la compadezcamos porque le aguardan mil desvelos? ¿Preferimos la comodidad de lo estéril a la vida con su complejidad? Ser fecundos es laborioso y arriesgado, pero gozoso y servicial.

Dos nombres recibe, según el Evangelio que terminamos de escuchar, el Fruto bendito de las entrañas de María: «Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados» (Mt 1,21), dice el ángel a José; y, según el profeta Isaías, la Virgen le pondrá por nombre «Enmanuel», que significa «Dios con nosotros» (Mt 1,23). Es verdad que necesitamos ser liberados de muchas realidades oprimentes, pero la esclavitud mayor está conectada con el pecado, que emponzoña el corazón convirtiéndolo en fuente de orgullo, de resentimiento, de odio, de venganza, de injusticia, de idolatría, de tristeza, de desesperanza. Jesús, pidiendo perdón al Padre a favor de los que los crucificaban, ofreció la oportunidad de un nuevo comienzo a quienes lo insultaban y rechazaban. El segundo nombre de Jesús nos habla de la compañía de Dios, de su presencia en medio de nosotros. Dios ciertamente siempre es invisible y está escondido. Pero quizá debamos hablar más de olvido de Dios por nuestra parte que de ausencia por parte de Dios. No es lo mismo creer en Dios que excluirlo; la vida cambia profundamente a la luz de la fe o con la oscuridad de la increencia.

2. La Natividad de María es fiesta de la vida que comienza y que lleva en sí el germen del futuro. Si proyectamos la mirada sobre nuestro pueblo de Castilla y León con la perspectiva de la celebración de hoy, nos brota un deseo, una inquietud, un compromiso y una esperanza. Pedimos que a los hijos de esta tierra nos sea fácil compaginar el amor a nuestras raíces y a nuestro pueblo, con una historia de relevantes acontecimientos y tantas personas insignes, y el futuro y la esperanza. Consideramos el pasado con legítimo orgullo y satisfacción, y queremos mirar al futuro sin inquietud. ¡Que nuestros pueblos no sólo tengan una historia gloriosa a sus espaldas, sino también una esperanza alentadora por delante! ¡Que la vida prolongada sea compensada con abundante vida incipiente! ¡Que podamos responder a las formas de envejecimiento, poniendo a trabajar nuestras aspiraciones, con iniciativas y solidaridad, con apertura a otras regiones y pueblos, con decisiones que vayan al encuentro del futuro! ¡Que nunca sean más potentes los signos de la muerte que los de la vida!

3. Existe una cuestión muy grave que nos interroga profundamente acerca de nuestro aprecio de la dignidad de la persona y de la salud ética de la sociedad. Me refiero al aborto. La interrupción voluntaria del embarazo significa en román paladino, es decir, clara y abiertamente, aborto provocado, o de otra forma, desalojar violentamente del seno materno la criatura humana que se está gestando. Es necesario mirar cara a cara la realidad, sin velos que impidan verla, sin edulcorar con eufemismos lo que existe y se quiere encubrir. A veces se tiene la impresión de que por diversos subterfugios se desatiende lo que realmente tiene lugar; se mira para otra parte a fin de que el ejercicio de la mente y del corazón no funcionen adecuadamente. “Ojos que no ven, corazón que no siente”. ¿Por qué, antes de decidir un aborto, no se contempla con los instrumentos actuales la formación cada vez más nítida del ser humano? Cuando no se miran de frente las cosas es señal de que se tiene miedo a la verdad.

Si se han multiplicado los abortos, si se han aprobado leyes que no sólo lo despenalizan en ciertos supuestos sino que incluso quieren presentarlo como un derecho de la madre, es porque ha disminuido preocupantemente la estima de la vida humana y se han ofuscado principios éticos fundamentales. ¡Que Dios nos dé un “corazón de carne” para evitar el desierto moral que nos amenaza y no intentar justificar lo injustificable! Necesitamos promover el aprecio de la vida y asumir la defensa de todo ser humano. Nadie tiene derecho a arrogarse el poder de suprimir a una persona en gestación inocente e indefensa. Es una tarea de todos cuantos queremos defender a los débiles en cualquier situación, como escribió nuestro querido paisano D. Miguel Delibes, impedir por los medios legítimos a nuestro alcance que la inmoralidad del aborto se asiente como algo normal en nuestro espíritu. Con ley o sin ella, el aborto es una inmoralidad gravísima. Vigilemos para que por inercia, o por la tendencia a considerar como éticamente permitido lo que legalmente no está penalizado, o por una falsa compasión, o porque otras preocupaciones ocupen nuestra atención y descuiden ésta, no se instale en nuestra conciencia la aceptación social del aborto; o lo consideremos como inevitable, aunque nos produzca disgusto. La sociedad ha caído en la trampa de justificar la libertad de otros para abortar. Estamos convencidos de que la humanidad descubrirá pronto lo equivocado del camino del aborto, como lo ha reconocido del de la esclavitud o la inquisición.

Dios dice, de alguna forma, a los progenitores: Pongo este hijo mío sumamente indefenso y frágil en vuestras manos; cuidadlo bien. Os lo encomiendo con la confianza de que seréis como ángeles protectores para él. Nosotros queremos, quienes estamos unidos en la defensa de la vida humana, seamos cristianos o no, creyentes o no —no es una cuestión sólo de creyentes ni sólo de católicos—, proteger la vida del niño y ayudar a la madre, que a veces puede tener serias dificultades para llevar a término el embarazo. Durante todo el tiempo de gestación y después de nacer, la Iglesia ofrece su colaboración para cuidar al niño y atender a la madre. La interrupción voluntaria y deliberada del embarazo no es una solución realmente humana ni humanista ni humanizadora. La madre Teresa de Calcuta invitaba y urgía a combatir el aborto con la adopción. Damos hoy gracias a nuestros padres, que nos respetaron cuando éramos embriones, que nos esperaron, que nos acogieron al nacer, que nos cuidaron y educaron. ¡Cuidemos las fuentes de la vida, que son sagradas, y respetémoslas, que son un signo elocuente de la calidad ética de una sociedad!

El aborto, además de matar a un ser humano inocente, deja una huella profunda en la madre. Quienes han recurrido al aborto y han comprendido su gravedad, hablan de manera impresionante de sus efectos y sentimientos. Sólo el perdón de Dios y la acogida fraternal pueden curar esas heridas tan hondas. Por otra parte, en nuestra sociedad algunas madres corren el peligro de caer en la costumbre de abortar. Se puede eliminar la sensibilidad moral a causa del aborto reiterado y desatendido. «De hecho, no cabe duda de que facilitar su práctica puede significar banalizar el aborto y, por consiguiente, transformar el embarazo no deseado casi en algo parecido a un fastidioso resfriado que se elimina con una pastilla» (Ignacio Carrasco de Paula, presidente de la Academia Pontificia para la Vida).

Quien defiende al ser humano, desde el primer momento hasta el ocaso natural de su vida, y se compromete a cuidarlo en todas las circunstancias y situaciones, promueve la esperanza entre los hombres y el futuro de la humanidad. Presta un servicio inestimable a la dignidad y vocación del hombre. En cambio, quienes seleccionan qué vida defender y qué vida dejar indefensa no son promotores de la vida y de la esperanza, sino personas a temer. Ser instrumentos de muerte es triste; ser instrumentos de vida es alentador. El que rechaza la vida por los riesgos e incomodidades que implica se cierra a su gozo y plenitud. La causa de la vida está en los cimientos de la humanidad; por ello respetar y defender el derecho a la vida es un deber primordial de todos.

Se debe respetar honradamente, sin amenazas sutiles, el derecho a la auténtica objeción de conciencia por motivos religiosos y morales, que forma parte de todo Estado de derecho. La objeción de conciencia es como un reducto intocable de la dignidad de la persona, y una consecuencia del ejercicio de la libertad religiosa. Las personas que en la sociedad están dedicadas al nobilísimo quehacer de cuidar la salud de los ciudadanos, deben ser respetadas en sus profundas convicciones que confinan con lo más sagrado de su vida. La objeción de conciencia debe extenderse también a las instituciones sanitarias que por su legítimo ideario rechazan atentar contra la vida humana en sus primeros o últimos compases. Por ejemplo, a un hospital gestionado por grupos católicos no se le debe poner ante la alternativa de perder el concierto con el Estado o practicar abortos. Una ley de plazos puede significar más clara o menos clara percepción del ser humano en gestación y del menor o mayor peligro para la vida de la madre, pero la realidad que siempre está en juego, a saber, la vida del nuevo ser distinto del padre y de la madre, comienza en el momento de la fecundación, según avala también la ciencia.

4. Hemos tenido durante la primera semana del mes de agosto, en plenas vacaciones, una peregrinación y un encuentro de jóvenes en Santiago de Compostela; de nuestra diócesis han participado en torno a ciento cincuenta. En aquellos días fue el acontecimiento más importante en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Una vez más aparecieron unidos el esfuerzo y la satisfacción, el sacrificio y el gozo. Yo expreso mi gratitud cordial a los jóvenes participantes y a los educadores cristianos que los acompañaron. La peregrinación, que culminó en Santiago de Compostela con algunas celebraciones, ha sido una escuela para aprender a recorrer como cristianos el camino de la vida: la decisión para ponerse en marcha desoyendo las voces interiores y exteriores que invitan a la comodidad; caminar con otros ejercitando la convivencia y la fraternidad, rezando juntos y celebrando el sacramento del perdón y de la reconciliación, que es hondamente sanador y pacificador. Celebrar la Eucaristía como una caravana de peregrinos es una vivencia vigorosa de la Iglesia como pueblo de Dios en camino. Si peregrinar es laborioso por la dureza del camino recorrido, por el peso que se carga, por el sudor que cuesta, por las limitaciones elegidas para unos días, y deja estragos en el cuerpo, es también real que la peregrinación despierta el espíritu, ayuda a concentrarse en lo fundamental de la vida, facilita la oración como respiro del corazón, enseña que el esfuerzo y el sacrificio son dimensiones necesarias de la vida del hombre que quiere personalmente madurar y servir a otros. El estadio de San Lázaro en Santiago de Compostela durante la Vigilia y la Eucaristía de clausura se había convertido en una inmensa puerta de esperanza; aparecía una Iglesia alegre y confiada en Dios de cara al futuro.

A lo largo del curso pastoral que estamos empezando invitaremos a los jóvenes, educadores y organizaciones a tomar parte en acciones diocesanas encaminadas al encuentro con Jesucristo, como metas volantes hacia la Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Madrid el mes de agosto del año próximo. Termina de hacer público el Papa el Mensaje con ocasión de esa Jornada .

Quien dice joven dice futuro y dice esperanza. Quien dice joven dice proyecto de vida y búsqueda de la vocación personal en la Iglesia y en la sociedad. Ser joven significa generosidad y capacidad de sacrificio. El joven aspira a grandes causas que llenan el corazón de ilusión y de entrega. En la juventud se debate la persona entre el gozo de acertar y el riesgo de desorientarse con largas consecuencias. Quien dice joven dice celo por su libertad, descubrimiento de la persona y maduración de la propia personalidad. ¡Qué satisfacción produce un joven ilusionado con su vida y qué pena verlo defraudado! La Iglesia quiere, a través de sus trabajos pastorales diarios y de los acontecimientos extraordinarios como la Jornada Mundial de la Juventud, que los jóvenes se encuentren con Jesucristo, clave de su vida, plenitud de su corazón inquieto y luz para su camino.

Todavía están frescas y resuenan con elocuencia las palabras que los obispos reunidos en el Concilio Vaticano II dirigieron a los jóvenes . Reproduzco algunas frases. «La Iglesia durante cuatro años ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven». «Confía (la Iglesia) en que no cederéis al egoísmo, el placer o la desesperanza; y que frente al ateísmo, fenómeno de cansancio y de vejez, sabréis afirmar vuestra fe en la vida y en lo que da sentido a la vida: la certeza de la existencia de un Dios justo y bueno». «Negaos a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros, y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores». «La Iglesia os mira con confianza y amor. Miradla y veréis en ella el rostro de Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes».

Queridos amigos jóvenes, tened la seguridad de que los años no nos separan de vosotros. Ya vais teniendo la experiencia de lo que llena el corazón y de lo que deja resaca y vacío. Acercaos a Jesús; mejor acerquémonos todos a Él. Participad en la vida de la familia de la fe que es la Iglesia. Caminemos juntos conducidos por el Señor. Queremos acompañaros en la auténtica realización de vuestros mejores sueños.

Pidamos a la Virgen que ilumine a los gobernantes y a los ciudadanos para que superemos las crisis económica, laboral, social y ética en que estamos inmersos. Sabemos que sin sobriedad, solidaridad y respeto a los principios morales no será posible. Digamos a la Virgen Madre de Dios: «¡Ven con nosotros al caminar, santa María, ven!». Deseo a todos unas felices fiestas de nuestra Patrona, Nuestra Señora de san Lorenzo.