Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Carta

Día del Seminario 2011

Os daré pastores según mi corazón
(Jr 3,15)

19 de marzo de 2011


Temas: vocación sacerdotal.

Publicado: BOA 2011, 79.


Queridos hermanos en la familia de la fe:

La promesa de Dios de darnos pastores según su corazón, es decir, fieles, compasivos, sacrificados y sembradores de esperanza, atraviesa la historia de la salvación. Jesucristo es el Buen Pastor, que cumple plenamente las promesas de Dios e invita a sus seguidores para que aprendan a entregar la vida en el servicio del Señor, del Evangelio, de la Iglesia y de la humanidad. También hoy pasa llamando entre nosotros y suscita la respuesta generosa de muchos. Quiero agradecer a Dios el grupo de seminaristas que nos concede como un “don para el mundo”. Felicito cordialmente a cada uno de ellos y les garantizo que Jesús es el Amigo que nunca falla, que se fía de nosotros y en quien nosotros depositamos nuestra confianza.

Necesitamos sacerdotes, muchos sacerdotes, santos sacerdotes. Es una necesidad patente a todo cristiano que esté suficientemente informado de la vida de la Iglesia. Sabemos que un sacerdote hoy no es solo un don de Dios, sino incluso casi un milagro. Ante la grandeza del ministerio sacerdotal, ante la trascendencia del sacerdote para la Iglesia, ante la penuria que venimos padeciendo desde hace tiempo, ante las dificultades que podemos experimentar en la invitación atractiva a posibles candidatos, ante las fuerzas que se disputan el “sí” en el corazón de cada uno de los llamados, debemos, queridos amigos, redoblar la oración humilde y perseverante a Dios. Él quiere darnos pastores; cultivemos nosotros la tierra para que broten las vocaciones.

Cuando somos testigos cercanos de la vida de un sacerdote dedicado a su misión con sencillez y generosidad —así surgió mi vocación al lado de un sacerdote bueno—comprendemos la encomienda preciosa que ha recibido. Se le encarga cuidar de una comunidad cristiana como un pastor, según el modelo que tenemos en Jesús. Deberá enseñar el Evangelio y guiar en la fe, celebrar la Eucaristía—donde el Señor se hace alimento de Vida eterna—, ser ministro del perdón de Dios, acompañar en la iniciación cristiana, escuchar sin prisas a quienes necesiten aligerar la carga de la vida que a veces es muy pesada, acercarse a toda persona herida para derramar en sus llagas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza, promover la caridad fraternal con los necesitados. Queridos hermanos sacerdotes, cuanto más entreguemos la existencia en la misión confiada, recibiremos mayor plenitud interior y una paz que colma el corazón. A poca dedicación, poca satisfacción; y a entrega sin límites, gozo desbordante.

La voz del Señor que llama a seguirlo como discípulo y apóstol se puede escuchar en el camino de la vida cristiana. A medida que la relación con Jesucristo se intensifica, nos hacemos sensibles a su rumor; sin continuidad en el diálogo, difícilmente se oye su voz; sin un clima creyente en el grupo de niños, adolescentes y jóvenes, a duras pena germina y crece la planta. Se requieren tiempos largos de convivencias, retiros espirituales, oración prolongada. Si no crecemos confiadamente en la Iglesia como nuestro hogar de la fe, ¿cómo vamos a poder dar un paso que requiere mucha confianza?

Si los padres están abiertos a la posible vocación sacerdotal de los hijos, si piden con ellos por las vocaciones, si muestran gratitud por el servicio de los sacerdotes, se prepara la tierra. En la Jornada del Seminario todos estamos vitalmente implicados: obispo, presbíteros, diáconos, religiosos y consagrados, catequistas, familias, parroquias, comunidades cristianas, niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Las comunidades contemplativas tienen aquí un campo preferente para su intercesión orante y sacrificada.

Juan Pablo II será beatificado el día 1-5-2011 en Roma . Su vida fue una trayectoria luminosa desde los difíciles años de la niñez, el trabajo en la fábrica, los obstáculos culturales y políticos para su vocación sacerdotal, el ministerio largo vivido con una dedicación realmente admirable en el pleno vigor de las fuerzas, y en la larga y penosa enfermedad. No solo fue una personalidad muy influyente en los últimos decenios del siglo XX, no solo fue un Papa realmente “magno” fue siempre un sacerdote en estrecha comunión con Dios y en inagotable dedicación a la Iglesia y a la humanidad.

Recuerdo el testimonio elocuente de su vocación en una vigilia inolvidable en Cuatro Vientos (Madrid) la noche del día 3-5-2003, la última vez que nos visitó. «La evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir a cada uno de vosotros: Si sientes la llamada de Dios que dice “¡Sígueme!” (Mc 2,14; Lc 5,27) no la calles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el “sí” gozoso de tu persona y tu vida». «Os doy mi testimonio: Yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!».

Os saludo a todos con afecto y esperanza.