Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Carta

Pascua 2012

Es posible la alegría

13 de abril de 2012


Temas: Alegría y esperanza (Pascua).

Publicado: BOA 2012, 171.


Entre Evangelio y alegría hay una conexión íntima, ya que Evangelio significa ‘Buena Noticia’, y las buenas noticias producen satisfacción, gozo y esperanza. Los escritos básicos de la Iglesia son y se llaman Evangelios. La noticia del nacimiento de Jesús en Belén estaba destinada a generar gozo (cf. Lc 2,10); los cantos del mismo Evangelio expresan la exultación porque Dios ha visitado a su pueblo con la llegada del Mesías, del Salvador (cf. Lc 1,46-55.67-79; 2,14.29-31). El comienzo de la actividad pública de Jesús es calificado como Evangelio (cf. Mc 1,14-15). Los Apóstoles se alegraron al ver al Señor resucitado (cf. Jn 20,20); la resurrección de Jesús va irradiando gozo y paz entre los discípulos. Cuando los Apóstoles, después de Pentecostés, proclaman que Jesucristo ha resucitado, cambia radicalmente la vida de sus seguidores y de cuantos creen en su anuncio. La Iglesia ha nacido para evangelizar, para anunciar la buena noticia de que hemos nacido para vivir unidos a Jesús, vencedor del pecado y de la muerte. La Iglesia debe llevar al mundo el Evangelio, la alegre noticia del amor y de la esperanza.

Desde el principio, el Evangelio anunciado por la Iglesia, tanto en relación con el nacimiento y la vida pública de Jesús, como en su resurrección y en la predicación apostólica, transmite gozo y esperanza. Y esto debemos proclamarlo y subrayarlo también hoy. ¿Es posible la alegría en la Pascua del año 2012, cuando la sociedad se siente apesadumbrada por tantas crisis, tan arraigadas y duraderas? También actualmente es posible, y para los cristianos es una obligación vivir gozosamente la Pascua y anunciar esta alegre noticia. No hemos nacido para estar tristes; «un santo triste es un triste santo» (santa Teresa de Jesús). La esperanza gozosa se verá reforzada por la unidad de todos para que, aunando esfuerzos, superemos con mayor eficacia y prontitud las dificultades de la hora presente.

La esperanza cristiana es pascual; es decir, está marcada por la comunión con Jesucristo, que pasó haciendo el bien, que fue crucificado por nosotros y que ha vencido al pecado, a la muerte y al sepulcro. La alegría no es un sentimiento puramente subjetivo; nace de una realidad que puede ser transformada por Dios y a cuyo cambio nos invita. Con la alegría, que es posible también hoy, debe surgir en cada persona, en cada familia, en la sociedad y en la humanidad entera un movimiento de confianza, de seguridad de cara al futuro, de disposición a aceptar los sacrificios requeridos. Sin trabajo ilusionado y paciente, sin unirnos en el empeño necesario, sin ceder a pensar que el bien común es la componenda de los numerosos egoísmos en litigio, muy difícilmente venceremos los desafíos que tenemos planteados. La vida nueva brota desde la “muerte”; la alegría se impone sobre la tristeza. La resurrección de Jesús es fermento de futuro alentador en el corazón de los cristianos y en la misión de la Iglesia. Los cristianos estamos llamados a ser animadores de la esperanza, porque nos ha tocado la orla del manto del Resucitado.

¿En qué se apoya la alegría y la esperanza de los cristianos? ¿Qué motivos nos hacen pasar de la tristeza al gozo, del temor a la esperanza, del abatimiento a la decisión? No se trata de una ilusión evanescente ni de un sueño utópico y proyectivo; no se funda en temperamentos joviales y optimistas; tampoco significa que las cosas salgan a pedir de boca, que no existan pruebas ni contrariedades, que la salud sea pletórica y desbordante. La esperanza cristiana se fundamenta en la resurrección de Jesucristo, que nos abrió las puertas de la vida; el mismo que había sido crucificado ha vencido y está vivo para siempre. Los cristianos nos alegramos porque Dios está cerca, porque nos ama, porque su providencia no nos abandona (cf. Flp 4,4-5; Mt 6,25-34; Jn 15,9-11; 16,21-22). La confianza en Dios abre en nosotros un dinamismo de serenidad y de esperanza que actúa en todas las situaciones de la historia. La fe nos otorga firme asidero y fuerza para la vida diaria.

El realismo de la esperanza cristiana y la confianza en el poder de Dios son fuente de alegría. Existen pruebas personales y familiares, hay encrucijadas históricas, padecemos desconciertos y confusiones; pero el poder de Dios, la sabiduría de Dios y el amor de Dios pueden iluminar y fortalecer siempre. Así como inmoviliza la sensación de impotencia y de frustración, la confianza en Dios, que no es evasiva sino operativa, desencadena en nosotros las actitudes y los comportamientos que nos capacitan para romper el cerco, afrontar valientemente los obstáculos y ensanchar el horizonte recortado. Venceremos por la vía de la fraternidad (un hombre para otro hombre no es un “lobo”, sino un hermano), del respeto a todas las personas, del cuidado particular de los necesitados, de la sobriedad en el uso de los bienes de la tierra —que son para todos los hombres—, y de la honradez para no ser víctimas del poder y del hechizo del dinero.

Celebrar la resurrección del Señor con autenticidad debe tener consecuencias en nuestra vida personal y social.