Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Catequesis

XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011 - Madrid (España)

Firmes en la fe

17 de agosto de 2011


Temas: fe en Dios y cultura actual (silencio, eclipse y muerte de Dios).

Publicado: BOA 2011, 324.


La fe es un don de Dios, no una conquista del hombre. Es el encuentro entre la llamada de Dios y la respuesta del hombre. El que la fe sea gratuita no equivale a que la fe sea barata, es decir, de poco interés y escasa monta. No es lo mismo creer en Dios que no creer en Dios; «todo cambia dependiendo de si Dios existe o no existe» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Asunción, 15-8-2006) . La fe cambia todo el panorama de la vida del hombre. Yo querría que hoy diéramos gracias a Dios por la fe; y nos sintiéramos llamados a trasmitirla a quienes no la comparten. La fe puede ser firme o vacilante. Puede padecer dudas o estar serena.

¿Cuál es la situación general de la fe cristiana en nuestra cultura?

El Papa dijo en su reciente homilía en Santiago de Compostela (6-11-2010) , a propósito de la fe en Europa, lo siguiente: «Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad». ¿En qué se apoya esta sospecha opuesta al Evangelio, que nos dice que Dios envió a su Hijo no para condenar sino para salvar, y para que el hombre tenga vida abundante? (cf. Jn 3,16-17). ¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. «Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que no le son propios». Europa debe encontrar de nuevo sus raíces religiosas y cristianas. ¿Por qué pretender excluirlas? ¿Por qué huir de ellas y rechazarlas? ¿Se las juzga ya secas o quizá nocivas?

Cuatro palabras resumen el olvido de Dios, unas veces dejándolo como aparcado y otras rechazándolo, a saber: silencio, ausencia, eclipse, muerte de Dios (Olegario González de Cardedal, Dios, Salamanca 2004, p. 69). ¿El silencio de Dios significa que Dios no habla ya o que el hombre no escucha por los ruidos interiores y exteriores? ¿No habla Dios en la brisa a Elías? (cf. 1R 19,13). La Palabra de Dios pronunciada en silencio, en silencio debe ser escuchada. Pero un silencio inducido o silenciamiento de Dios es patente en el espacio público; ¿quién nombra la palabra de Dios? Pronunciar la palabra de Dios parece “contracultural”, o incluso de mal gusto. En los medios de comunicación social se mete la tijera, quizá suponiendo que no interesa lo religioso como tal a los destinatarios; pero a veces ocurre lo que en una entrevista de Mercedes Milá a la monja Cristina Kaufmann. La entrevistadora se dio cuenta de que lo que estaba diciendo Cristina sobre el sentido de Dios no respondía a la pregunta, pero tenía tanto interés para sus oyentes que le dejó hablar; y tuvieron que repetir la entrevista. ¿Quién ha dicho que lo religioso, que no se identifica con lo esotérico, no cotiza en la búsqueda de las personas?

La palabra “eclipse” es una metáfora muy apta, utilizada por Martín Buber, filósofo y teólogo judío en 1952 (cf. Eclipse de Dios, Salamanca 2003, p. 42 ss.). Eclipse significa ocultación transitoria total o parcial de un astro por interposición de otro cuerpo celeste; si es lunar, se produce por interposición de la tierra entre la luna y el sol; si es solar, por interposición de la luna entre el sol y la tierra. Es una imagen adecuada y sugerente. El sol luce, pero está oculto; Dios existe, pero no percibimos su existencia. Quizá nosotros hemos rehuido su iluminación; ¿qué hacer entonces?, ¿callar sobre Él?, ¿limpiar su nombre de nuestras manchas? Éstas son sus palabras, como las de un profeta: «Las distintas generaciones humanas han depositado sobre (la palabra de Dios) todo el peso de sus vidas angustiadas hasta aplastarla contra el suelo; allí está, llena de polvo y cargada con todo ese peso. Las diferentes generaciones humanas han destrozado esta palabra con sus divisiones religiosas; por ella han matado y han muerto, en ella están todas y cada una de las huellas de sus dedos, todas y cada una de las gotas de su sangre… Es cierto que dibujan caricaturas y debajo escriben la palabra “Dios”; se matan entre ellos y dicen que lo hacen “en nombre de Dios”… Debemos respetar a los que no la admiten porque se rebelan contra la injusticia y el abuso que tan de buen grado se justifican con la palabra “Dios”; pero no podemos abandonar esta palabra. ¡Qué fácil resulta entender que algunos propongan callar durante un tiempo sobre las “cosas últimas” para redimir las palabras del abuso a que se las ha sometido! Pero de esta manera es imposible redimirlas. No podemos limpiar la palabra “Dios”, no es posible lograrlo del todo; pero levantarla del suelo, tan profanada y rota como está, y entronizarla después de una hora de aflicción, esto sí podemos hacerlo» (pp. 42 ss.). ¡No usar el nombre de Dios en vano!; ¡no instrumentalizarlo!; ¡no olvidarlo ni dejar de bendecirlo! La fe y la adoración son respuestas adecuadas. Revisemos qué imagen de Dios emitimos, porque podemos desfigurarla.

Todavía otra palabra o expresión, sumamente atrevida: “muerte de Dios”, que anunció como un loco Friedrich Nietzsche. No significa sin más que Jesús, el Hijo de Dios, y por tanto, Dios mismo muriera crucificado. En Nietzsche podía significar o que en la sociedad, la cultura y el espíritu de su tiempo había dejado de tener vigencia y poder de convicción; o que el hombre asumía la decisión de rechazarlo, de no tener Dios. El filósofo se da cuenta de lo que implica este hecho inmenso, y poéticamente deduce algunas dramáticas consecuencias. ¿Dónde está Dios? Os lo digo: «vosotros lo habéis matado. ¿Qué hemos hecho para separar a esta tierra de su sol? ¿Dónde vamos ahora? ¿No caemos sin cesar hacia atrás, a los lados, hacia adelante, en todos los sentidos? ¿No padecemos como un mareo cósmico y existencial? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada sin fin? ¿No sentimos el aliento del vacío? ¿No hace más frío? ¿No es la noche cada vez más profunda? ¿no necesitamos encender nuestras linternas en pleno día?» (cf. Heinz Zahrnt, Aux prises avec Dieu, París 1969, p. 162). «Es más difícil matar a Dios que enterrar su cadáver». Desde la exclusión decidida por el hombre, Dios continúa clamando; la humanidad separada de Dios queda sin norte y la vida sin fuente. «La absoluta profanidad que se ha introducido en Occidente es profundísimamente ajena a las culturas del mundo» (Joseph Ratzinger, Conferencia en la Biblioteca del Senado de la República Italiana, 13-5-2004) .

Pero el hombre no puede dejar de preguntarse por Dios, ya que fue creado a su imagen y semejanza. Hay una querencia fundamental y una tendencia del corazón a descansar en Dios, a buscarle. Sin Dios estaríamos como descentrados, vagando sin sentido ni meta, huyendo hacia todas las periferias. Es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. «Sin el Creador se diluye la criatura» (Gaudium et spes, 36) . Un mundo sin Dios no tiene futuro. ¿No existe una manera de presencia de Dios en forma de ausencia, es decir, de vacío que habla, de tendencia que inclina, de pregunta que confía en estar sostenida por la respuesta? «Las preguntas fundamentales, las que buscan el sentido de la vida, merecen la más atenta reflexión. Sería un error desatenderlas por superficialidad o indiferencia» (La verità vi farà liberi, Catecismo de Adultos de la Conferencia Episcopal Italiana, 1995, p. 20; Gaudium et spes, 10). Los hombres «están siempre tendidos hacia un más allá, con la mente, con el corazón, con las manos, con los pasos de sus pies» (ibíd., p. 23). El sentido religioso es «la apertura hacia el Misterio que sostiene el mundo y la existencia humana», es fundamento originario y meta última de toda la realidad (ibíd., p. 25).

¿No radicaliza la marginación de Dios el alcance de la crisis actual, que va mostrando sucesivamente rostros cada vez más hondos? «El olvido de Dios es el origen de todos los problemas de la sociedad» (Consejo Pontificio para los Laicos). ¿Adónde vamos a ir prescindiendo de Dios? ¿Hay otro fundamento último que nos sostenga? ¿Hay base firme de la vida, la esperanza, el amor, la moral del hombre sin apoyarnos en Dios?

Nuestra fe está llamada a ser como una lámpara en medio de las tinieblas del mundo. Cada uno creemos personalmente en Dios; y también la fe de la Iglesia es un servicio a la humanidad. ¡Seamos centinelas en medio de la noche! Cree y espera en favor de los demás, querido amigo.

Las cuatro palabras que veíamos antes no se sitúan en el mismo plano que la pregunta que escuchamos en el AT y también nosotros podemos oír y padecer: «¿Dónde está tu Dios? ¿Dónde está el Dios en quien confías El que te hizo atravesar el mar, ¿por qué no viene a ayudarte y te deja solo, por qué no te escucha y se ha alejado de ti?» (cf. Sal 42,2; 79,10; Miq 7,10; Joel 2,17). Con sarcasmo insultaban a Jesús mientras moría en la cruz: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y creeremos en ti» (cf. Mt 27,39-44). Los creyentes padecen de forma única el abandono y el silencio de Dios.

La fe en Dios es el comienzo de una existencia nueva. Propiamente hablando, solo creemos en Dios y en Jesucristo su Hijo, nuestro Salvador. La fe es decir sí a Dios y entrega confiada a Él. Por ello, es al mismo tiempo asentimiento a la revelación que nos hace. No se reduce la fe cristiana a tener por verdaderas algunas cosas, ya que es una relación personal con Dios; y esta relación no es un afecto indefinido, sino también unión con Dios en la verdad, el amor y la esperanza. La fe une profundamente con Dios y en esa unión el creyente recibe una existencia nueva.

La imagen que expresa la fe es la de solidez, la de roca, la de seguridad. Es lo contrario del relativismo que crea desconcierto, inestabilidad, conformidad con las modas pasajeras, y nos hace víctimas fáciles del poder. Con Dios no vacilamos. La Palabra de Dios permanece para siempre y al creer participamos de la estabilidad de Dios. El que crea no será confundido. “Amén” es palabra que expresa el consentimiento y da seguridad.

Por la fe entramos en comunión con Dios, que puede romper nuestra soledad en los niveles más profundos de la vida. Siempre, en cualquier lugar y circunstancia, podemos entrar en comunicación con Él. Nunca deja de impresionar lo que ha contado un testigo de Dios y apóstol de la esperanza con palabras y sobre todo con su vida. Cuando Van Thuan se hallaba solo en la cárcel, en una situación humanamente desesperada, sentía cómo Dios lo alentaba y sufría con él. El que cree no está solo. La oración es el acto fundamental de la fe, como la respiración es el acto fundamental de la vida. La oración es expresión, oxígeno y fortalecimiento de la fe.

Igual que los discípulos creían en Jesús y a veces vacilaban, también nuestra fe necesita convertirse en invocación que pide siempre a Dios fortaleza y seguridad. Por la fe y la confianza el hombre recibe luz, fuerza, salvación, norte, y la vida aparece como camino con una meta deseable y deseada. Al encontrarse con Dios y su Hijo, nuestra vida cobra un sentido nuevo: «Tu fe te ha salvado». «Vete en paz». Quizá en ocasiones nuestra oración puede ser como la de Charles de Foucauld en la iglesia de San Agustín en París: «Señor, si existes, que yo te encuentre». A veces se nos oculta para que lo busquemos más, para que nunca consideremos la fe como una posesión nuestra y para que siempre sea purificada más y más, y se convierta en un homenaje limpio y humilde a Dios.

María es madre de los creyentes, como Abraham es el padre de la fe. Que María nos enseñe a decir sí a Dios, a reconocernos sus siervos, a mantener en el corazón a través de una fe reflexiva las palabras y los hechos de Jesús. Ella es como un puente por el que Dios vino a nosotros y nosotros vamos a Él. Que nos muestre a Jesús, Fruto bendito de su vientre, ahora y siempre. ¡Que María defienda nuestra fe del enemigo, que la afiance en las pruebas, que la ilumine en las oscuridades! El no tener durante un tiempo a veces largo sentimientos gratificantes nada dice contra la fe, como nos han enseñado santa Teresa del Niño Jesús y la beata Madre Teresa de Calcuta. ¡Que Dios nos conceda el gozo y la paz al creer, y siempre paciencia en las pruebas!

Al creer entramos en la Iglesia; la fe es como el umbral que atravesamos para formar parte de la familia de los fieles cristianos. Creemos a través del testimonio de otros y creemos junto con otros. La fe simultáneamente establece comunión con Dios y crea fraternidad.

Siempre creemos como hombres y, por tanto, como personas que piensan, sienten, proyectan. La fe no es una especie de humillación de la mente, de credulidad infantil. Por eso la fe siempre es razonable, que no es lo mismo que racional. La fe responde a preguntas profundamente humanas, aunque no entren en el campo de lo cuantitativo, matemático, mensurable, útil y funcional. ¿No son realidades hondamente humanas el amor, la confianza, la esperanza? ¿Cómo se miden? Llegamos a la fe a través de testigos, de signos de credibilidad, de razones, de apertura humilde y confiada en Dios, de oración. Dios ha dejado en el mundo visible signos y huellas de su presencia y de su existencia. No hay oposición entre el conocimiento científico y el conocimiento de la fe, ya que razón y fe son como las dos alas para levantar el hombre el vuelo hacia la Verdad, hacia Dios.