Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

Jornada de la Familia 2010

Eucaristía de las familias

2 de enero de 2011


Temas: familia y matrimonio.

Publicado: BOA 2011, 22.


Al empezar la homilía os felicito cordialmente con unas palabras de la celebración de ayer. «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz» (Nm 6,24-26).

En esta Parroquia puesta bajo la advocación y el patrocinio de la Sagrada Familia celebramos hoy, diocesanamente, la eucaristía en que miramos a nuestras familias a la luz de la Sagrada Familia de Nazaret, la constituida por Jesús, María y José. ¡Que ella ilumine, proteja y custodie a nuestras familias! Nos unimos desde aquí a la celebración multitudinaria de la plaza de Colón en Madrid; a los concentrados allí, y a todos nosotros, nos dirige el Papa un saludo y un mensaje , que tendremos tiempo de escuchar y meditar más tarde.

¿Por qué y para qué nos reunimos hoy en torno a la familia? La presente celebración de la Eucaristía, en estas circunstancias especiales, tiene numerosas motivaciones, intenciones y perspectivas. En primer lugar unimos a la Eucaristía, que por definición es Acción de Gracias a Dios Padre por el Don de su Hijo Jesucristo —nacido en Belén, oculto en Nazaret, mensajero del Evangelio por los caminos del mundo, entregado a la muerte en Jerusalén y resucitado por nosotros—, unimos a esta acción de gracias sustantiva y fundamental, la bendición a Dios por la fidelidad de tantos esposos, que en la bonanza y en las pruebas han dicho, apoyados en la gracia divina, sí al amor. ¡Es posible la fidelidad en el amor! ¡Es posible la fe que se recibe, se comparte y se trasmite! ¡Gracias sean dadas a Dios por tantas familias cristianas! Para la Iglesia son soporte y estímulo.

Esta celebración quiere ser también la manifestación del apoyo que nosotros queremos ofrecer a los matrimonios y familias que padecen especialmente el desafío a la familia como tal en nuestras latitudes geográficas y culturales. “La familia cristiana, esperanza para Europa” es el lema que explicita el sentido de la celebración en la plaza Colón de Madrid y de nuestra celebración aquí en Valladolid. Todos necesitamos familia; pues bien, el amor de Dios vivido esponsal y familiarmente es una luz de esperanza en esta Europa nuestra, bastante envejecida y muy huidiza de los valores cristianos y humanos que han hecho grande su historia y fecunda su irradiación en otros continentes.

También la presente celebración nos invita a recordar lo fundamental de la familia nuclear, que es base de la sociedad y sin la cual nuestro futuro aparecería sombrío y poblado de inquietudes. La familia está fundada sobre el matrimonio, que es la unidad, estable por amor, de un varón y de una mujer, en orden a la mutua complementariedad y para la transmisión de la vida. En el hogar de nuestros padres fuimos concebidos, esperados, recibidos con amor, cuidados con mil desvelos, mirados con complacencia, amados gratuita y sacrificadamente, educados, iniciados en la fe, la oración y la vida cristiana; y desde la familia poco a poco nos fuimos insertando en la sociedad y en la Iglesia como adultos. El oscurecimiento sobre lo que es el matrimonio y la familia tiene muchas repercusiones y consecuencias negativas. El matrimonio no es asunto privado de los contrayentes; tampoco es exclusivamente objeto de regulación legal del Estado. El matrimonio es una institución fundamental de la sociedad, que tiene sus raíces en la naturaleza humana, en la relación del varón y la mujer, y en la procreación y educación de los hijos. Cuidemos el fundamento, el sentido y la misión de la familia, fundada en el matrimonio, como un tesoro. Cuando se pierde nos damos mejor cuenta de lo que era; sin la familia estamos a la intemperie.

Por fin, unimos a esta celebración otra intención. Escuchamos en la asamblea cristiana, reunida para oír la Palabra de Dios y para celebrar la Eucaristía, la exhortación del Señor a la fidelidad. Vigilemos para que el corazón no se desmande ni se extravíe. Merece la pena resistir a la tentación de las rupturas y de la muerte del amor. Aunque todos podamos atravesar situaciones de oscuridad y de sufrimiento, recordemos que a la fidelidad le está prometida la victoria, la alegría y la felicidad. Exijamos a las instituciones públicas la defensa de la familia en los medios de comunicación, y la protección social y económica. El beneficio que la familia saludable presta a la sociedad merece todos los esfuerzos y compensa los sacrificios.

Quiero aludir en este contexto celebrativo a la violencia doméstica, es decir, a la padecida en el hogar. ¿Cómo es posible que la suprema forma de intimidad degenere en humillación, prepotencia, miedo y violencia hasta la muerte? No bastan para superar este mal, como otros males morales, las leyes, la vigilancia policial, el ejercicio de la justicia. Se necesita básicamente educación moral y convicciones morales. Todos, varones y mujeres, hemos sido creados a imagen de Dios y con la misma dignidad; nadie es propiedad de otro; el amor debe vencer todo intento de dominio y humillación de unos sobre otros. Solo el respeto de la persona humana en su dignidad, el cultivo diario del amor a la servicialidad, la comprensión, el sacrificio y el perdón que rehaga la paz después de las desavenencias puede garantizar el rechazo de la violencia.

Nos unimos hoy particularmente a los cristianos coptos de Alejandría en Egipto, que en las últimas horas han sido víctimas de un atentado brutal —con 21 asesinados, muchos heridos, de los cuales bastantes muy graves, y la comunidad cristiana atemorizada— de la violencia desatada por el fundamentalismo religioso intolerante. Pedimos con el Papa que todos los creyentes vivan su religión como un servicio a la paz. No caben en una sociedad, fundada en los derechos humanos, ni el fundamentalismo excluyente y violento que quiere imponer la religión por la fuerza, ni tampoco el laicismo que margina la religión y quiere cercenar las manifestaciones públicas de la fe y que los cristianos se replieguen a la esfera privada. ¡Que aprendamos a vivir y a convivir respetándonos unos a otros en las legítimas manifestaciones de las diferencias! En medio de las dificultades y las persecuciones sangrientas o sutiles, recordemos que el Señor nos ha prometido su compañía todos los días hasta el fin del mundo y que “la verdad padece pero no perece”. El Señor es nuestra fortaleza. A todos, hermanos, os deseo la paz en el Señor nacido como nuestro Salvador.