Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

XVI Jornada Mundial de la Vida Consagrada 2012 - Fiesta de la Presentación del Señor

2 de febrero de 2012


Temas: vida consagrada.

Publicado: BOA 2012, 13.


La Jornada Mundial de la Vida Consagrada nos ofrece la oportunidad de agradecer a Dios este don magnífico; de encontrarnos todos como hermanos en la familia de la Iglesia; de renovar vosotros, queridos hermanos y hermanas, la consagración a Dios; y de reconocer que el otro, con su vocación específica, es para los demás un regalo del Espíritu. Nuestra Diócesis y su servicio a la sociedad serían inmensamente más pobres espiritual y apostólicamente sin vuestra vida y actividades. De vez en cuando los medios de comunicación se hacen eco elogioso de ello; pero lo que no se ve es más decisivo que lo visible, ya que sin las raíces no puede dar fruto un árbol. La fidelidad humilde y paciente a Dios nutre vuestras raíces. Formáis, queridos hermanos y hermanas, parte importantísima del tejido vital de la Iglesia.

Con numerosas variedades representáis una forma de vivir que fue manifestándose desde el principio de la historia de la Iglesia y que consiste en ser una configuración personal, comunitaria e institucional del seguimiento particular de Jesús. Vosotros reflejáis a Jesús, que por nosotros eligió ser pobre, que se hizo obediente hasta la muerte siendo el Hijo de Dios, que fue virgen, porque el Reino de Dios ocupó enteramente su corazón y su vida. Fue enviado por el Padre, su alimento fue hacer la voluntad del Padre, cada jornada suya arrancaba y desembocaba en la comunicación íntima con el Padre; y después de haber cumplido la misión recibida, retornó al Padre. En medio del mundo levantáis la antorcha que ilumina a todos: Solo Dios basta y sin Él caminamos a oscuras. Habéis apostado enteramente por Dios, por la vida eterna, por el amor a Jesucristo, por la fraternidad entre todos los hombres, por el servicio a los últimos. La historia de la humanidad sería más egoísta y mediocre sin vuestra presencia. El amor a Dios con todo el corazón os conduce a haceros prójimos de todos los heridos de la vida. No sois sin más cooperantes sociales del ­desarrollo de los hombres y de los pueblos, sino que estáis llamados a reproducir la imagen de Jesús; y, de esta forma, vuestra vocación es un servicio generoso a la humanidad y a su auténtico progreso.

Simeón y Ana, como hemos escuchado en el Evangelio, llegaron a la ancianidad sin poso en su alma de resabios y decepciones; a pesar de los años no desfalleció su esperanza. Las pruebas no la sofocaron; más bien, la purificaron de las adherencias de proyectos, cálculos e ilusiones fraguados por ellos. Cuando Simeón tomó en brazos al Niño Jesús, bendijo a Dios por haber cumplido su promesa. Los dos ancianos son una estampa elocuente de la esperanza colmada. También nosotros, con nuestra fragilidad y nuestros años, con nuestras incertidumbres de cara al futuro: salgamos al encuentro de Jesús. Estamos convencidos de que por la fuerza de lo alto podemos nacer de nuevo (cf. Jn 3,3-7); de que, como al pueblo de Israel Dios le abrió caminos en el mar que aparecía como un muro infranqueable, y en el desierto terrible e inhóspito lo cuidó providencialmente, también nos guiará a nosotros.

La Jornada de este año une vida consagrada y nueva evangelización, en sintonía con la convocatoria del Papa, que nos invita a un Año de la fe para pedir al Señor nueva alegría en el creer y renovado entusiasmo para su transmisión. Pues bien, unas palabras del canto del anciano Simeón, «luz para alumbrar a las naciones», sonaron como música de fondo en el Concilio. Este unió las tres expresiones, “luz de Cristo”, “luz de la Iglesia” y “luz de las naciones”, articulándolas entre sí. En la medida en que la Iglesia se deje iluminar por Jesucristo, podrá irradiar sobre la humanidad la luz del Evangelio. En la fiesta de hoy, tradicionalmente conocida como “las candelas”, queremos que la luz de Cristo ilumine nuestro rostro para ser espejos del Señor. Para evangelizar debemos ser evangelizados; para testificar a Dios necesitamos el encuentro con Él. Sin fe gozosa no hay apóstoles decididos. En la inmensa tarea de la nueva evangelización, los religiosos y todos los consagrados sois imprescindibles. Cuanto más arraigada esté nuestra vida en Dios, seremos mejores evangelizadores en la hora presente. A nueva evangelización, nuevos evangelizadores.

Queridos amigos y amigas, que la memoria de vuestra consagración se convierta en aliento esperanzador. La identidad mantenida con fidelidad es garantía de pervivencia en el futuro. Busquémonos en el designio sabio y amoroso de Dios; no queramos tener otra esperanza que la insertada en la vocación y en la misión que hemos recibido del Señor. Al margen de la comunión con Jesucristo, nuestro Dios y Señor, perderíamos el camino que va desde el presente con sus inquietudes hacia el futuro al que Dios nos llama.

Un saludo cordial a todos y todas.