Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Carta

Adviento 2010

Adviento, Navidad y vida naciente

27 de noviembre de 2010


Publicado: BOA 2010, 430.


Coincidiendo con el comienzo del tiempo de Adviento, en el que nos preparamos para celebrar la memoria litúrgica del Nacimiento de Jesús, esperado por María con inefable amor de madre, participamos el día 27-11-2010 en una Vigilia de oración por la Vida naciente, respondiendo a una iniciativa del Papa. Fue una celebración muy concurrida e intensa.

La narración de la Visitación de María a su prima Isabel, que fue proclamada en la Vigilia, nos presenta a dos mujeres gestando. Isabel, en su ancianidad, ha recibido providencialmente un hijo, y María, por obra del Espíritu Santo, ha concebido virginalmente al Hijo de Dios. El encuentro de las dos madres ofrece la oportunidad para el encuentro de los dos hijos; Juan salta de gozo en el seno de Isabel, porque está en presencia del Salvador del mundo. El Precursor ya presiente al Mesías prometido, a quien más tarde anunciará y presentará a los hombres. María e Isabel se felicitan mutuamente; comparten la alegría de la fecundidad, que es la reacción natural ante el don de la vida otorgado por Dios.

¿Qué ha ocurrido en nuestra cultura para que hayamos pasado del asombro por la vida nueva, que está llamando a las puertas de la humanidad, a la compasión por la mujer encinta? En lugar de exclamar: “¡Dichosa tú porque has sido agraciada por Dios!”, la miramos compadeciéndola y pensando en el interior: ¡Lo que te aguarda! Es una necesidad hondamente humana que recobremos la sorpresa y la gratitud por la vida. Desde el principio, un niño en gestación es un regalo que nos trae buenas noticias del Dios Creador y testimonia la dignidad personal de los hombres. Desde la concepción el Padre Dios le dice: “Tú eres mi hijo”, y le rodea con su “ángel” para custodiar su dignidad y protegerlo para no ser convertido en cosa, ni reducido a un amasijo de células. Cuando nace, los padres están tan extasiados ante su cuna porque saben que su origen los trasciende y que lleva en la frente el sello del Dios vivo. La vida naciente es un don de Dios que solicita respeto y cuidados. Ha sido creada a imagen de Dios que la confía al amor y desvelos de los padres, que la acompañarán en su crecimiento. Es una persona que suscita, por ser consciente y libre, un respeto particular ante su responsabilidad; los riesgos que proceden de su libertad no se superan con una “superprotección”, sino con la educación adecuada y la confianza en Dios que lo ama como a los padres.

La creatividad del hombre y de la mujer alcanza la grandeza más alta en la transmisión de la vida. En el nacimiento de un niño, Dios muestra particularmente su trascendencia creadora y se hace garante de la inviolabilidad de la criatura. Surge otro “yo”, que no se reduce a los padres ni es posesión suya; procede de ellos, pero está ante ellos con la alteridad, originalidad y trascendencia que reflejan el origen en Dios.

Siempre ha habido abortos, pero en los años sesenta del pasado siglo se produjo un acontecimiento muy preocupante, a saber, la aceptación social del aborto, de cuyo sustrato se alimentan las legislaciones abortistas. Cuando una sociedad “comprende” y acepta el aborto se abre un camino en el atropello de la vida naciente que puede conducir no sólo a la despenalización del aborto en determinados supuestos, sino también a la pretensión de legitimar la interrupción de la vida en gestación, como si fuera un derecho de los padres y del Estado. Ante la situación actual debemos recordar que nadie tiene el derecho de privar a un ser humano del derecho fundamental a la vida. Si hace tiempo reconoció la humanidad su ofuscación secular ante la esclavitud, ¿cuándo despertaremos de la confusión de que procede la aceptación del aborto?

La madre ha sido tradicionalmente reflejo elocuente del amor de Dios por los hombres: «Aunque una madre se olvidara del hijo de sus entrañas, dice el Señor, yo no me olvidaré de vosotros» (cf. Is 49,15). ¿Por qué está a punto de oscurecerse ese paradigma que exalta la grandeza de la madre en nuestra cultura? ¿Cómo el seno materno y la fuente de la vida se puede convertir en lugar inhóspito del hijo y en ámbito de su muerte deliberadamente causada? ¿No estamos ante una degradación de la calidad humana? La madre no tiene derecho a disponer de su hijo hasta decidir incluso su muerte. Si aborta deliberadamente no ha ejercido un derecho, sino que ha cometido una desgracia y una barbaridad. Por otra parte, la madre no puede quedar sola ante su embarazo; debe ser acompañada, ayudada y apoyada. Si ha caído en la tentación de eliminar al hijo, también a ella le debe ser anunciado el perdón de Dios, la comunión con su hijo en el abrazo de amor del Padre celestial y la esperanza para mirar de nuevo al futuro con serenidad.

La oración por la vida naciente acrecienta el amor a la vida; fortalece en nosotros la defensa del ser humano desde la aurora de la concepción hasta el ocaso de la muerte, pasando por todas las situaciones y circunstancias en que el hombre es abandonado, explotado y maltratado. Para proteger la vida humana son una fuerza insustituible las convicciones morales. La fe en Dios nos hace resistentes contra el abuso hacia los débiles; y el niño en gestación es un ser sumamente débil (Miguel Delibes). ¡Que la confusión ambiente no oscurezca nuestra conciencia!

En Navidad celebramos el alumbramiento de María en Belén. Jesús nació en la noche como luz del mundo. Que la memoria gozosa y festiva de su nacimiento nos dé amor a la vida y aprecio de la vida. Celebramos el nacimiento de la Vida (san León Magno); seamos siempre sus defensores. Desde estas páginas felicito cordialmente a todos. Un saludo de paz en el Señor.