Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Carta

Mes de mayo

16 de mayo de 2012


Temas: María y mes de mayo.

Publicado: BOA 2012, 279.


El mes de mayo se dedica en la piedad popular a la Virgen María. Es una tradición que asciende hasta el siglo XVIII. En este siglo se desarrolló esta devoción por obra sobre todo de los jesuitas italianos A. Dionisi, Fr. Lalomia y A. Muzarelli, que escribieron sendos libritos con numerosas ediciones cada uno (Gabriel Maria Roschini y René Laurentin). En el mes de mayo, las flores adquirieron una significación particular; se llevan con amor manojos de flores a las imágenes de la Virgen y se llama “florecillas” a los propósitos y jaculotarias. Los detalles son expresión de la finura del amor. La belleza, la frescura y la fragancia de las flores simbolizan el cariño entrañable de niños y adultos a la Virgen. En la primera mitad del siglo XIX estaba ya difundida esta devoción en casi todos los países de Europa. Descendiendo a un recuerdo más cercano: D. Mariano José de Ibargüengoitia, que, siendo párroco en San Antón de Bilbao, ayudó eficazmente a la fundadora de las Siervas de Jesús, santa María José del Corazón de Jesús, había pasado una larga temporada en Valladolid, a finales del siglo XIX, y de aquí llevó esta devoción, el “Ejercicio de las flores”, a Bilbao.

Esta devoción del mes de mayo pervive entre nosotros. Las apariciones de la Virgen en Fátima la reforzaron probablemente. Con la oración a la Madre del Señor y nuestra Madre, respondemos al puesto que tiene María en la historia de la salvación, en el misterio de Cristo y de la Iglesia. «El amor a la Virgen es parte integrante del amor a Jesús» (John Henry Newman).

El 11-10-2012 celebramos los cincuenta años de la apertura solemne del Concilio Vaticano II , en el que fue aprobada la Constitución sobre la Iglesia Lumen gentium , que es el documento más importante del mismo. Pues bien, el capítulo VIII está dedicado a la Virgen. Invito a que se lea este precioso capítulo. Con lenguaje bíblico, patrístico y litúrgico, nos enseña qué lugar debe ocupar la Virgen María en la fe cristiana, en la predicación, en la catequesis y en la devoción filial. Por ser María la Madre del Hijo de Dios y Redentor Jesucristo, es proclamada como miembro eminente de la Iglesia y «como su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor, y la venera como a madre amantísima con sentimientos de piedad filial» (Lumen gentium, 53).

El 21-11-1964, Pablo VI clausuró el tercer periodo del Concilio; en aquella celebración promulgó solemnemente la Constitución sobre la Iglesia, y en el discurso proclamó a María «Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores». Más tarde confesó el Papa que sintió “gran emoción”, compartida por muchos con él. Recordó entonces la exultación de los padres del Concilio de Éfeso (año 431) y del pueblo cristiano, cuando María fue saludada como Madre de Dios; el pueblo gozoso acompañó a los padres del Concilio con antorchas encendidas hasta su casa (Exhortación Apostólica Signum magnum, 13-5-1967). En este documento enseña el Papa lo que significa el culto a María como Madre de la Iglesia. Solo recuerdo algunas pinceladas.

Jesús, desde la cruz, confió a su Madre al discípulo amado: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y a este a su Madre: «Ahí tienes a tu madre». «Y desde aquella hora el discípulo la recibió como algo propio» (Jn 19,26-27). También nosotros recibimos de Jesús el encargo de acoger a María como madre en nuestra casa y familia, en nuestras ocupaciones y misión, en nuestro corazón y vida entera.

La maternidad y la filiación no terminan en el nacimiento; se desarrollan a lo largo de la vida. En relación con María, esto significa para nosotros que debemos acudir a su intercesión maternal diariamente. Ella nos mira con amor de madre, nos protege y defiende en los peligros. La madre es la primera educadora; María nos enseña a caminar, como la mamá al hijo; nos educa en la fe, nos muestra a Jesús y con su ejemplo nos dice cómo debemos tratarle, amarle y obedecerle. Con María, cuyo perfil espiritual tenemos en el Evangelio, aprendemos a llamar Padre a Dios, a vivir como sus hijos, a escuchar su Palabra y a seguir los pasos de Jesús.

María es para sus hijos el espejo de las virtudes: “Firmeza en la fe, prontitud en la obediencia, sencillez en la humildad, gozo para glorificar al Señor, ardor en la caridad, fortaleza y constancia para cumplir la misión hasta la ofrenda de sí misma en comunión con los sentimientos de su Hijo”. ¡Qué bello programa para el mes de mayo! ¡Que nos mueva el ejemplo de María!

Termino con una oración de san Anselmo dirigida a María y recogida en la recordada exhortación de Pablo VI: «Oh gloriosa Señora, haz que por ti merezcamos subir a Jesús, tu Hijo, que por tu mediación se dignó bajar hasta nosotros».