Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Carta

Palabras de exhortación y ánimo
ante la situación actual

31 de julio de 2012


Temas: crisis actual (información, unidad, esperanza y caridad).

Publicado: BOA 2012, 417.


Agradezco la oportunidad que se me ofrece para dirigir como ciudadano y obispo, ante la situación que estamos atravesando, una reflexión pastoral y unas palabras de aliento en las pruebas; salen del corazón y se comparten confiadamente con todos. Todos sufrimos y esperamos unidos.

Necesitamos conocer la realidad en que estamos inmersos y reconocer lealmente lo que nos pasa para actuar consecuentemente y aceptar los sacrificios que razonablemente se nos pidan. Es necesaria la información adecuada para actuar con generosidad y decisión. La realidad, por más cruda que resulte, debe ser reconocida sin excluir unos aspectos y quedarnos solo con otros. Un pueblo como el nuestro no puede ignorar lo que ocurre ni mirar para otra parte. Una explicación pedagógica y comprensible facilitará el que todos los ciudadanos carguemos solidariamente con el peso de la hora presente. Todos estamos vitalmente concernidos, bajo la dirección de quienes tienen la responsabilidad de gestionar la crisis, en acertar con las soluciones y en preparar un futuro más sereno. Somos parte de la misma sociedad tanto en sus horas luminosas como en sus horas oscuras; por ello, igual que compartimos los beneficios, debemos también compartir equitativamente los sacrificios.

Todos advertimos la trascendencia del momento actual y consiguientemente debemos unir esfuerzos. Sería no solo egoísta, sino también perjudicial para todos, mirar exclusivamente por los intereses particulares y de grupo. Levantemos la mirada amplia y generosa al bien común.

Hagamos los esfuerzos requeridos para recorrer, bajo la guía de la autoridad legítima, las vías de solución. Si la división nos debilita e inquieta, la unidad reforzará nuestra esperanza para aceptar con paciencia las exigencias necesarias y mirar al futuro con confianza. Si unimos la inteligencia, las manos y el corazón en la causa, que a todos nos afecta, superaremos con mayor prontitud y eficacia los obstáculos de la hora presente.

La esperanza cristiana se apoya en última instancia en Jesucristo muerto y resucitado; es una esperanza pascual que arranca en la oscuridad de la cruz y conduce a la gloria de la resurrección. Esta esperanza alumbrada en la comunión con Jesucristo muerto y resucitado nos impulsa a los cristianos a “esperar contra toda esperanza” (cf. Rm 4,18), a esperar a pesar de los signos contrarios, a esperar más allá de toda esperanza humana. La esperanza en Dios no defrauda. Nos fiamos de Dios, que hace surgir la vida donde reina la muerte y la generosidad donde el egoísmo se cierra sobre sí mismo. Dios no solo promete, sino que también ha actuado y sigue actuando. Con la Pascua de Jesús, su Espíritu ilumina el presente y el futuro de la historia. Esta esperanza trascendente la queremos ofrecer los cristianos a los demás conciudadanos en cada situación personal y social. El que espera en Jesucristo no espera solo para sí; ofrece su esperanza como servicio.

La comunicación cristiana de bienes es una invitación y norma desde el principio de la historia de la Iglesia; uno de los rasgos identificadores de la primera comunidad cristiana era precisamente el compartir bienes y necesidades (cf. Hch 2,42; 4,32). Hoy, en la situación delicada que atravesamos, constituye una llamada apremiante. Debemos estar cerca y ayudar con generosidad a los que padecen con mayor dureza los golpes de la crisis. Al pedir en el padre nuestro el pan de cada día, debemos implorar también la apertura del corazón para escuchar el clamor de los indigentes, y la disposición a compartir los dones que recibimos de Dios. Agradezco a Cáritas y otras organizaciones, y por supuesto a tantas personas particulares, lo que vienen haciendo por los demás. Por doquier surgen gestos de generosidad y sacrificio que son como luz que nos alumbra en el camino. Es particularmente desolador ver cómo muchos jóvenes experimentan con inquietud que su inserción laboral se aplaza más y más. El trabajo no es una suerte, sino un derecho y un deber. Nos unimos a los jóvenes en sus esperanzas y queremos colaborar en la medida de nuestras posibilidades en la realización de sus aspiraciones legítimas.

Muchas personas y familias tienen el pan escaso e inseguro; bastantes de ellas se han visto inmersas en una situación que nunca había entrado en sus cálculos y temores; la crisis las ha despojado dolorosamente de su seguridad y modo de vida. El amor cristiano y la solidaridad entre todos debe llevarnos a sufrir con los que sufren; las penurias de los demás son también penurias nuestras. Es motivo de aliento el que en este contexto haya muchas personas que contribuyen a que sean cubiertas las necesidades elementales de todos.

Hay muchos fatigados por el peso de la vida, que al mirar al futuro lo ven muy oscuro; hay hermanos que se sienten agobiados por las estrecheces de la vida y hondamente probados en la esperanza. Pedimos hoy al Señor que nos otorgue la gracia de escuchar dócilmente su Palabra, para poder actuar como medicina contra el cansancio de la fe, como aliento en la desilusión de la esperanza y como señal vencedora de la mediocridad en el amor.

Deseo agradecer en esta oportunidad la respuesta generosa que los sacerdotes y diáconos han dado, a través de Cáritas, a la invitación que les dirigí hace algunos meses para subvenir a nuestros hermanos en sus necesidades básicas y elementales. Con este gesto fehaciente han mostrado de manera discreta sensibilidad y fraternidad con quienes sufren con mayor dureza la hora presente. Con todos queremos compartir el Evangelio, y también los dones de Dios y las necesidades concretas. El seguimiento de Jesús pobre forma parte de nuestra condición de sacerdotes y se expresa también en los signos de proximidad.

A pesar de las dificultades, deseo a todos unos días de descanso con los familiares y amigos.