Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta

LXXXV Jornada Mundial de las Misiones 2011

«Como el Padre me ha enviado,
así también os envío yo» (Jn 20,21)

23 de octubre de 2011


Temas: misión.

Publicado: BOA 2011, 418.


La Iglesia es comunidad misionera. Jesús reunió con su muerte a los hijos de Dios dispersos (cf. Jn 11,52). Dios es un Padre dispuesto a convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia (Lumen gentium, 2) ; o de otra manera: a salvar a los hombres no aisladamente, sino constituyendo un pueblo (Lumen gentium, 9). Todo cristiano es por definición un hermano, miembro de la familia de los hijos de Dios. Y todo cristiano es un misionero en virtud del bautismo, ya que «la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado» (Apostolicam actuositatem, 2); la «Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera» (Ad gentes, 2). Dios Padre ha convocado a los fieles en la Iglesia para vivir como hermanos y para ser enviados. Todos unidos para una misión universal.

El encargo que la Iglesia ha recibido del Señor tiene una finalidad salvífica. La misión de la Iglesia no es una expansión de tipo proselitista, ni pretende un dominio cultural y social, ni debe acompañar a los conquistadores de ayer o de hoy. La Iglesia es misionera para prolongar la misión de Jesús, el Enviado por el Padre para anunciarnos el perdón y el amor de Dios, la reconciliación y la paz entre los hombres. Dios quiere hacer de toda la humanidad una familia de hijos e hijas.

Permitidme que haga algunas consideraciones relacionadas con el lema de este año: “Así os envío yo”, o situado en su conjunto: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo» (Jn 20,21).

a) Nosotros no somos espontáneos, sino enviados. No nos hemos llamado y enviado a nosotros mismos. Somos cristianos y apóstoles por gracia de Dios. La fuente de la misión es Dios Padre y nosotros hemos sido enviados por Jesucristo, el primer Misionero de Dios. Hemos sido incorporados a una cadena viviente que tiene en Dios su origen, pasa por Jesucristo y llega hasta nosotros, incorporados a la Iglesia. La iniciativa está en Dios que llama, no en nuestra generosidad que tomara la delantera. Vamos en el nombre del Señor. La misión es un encargo que es gesto de confianza, y a veces puede ser sacrificada. Como escribió san Pablo: «Predicar no es para mí motivo de orgullo; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí, si no predico el Evangelio!» (1Co 9,16). No somos dueños del Evangelio, sino sus mensajeros. Se nos ha confiado la misión, la transmisión de la fe, que es un don precioso del cual deseamos participen todos.

b) Somos misioneros al estilo de Jesús. Nos ha llamado para estar con Él y para enviarnos. Jesús fue enviado no para condenar, sino para salvar, para anunciar el reino de Dios y la paz. En los relatos evangélicos de misión aparecen algunos rasgos: No nos apoyamos en el dinero ni en el poder (cf. Mt 10,1-39; Lc 9,1-6; 10,1-12); en los peligros nos promete su Espíritu como defensa; en las persecuciones nos garantiza su protección providente. «Id y haced discípulos de todos los pueblos. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20). Sin comunión con Jesucristo no podemos perseverar como misioneros; el que nos ha llamado nos enseña a ser apóstoles.

c) «Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias» (Mt 9,35). La misión se realiza con palabras y obras íntimamente unidas. Por eso, los misioneros, siguiendo el estilo de Jesús, evangelizan a través de la predicación, la catequesis y los sacramentos; y también a través de la atención a los pobres, de la dignificación de los oprimidos, de la defensa de los humillados, del cuidado de los enfermos y necesitados. El amor a las personas abre el camino hacia Dios, que es origen del amor y Amor por excelencia. Debemos colaborar con los misioneros a través de nuestros donativos para que puedan ser sostenidos los sacerdotes, los religiosos, los catequistas, y sus correspondientes casas de formación. Y también necesitan recursos para hospitales, dispensarios, colegios, centros de acogida. El apóstol cristiano es también buen samaritano. El anuncio del Evangelio es respaldado por el amor cordial y efectivo con los amenazados por el hambre y la miseria, con los niños desnutridos, con las mujeres abandonadas, con todos los que yacen al borde del camino de la vida.

d) La misión nace de la fe en Dios y de la participación en la vida de la Iglesia. Pero, a su vez, la misión “retroalimenta” (feedback) la fe y renueva a la Iglesia. La fe, a veces mortecina, con la misión recibe nuevo entusiasmo. Una comunidad cerrada a la misión se atrofia en su vigor.

Queridos amigos, de cara al Domund, que celebramos el 23-10-2011, yo os pido generosidad con las misiones y los misioneros. El cauce adecuado es la Delegación Diocesana de Misiones, que hará llegar a Roma vuestra colaboración para que sea distribuida desde allí teniendo en cuenta las necesidades de todos.

¡Santa María, Estrella de la Evangelización, ruega por nosotros!

Valladolid, a 30 de septiembre de 2011.