Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Carta

Nueva evangelización

Enero de 2011


Temas: nueva evangelización (anuncio de la buena noticia, acción caritativa y social, iniciación cristiana, unidad en la verdad y el amor, y relación Iglesia y sociedad).

Publicado: BOA 2011, 18.


La expresión “nueva evangelización” supone otra previa o primera. El papa Juan Pablo II comenzó a hablar de nueva evangelización en el contexto del V Centenario del comienzo de la evangelización de América. La expresión tuvo fortuna, y ha sido retomada últimamente con nuevo impulso. Entonces el Papa se refería a cómo la semilla que fue sembrada hace siglos no había dejado de germinar y dar frutos; pero que en la nueva situación se requería una nueva evangelización con nuevos métodos y con nuevo ardor. En esta misma línea, la Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida (Brasil) , puso en marcha la Gran Misión Continental.

La aspiración a una nueva evangelización se extendió a otros ámbitos culturales; por ejemplo, a Europa. El día 21-9-2010, en la Fiesta de san Mateo, el papa Benedicto XVI firmó una Carta Apostólica en forma de Motu proprio por la que creaba el Consejo Pontificio para promover la nueva evangelización . Las primeras palabras, por las que se denomina el documento, son Ubicumque et semper, es decir, siempre y en todas partes, para recordar que la Iglesia debe anunciar en todas las etapas de la historia y en todos los rincones del mundo el Evangelio (cf. Mt 28,19-20). Y en esta misión el Señor la acompañará todos los días. Ya de hecho el Concilio Vaticano II tuvo una clara intención evangelizadora, como recuerda Benedicto XVI. Aunque las situaciones sean variadas, las Iglesias que viven en territorios tradicionalmente cristianos, como es nuestro caso, necesitan un nuevo impulso misionero, acudiendo sin desfallecer a la promesa del Señor y a su gracia. «Sólo una nueva evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe limpia y profunda, capaz de hacer de estas tradiciones una fuerza de auténtica libertad» (Christifideles laici, 34). El próximo Sínodo de los Obispos versará precisamente sobre la nueva evangelización . Todos necesitamos poner el reloj en la hora de la historia de la misión cristiana, sin huir hacia un futuro utópico y sin refugiarnos en añoranzas estériles. ¡Que Dios vuelva a resonar con respeto y fe bajo los cielos de Europa!, clamó el Papa en Santiago de Compostela hace dos meses . Dios existe y es luz y fuerza insustituible en todos los acontecimientos de la vida de los hombres y de la sociedad. Sin Él caminamos a oscuras y a tientas. «Paraos en las encrucijadas —decía el profeta Jeremías— y preguntad por el camino verdadero».

¿Qué rasgos debería adoptar entre nosotros la nueva evangelización? En el diseño y en la puesta en acción de la nueva evangelización venimos trabajando desde hace algún tiempo; y el nuevo Dicasterio romano nos ayudará a precisar el alcance de la nueva evangelización, a sugerirnos tareas y a compartir experiencias. La Exhortación Apostólica del Sínodo sobre la Palabra de Dios une significativamente nueva escucha de la Sagrada Escritura y nueva evangelización. A continuación recuerdo algunos aspectos que debería reunir este gran proyecto de evangelización aquí y ahora.

a) Es necesario que nos detengamos en la palabra evangelización. Evangelizar significa anunciar buenas noticias. Nuestra misión consiste en presentar a Jesucristo como “Evangelio”, como “Buena Noticia” de Dios. Él en persona es el Evangelio, no sólo sus palabras y sus obras. Los cristianos no somos profetas de desventuras ni agoreros de desdichas; somos mensajeros de paz, de amor y de esperanza, porque somos enviados de Jesús. Dios nos ha amado y ha mandado a su Hijo como Salvador del mundo. «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido un Salvador» (Lc 2,10-11). Así es presentado el Niño de Belén en el principio, y así será todo su itinerario hasta la resurrección. Jesús es el Regalo de Dios Padre, Mensajero del perdón, Mediador de la gracia, Presencia de la misericordia. Recuperar el sentido de buena noticia y de encuentro gozoso con Jesús, mostrar la alegría de ser cristianos y la gratitud por haber sido bendecidos por Dios en Jesucristo es condición para ser evangelizadores. En Jesús hallan luz los ciegos, libertad los oprimidos, compañía los abandonados, perdón los pecadores, esperanza los desalentados. «Un santo triste es un triste santo» (santa Teresa de Jesús). El evangelizador anuncia que tenemos buenas noticias de Dios y las transparenta personalmente.

b) Jesús trajo «la Buena Noticia de la paz» (Hch 10,36) con hechos y palabras, con curaciones y signos, con cercanía acogedora de los excluidos, con promesas y enseñanzas. La Iglesia debe evangelizar, siempre y en todas partes, uniendo la palabra y las obras, la predicación y el servicio caritativo, Eucaristía y Cáritas. La acción caritativa y social respalda la palabra y las palabras explicitan el sentido de las obras. El Evangelio no es mudo ni las palabras de la predicación deben ser huecas. Jesús curó al paralítico, perdonó sus pecados y se presentó como el Hijo del hombre (cf. Mc 2,1-12). En las curaciones se muestra la salvación, y en las obras Jesús revela quién es. La admiración y gratitud que tantos misioneros suscitan, y las obras caritativas de la Iglesia, tan numerosas y elocuentes actualmente, no alcanzan su pleno sentido aliviando sufrimientos, cubriendo necesidades y promoviendo humanamente; tienden también a abrir vías a la esperanza y a dar a conocer, a veces sólo con la fuerza de los hechos, a Jesucristo como Salvador del mundo.

c) Hay una estrecha relación entre “iniciación cristiana” y “nueva evangelización”. Cuando se ha roto o al menos se ha debilitado mucho la conexión entre familia, catequesis y escuela, a través de las cuales de manera concertada discurría habitualmente la transmisión de la fe y el conocimiento religioso, necesitamos insistir como tarea básica en la iniciación cristiana, es decir, en la “formación” de cada cristiano, enseñándole a creer, a rezar, a participar en la Eucaristía, a vivir como discípulo de Jesús, a hacer el bien, a sentirse en la Iglesia como en la familia de la fe. La iniciación requiere tiempo, se va haciendo paso a paso. Así, cada hombre y mujer por la fe y la conversión entra en el Camino que es Jesucristo (cf. Jn 14,6; Hch 9,2; 18,25.26; 22,4; 24,14.22). La iniciación cristiana se concentra en lo esencial y básico. En la iniciación cristiana se unen íntimamente la fe, la celebración litúrgica y la vida. La catequesis, que a veces se resiente de contenidos claros y básicos, debe ser fortalecida con el Catecismo de la Iglesia Católica y los catecismos fundados en él; desde los primeros años la celebración eucarística debe ser familiar para los niños; las cuestiones éticas deben ser tratadas e iluminadas cristianamente. No hay iniciación cristiana sin madre, ya que es el nacimiento de las personas como cristianos. La maternidad la ejercen inseparablemente María la Virgen Madre y la Iglesia, en cuyo hogar entran y habitan los cristianos. Esta maternidad es ejercida, de forma particular, por los catequistas, que cumplen un servicio precioso e insustituible en la Iglesia. La nueva evangelización necesita catequesis y catequistas.

d) La evangelización requiere que los cristianos dejemos de una vez por todas las polémicas estériles entre nosotros, que hieren la unidad y debilitan la capacidad de la Iglesia para evangelizar. Necesitamos despertar y animar la fe que a veces puede estar como aletargada; es preciso soplar sobre las cenizas para descubrir y avivar las brasas encendidas. Muchas veces, gracias a Dios, no partimos de cero, y otras topamos con resabios personales para acometer la evangelización pendiente. Es muy importante compartir la alegría y el orgullo santo de ser cristianos. Debemos clarificar las confusiones que a veces la cultura ambiente y la opinión pública o publicada introducen. Acatamos las leyes, pero no dejamos de mostrar nuestra divergencia en relación con las que juzgamos contrarias a la dignidad del hombre. El cristiano se abre a las dimensiones de la Iglesia católica y de la humanidad; no tiene un corazón encogido sino tan grande como para poder escuchar el clamor de todos los hermanos perseguidos, necesitados de pan y de respeto, con un futuro oscuro y cerrado. El evangelizador necesita estar afianzado en la unidad de la verdad y del amor.

e) Las relaciones entre la Iglesia y la sociedad, las autoridades de la Iglesia y del Estado, deben transcurrir por vías de respeto, sana autonomía y colaboración. La fe se propone, no se impone; la fe con la luz de la razón es razonable para cada creyente y se abre al diálogo con todas las personas y grupos. El Dios revelado en Jesucristo no humilla la razón, sino que la ensancha y vigoriza. Al parecer todavía no hemos conseguido que la «laicidad positiva», como ha afirmado frecuentemente Benedicto XVI, sea la clave de las relaciones. A veces la legítima “secularidad”, que respeta la autonomía de cada realidad, degenera en “secularismo”, que margina la religión. El que la fe no pueda ser impuesta, por la misma naturaleza del Evangelio y por la dignidad de las personas, no significa que seamos apóstoles desganados y cansinos, o que “nos dé lo mismo ocho que ochenta”. Sin amor al Señor y a las personas a las que deseamos anunciar el Evangelio, no hay genuino y celoso apóstol.

Si el cristianismo y la Iglesia católica son la religión incomparablemente más numerosa en nuestra sociedad; si tiene entre nosotros una historia de dos mil años; si la fe cristiana ha impregnado y configurado la cultura, la ética y las tradiciones populares, no es ningún privilegio que comporte para los no cristianos o no católicos discriminación, sino un hecho real incontestable. Debe ser tenido en cuenta, sin pretender nivelar todo, ya que la justicia consiste en tratar lo diferente de modo diferente, respetando los derechos fundamentales de todos.

En una sociedad plural, como es la nuestra, en la cual la Iglesia quiere llevar a cabo la nueva evangelización, nunca es la solución el vacío de los signos, para que todos seamos iguales, allanando lo que se ponga por delante. Como el hombre es por naturaleza simbólico, cubrirá el vacío dejado con otros signos. Además, la convivencia respetuosa de personas y símbolos diferentes debe tener en cuenta la historia concreta de cada pueblo y su tradición cultural. El ejercicio de la libertad religiosa personal y social se realiza siempre en unas coordenadas determinadas de tiempo y lugar. La aconfesionalidad del Estado no prejuzga lo que quieran ser religiosamente los ciudadanos; y la laicidad convivente no debe convertirse en laicismo agresivo ni tosco ni sutil. Para cumplir su misión, la Iglesia no exige privilegios, que serían para otros discriminación, sino unas condiciones respetuosas para existir y actuar como tal. Los cristianos tenemos derecho a vivir la fe personal y asociadamente, con hechos y palabras, sin tener que recluirnos en la esfera privada ni renunciar a que el Evangelio sea enseñado a los cuatro vientos, participando en la formación de la opinión pública y contribuyendo a configurar el presente y el futuro de la sociedad y de la humanidad.

La nueva evangelización exige de nosotros análisis hondos de la actual situación, reflexiones teológico-pastorales, adopción de actitudes adecuadas y apertura de cauces para realizar el encargo de Jesús de evangelizar en nuestro tiempo. ¡María, estrella de la evangelización, ruega por nosotros!