Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

Solemnidad de Nuestra Señora de san Lorenzo 2012

8 de septiembre de 2012


Temas: María y José (crisis).

Publicado: BOA 2012, 525.


Solo de Nuestro Señor Jesucristo, de la Virgen María y de san Juan Bautista celebramos litúrgicamente el nacimiento. La Iglesia celebra el día de la muerte de los santos, que es el dies natalis por antonomasia, ya que ese día pasaron de la vida temporal a la eterna, atravesando los umbrales del Reino de los cielos. Hoy celebramos la Fiesta de Nuestra Señora de san Lorenzo, invocada como patrona de Valladolid desde 1637, y declarada oficialmente como tal en 1917. Es nuestra Madre, Patrona y Protectora.

Como hijos y devotos de Nuestra Señora de san Lorenzo, llamada así por haber sido trasladada la imagen desde una cueva del exterior de las murallas de la ciudad a una Ermita dedicada a san Lorenzo, venimos hoy ante la Madre del cielo, prolongando la devoción de nuestros antepasados que “siempre encontraron consuelo y fuerza en Nuestra Señora de san Lorenzo para afrontar las vicisitudes” del camino de la vida. Es un día de fiesta, que nos une con los que nos han precedido en la fe y con aquellos con quienes convivimos en el momento presente de la historia. Como hermanos en la fe y la devoción, abriéndonos a los gozos y tribulaciones de todos, nos acogemos bajo su protección. Necesitamos vitalidad en la fe, amor mutuo y perseverante en las familias, estabilidad en los matrimonios, acierto en la educación humana y cristiana de los hijos, pan y trabajo para todos, solidaridad en las pruebas, paciencia en la esperanza, luz para salir de la situación actual. Con gratitud, confianza y sentido de fraternidad, acudimos a nuestra Madre, que siempre hace familia, siempre intercede por nosotros, siempre cuida de sus hijos.

¿Qué mensaje nos comunica la Fiesta de hoy? Según la Liturgia, el nacimiento de la Virgen María, su Natividad, es «para el mundo esperanza y aurora de salvación» (Oración de postcomunión). Nos alegramos en el día del nacimiento de aquella por cuya maternidad virginal «hemos recibido las primicias de la salvación» (Oración colecta). María está en el camino que recorrió el Hijo eterno de Dios para llegar hasta nosotros, y está también en el itinerario que debemos recorrer nosotros hasta encontrar a Jesús, el Salvador. María es «la puerta que dio paso a nuestra luz». «De tu mano, Madre, hallamos a Dios». «Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, anunció la alegría a todo el mundo. De ti nació el sol de la justicia, Cristo, nuestro Dios» (Antífona al Benedictus). María está en los inicios de la salvación del mundo, de cada uno de nosotros y de cada generación. ¿En qué debemos cambiar, qué debemos iniciar, a qué debemos renunciar?

Junto a Nuestra Señora de san Lorenzo, hoy nos preguntamos por el camino acertado en medio de la situación delicada y confusa que estamos atravesando. Acogiendo la invitación de san Bernardo, desde nuestras oscuridades, “miramos a la estrella e invocamos a María”. Ella es “Reina y Madre de misericordia”, “Esperanza nuestra”. Escuchamos también nosotros el encargo que dio a los sirvientes en la boda de Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). María intercede por nosotros ante el Señor para que no nos falte lo fundamental. Queridos hermanos y hermanas: no olvidemos a Dios, tengamos presente a Dios, sigamos sus Mandamientos, que son Palabras de vida y sabiduría (cf. Dt 4,1.6-8), y hablemos en la oración con Él. Sin el reconocimiento de Dios, nuestro Padre, quedamos como huérfanos y perdemos el norte de la vida. ¿Cuántos sufrimientos, desconciertos y extravíos se deben a que prescindimos de Dios? ¡Miremos al futuro con los ojos de la fe y confiados en la providencia divina! ¡Miremos al futuro juntos!

María y José pasaron también por situaciones durísimas y padecimientos enormes. ¡Qué desconcierto, qué pesadillas, qué insomnios, ocasionó a san José la gestación de María, como hemos escuchado en el Evangelio! Y María, ¡qué angustia no pasaría al ver a su esposo sufriendo en el punto más sensible del corazón!, a saber, las sospechas sobre la fidelidad; María, su esposa, de quien no podía dudar, estaba gestando y él nada tenía que ver. Y, sumergido en esta zozobra, cuando el ángel del Señor le reveló el misterio de la concepción virginal y quién era el Niño que María estaba gestando —el Salvador, “Dios con nosotros”—, José, obedientemente, «hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer» (Mt 1,24). Sin pronunciar palabra, encarnó en su vida y en su conducta la fe en Dios (cf. Mt 1,19). La fe iluminó su corazón y orientó el dinamismo de su existencia.

Cuando conoció, también providencialmente, que Herodes buscaba al Niño para matarle, de nuevo es admirable la prontitud obediente de José: «José se levantó, tomó al Niño y a su Madre, de noche, y se fue a Egipto» (Mt 2,14). ¿Qué horizonte tenía cuando se pusieron en camino? ¡Un país lejano y desconocido, a la intemperie, con su mujer y el Niño recién nacido! ¿No vivió la Sagrada Familia situaciones semejantes a las que hoy padecen, cerca y lejos, muchas personas y familias? ¡Vayamos a su encuentro, abrámosles nuestras puertas, y recibiremos como huéspedes, sin saberlo, al mismo Jesucristo, a su Madre y a san José! (cf. Hb 13,2). Si nos piden posada, como en Belén, compartamos con ellos las necesidades (cf. Lc 2,7). El Evangelio y, en consecuencia, la fe, nos sitúan siempre en el corazón del mundo. La fe impulsa a confiar en la providencia de Dios, da valor para afrontar lo desconocido e incierto, y mueve a compartir la suerte y el peligro de los necesitados. Porque María atravesó situaciones de tamaña dureza, nos comprende y acompaña. Con María, afiancemos nuestros pasos en el camino que tiene a Dios como origen y como meta. La devoción a Nuestra Señora de san Lorenzo se convierte en luz en nuestras oscuridades y en fuerza para vivir la fe en Dios y la fraternidad cristiana.

En el hogar de Nazaret fueron compatibles la cercanía de Dios y las estrecheces económicas, como expresa con singular elocuencia un himno que rezamos en la Liturgia de las Horas. Dirigiéndose a san José, le transmite una pregunta recogida de todos nosotros: «Di tú cómo se junta / ser santo y carpintero, / la gloria y el madero, / la gracia y el afán, / tener propicio a Dios y escaso el pan». En el padre nuestro pedimos a Dios el respeto de su santo Nombre, el pan de cada día, el perdón de los pecados, y no caer en la tentación, que consiste básicamente en olvidarnos de Dios y dar la espalda a quienes nos necesitan.

Queridos hermanos y hermanas, en la Fiesta de la Virgen de san Lorenzo, nuestra Señora y Patrona, que nos alegra y hermana, que nos espera y escucha, presentamos confiadamente nuestras oraciones. Cada uno las deposita filialmente desde el santuario del corazón en el regazo de la Madre del Señor y nuestra Madre.

La oración, también en medio de nuestro mundo, que parece resfriado religiosamente por un viento secularizador, tiene un sentido profundo, ya que nace de la fe y fortalece la fe. Se comprende que no rece el que no cree, pero ¿cómo nosotros, cristianos, no vamos a rezar? Cuando oramos, confesamos la bondad infinita y la omnipotencia compasiva de Dios; al orar, reconocemos nuestra insuficiencia y limitación; en la oración, abrimos confiadamente nuestro interior a Dios, con sus temores, indigencias y esperanzas. La oración no es evasión de nuestras responsabilidades, ya que orando somos impulsados a trabajar por aquello que necesitamos y pedimos; la oración no nos exime del deber; al contrario, nos impulsa a cumplirlo. La oración purifica e ilumina el corazón, lo cura y pacifica, templa la fidelidad y nos mantiene vigilantes.

Saludemos a María con las palabras del Ángel y de su prima Isabel: «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo» (cf. Lc 1,28); «Bendita tú entre las mujeres y Bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1,42). Solicitemos su intercesión con las palabras que secularmente han dirigido los cristianos a Santa María, Madre de Dios: «Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte».