Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Conferencia

XIII Jornada de Teología “Redescubrir el camino de la fe: conocerla, celebrarla y vivirla”, organizada por el Instituto Teológico Compostelano 2012

La Eucaristía hace la Iglesia

5 de septiembre de 2012


Temas: Iglesia (Cuerpo de Cristo) y Eucaristía (unidad de la Iglesia y solidaridad en el mundo).

Publicado: BOA 2012, 528.


  • 1. Tres significados de la expresión “Cuerpo de Cristo”
  • 2. La Eucaristía, sacramento de la unidad de la Iglesia
  • 3. La Eucaristía, fermento de solidaridad en el mundo

    1. Tres significados de la expresión “Cuerpo de Cristo”

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    El título de esta conferencia está tomado literalmente de un apartado del famoso libro de Henri de Lubac Meditación sobre la Iglesia, aparecido por primera vez en 1953. Fue inicialmente un retiro impartido a sacerdotes jóvenes, durante tres días, en el Seminario Mayor de Marsella, en 1949. Como el autor asegura, no está en conexión con las “desdichas” que padeció en tiempos de la Encíclica Humani generis, publicada en 1950. No es un tratado de Eclesiología, sino un “ensayo” (cf. Henri de Lubac, Memoria en torno a mis escritos, Madrid 2000, pp. 163 ss.). Meditación sobre la Iglesia tuvo mucho éxito. La primera edición en castellano apareció en 1959, en la Editorial Desclée de Brouwer, de Bilbao. Después de unos años de haberse agotado la última edición, retomó acertadamente su publicación Ediciones Encuentro, de Madrid, en 1980. Es una obra genial, en la que convergen la dilatada tradición de la Iglesia y la actualidad, el conocimiento teológico y el sentido de Iglesia. Aunque no es un tratado de Eclesiología, en sus páginas, además de rica eclesiología, se aprenden actitudes genuinamente eclesiales; cómo estar, vivir, trabajar, esperar y sufrir con la Iglesia.

    En el capítulo IV de este libro, denominado significativamente “El corazón de la Iglesia”, los apartados 3 y 4 se titulan “La Iglesia hace la Eucaristía” y “La Eucaristía hace la Iglesia”; ambos son complementarios. En los dos se trata de «la relación que establece san Pablo entre la doctrina de la Iglesia y la de la Eucaristía» (Bilbao 1964, cuarta edición, p. 113). «Se puede afirmar que hay una causalidad recíproca entre la Iglesia y la Eucaristía» (p. 119). En otro lugar, en una investigación histórica que hizo época, estudió el P. Henri de Lubac esta relación en la Edad Media (Corpus Mysticum. L’ Eucharistie et l’ Église au Moyen Age, París 1949). Hacia la mitad del siglo XII, la Iglesia comenzó a ser llamada Cuerpo “místico” de Cristo, en conexión con la Eucaristía; pero ese contexto vital del adjetivo “místico” se perdería más tarde. La Iglesia «es el “corpus in mysterio”, el cuerpo místicamente significado y procurado por la Eucaristía; o, dicho de otro modo, es la unidad de la comunidad cristiana que los “santos misterios” realizan en un símbolo eficaz» (ibíd., pp. 118 s.). La obra de historia de la Teología de Henri de Lubac contribuyó eficazmente a que el adjetivo “místico” aplicado a la Iglesia encontrara de nuevo su matriz sacramental.

    «La Iglesia hace la Eucaristía. Su sacerdocio fue instituido principalmente con este fin. “Haced esto en memoria de Mí”» (p. 119). La Iglesia, sacerdotes y fieles, son el sujeto celebrante de la Eucaristía, en la diferencia y comunión de funciones. Y, a su vez, «La Eucaristía hace la Iglesia» (p. 135). «El cuerpo social de la Iglesia, corpus christianorum, congregado en torno a sus pastores visibles para la “manducación del Señor”, se convierte en el Cuerpo místico de Cristo» (p. 136). «Para san Pablo no hay más que un solo Cuerpo de Cristo, que es su humanidad resucitada. Pero la Iglesia, que no existe sino por la participación de esta humanidad de Jesús, hecho “Espíritu vivificante”, que le es ofrecido en la Eucaristía, no es más que la plenitud de Aquel que se completa a sí mismo plenamente en todo» (p. 140).

    Tres sentidos tiene, por tanto, la fórmula paulina “Cuerpo de Cristo”: Cuerpo del Señor crucificado según la carne y vivificado por el Espíritu; Cuerpo de Cristo que recibimos al comer el Pan eucarístico; y Cuerpo de Cristo que es la comunidad de los bautizados, “enmembrados” en el Cuerpo muerto y resucitado, y nutridos con el Cuerpo entregado por nosotros. «Por el cuerpo eucarístico, los cristianos entran en comunión con el cuerpo del Señor, y el resultado de esta comunión es el cuerpo eclesial… Cuerpo del Señor, cuerpo eucarístico y cuerpo eclesial son la expresión de una sola y la misma Cristología, la extensión de un único misterio, el de la reunión de todos en el nuevo espacio vital abierto en el cuerpo de Cristo sobre la cruz» (Jean Marie Roger Tillard, Los sacramentos de la Iglesia, en: Iniciación a la práctica de la Teología, III, Madrid 1985, p. 423).

    En el Concilio hay manifestaciones muy elocuentes de esta conexión tan densa y rica. «En la fracción del pan eucarístico compartimos realmente el cuerpo del Señor, que nos eleva a la comunión con Él y entre nosotros. “Porque el pan es uno, aunque muchos, somos un solo cuerpo todos los que participamos de un mismo pan” (1Co 10,17). Así, todos somos miembros de su cuerpo (cf. 1Co 12,27) y cada uno miembros del otro (Rm 12,5)» (Lumen gentium, 7) . Y Lumen gentium, 26 cita entre otros textos venerables de la tradición: En las comunidades locales de los fieles, aunque sean pequeñas y pobres, se celebra el misterio de la Cena del Señor «para que, por el alimento y la sangre del Señor, quede unida toda la fraternidad» (Liturgia mozárabe). «La participación en el cuerpo y la sangre de Cristo hace precisamente que nos convirtamos en aquello que recibimos» (san León Magno).

    Nosotros, suponiendo la conexión de los tres sentidos de la expresión “Cuerpo de Cristo” en san Pablo, vivido y pensado en la tradición de la Iglesia, y suponiendo que el enunciado de nuestra intervención “La Eucaristía hace la Iglesia” se completa con el otro correlativo “La Iglesia hace la Eucaristía”, nos detenemos en la corriente que va de la Eucaristía a la Iglesia, haciéndola Cuerpo místico de Cristo, uniendo a todos los participantes con Cristo y entre sí, y convirtiéndola también en fermento de paz en el mundo.

    2. La Eucaristía, sacramento de la unidad de la Iglesia

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    La tradición cristiana que explicita el sentido eclesial de la Eucaristía es eco de la feliz y concentrada formulación de la Primera Carta a los Corintios. Pablo exhorta a los cristianos de Corinto a no comer de las carnes sacrificadas a los ídolos, ya que «no pueden participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios» (1Co 10,21). Y asentando la conducta de los cristianos en sus cimientos más sólidos, escribe algo sublime que tendrá resonancia permanente en el futuro a propósito de las relaciones del cuerpo eucarístico y de la comunidad de los cristianos. «El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1Co 10,16-18). La predicación, enseñanza y oraciones de la Iglesia han utilizado muchas veces la comparación del pan formado por muchos granos de trigo, antes dispersos en las espigas, después molidos, convertidos en harina, amasados por el agua del Bautismo y cocidos por el fuego del Espíritu Santo, para recordar las raíces de la unidad de la Iglesia y para exhortar a los cristianos a una convivencia fraternal y pacífica. El don de la paz y la unidad de la Iglesia se significan en las ofrendas sacramentales.

    En el documento, venerable por su antigüedad cristiana, llamado Didaché o Doctrina de los doce Apóstoles, reza la comunidad: «Como este pan partido estaba antes disperso por los montes, y recogido se ha hecho uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu Reino. Porque tuya es la honra y el poder por Jesucristo en los siglos».

    Y más adelante: «Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y para perfeccionarla en tu caridad. Y recógela de los cuatro vientos ya santificada, en tu Reino, que le tienes preparado. Porque tuya es la honra y el poder por los siglos». La asamblea eucarística va anticipando en todo lugar y tiempo la convocatoria en la Mesa del Reino consumado de Dios.

    Y aún estas palabras «Cada día del Señor, reuníos y partid el pan, y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro. El que tenga alguna contienda con su compañero no asista a vuestra reunión hasta haberse reconciliado, a fin de que no se contamine vuestro sacrificio; porque este es el sacrificio del que dijo el Señor: “En todo lugar y en todo tiempo se me ofrezca un sacrificio puro, porque soy yo Rey grande, dice el Señor, y mi nombre es admirable entre las naciones” (cf. Ml 1,11-14)» (Jesús Solano, Textos eucarísticos primitivos I, Madrid 1996, 3.ª edición, pp. 54-55).

    Para comprender el sentido eclesial de la Eucaristía es muy elocuente recordar algunas epíclesis litúrgicas, es decir, oraciones de invocación a Dios Padre para que envíe el Espíritu Santo. Como es sabido, la reforma posconciliar de la celebración de los sacramentos ha acentuado la referencia al Espíritu, con cuyo poder se realizan estas acciones salvíficas. En la memoria celebrativa, lo que era historia de Jesús ha pasado a los misterios de la Iglesia con la actuación del Espíritu Santo. En este sentido se ha atendido particularmente a las oraciones epicléticas. En la Eucaristía hay ordinariamente dos epíclesis: una sobre los dones del pan y el vino, que, con las palabras del sacerdote, obedeciendo el mandato de Jesús, y con la actuación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor; y otra, pidiendo a Dios que el Espíritu Santo haga de los comulgantes un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo.

    En relación con lo que acabamos de decir, me permito hacer una referencia muy significativa. La Capilla de la Sede de la Conferencia Episcopal Española ha sido recientemente remodelada y ornamentada por Marko Ivan Rupnik con preciosos mosaicos. Un mosaico colocado sobre el altar representa al Espíritu Santo con las alas desplegadas, en acción. “Por la fuerza del Espíritu Santo” (cf. Sacrosanctum concilium, 6), la Iglesia actualiza el misterio pascual de Jesucristo en la Eucaristía para gloria de Dios y como fuente de amor y de esperanza para sus fieles.

    La Eucaristía es el lugar de la convocación de la Iglesia desde los cuatro puntos cardinales en el Reino de Dios, en la patria definitiva. Celebrando la Eucaristía nos unimos con todos los hermanos en la fe cristiana a lo largo y ancho de la tierra. Por eso, un cristiano que vive en la concordia de la Iglesia puede y debe encontrar hospitalidad eucarística en cualquier celebración. La Eucaristía, celebrada en una asamblea concreta y en un tiempo determinado, está abierta a la catolicidad espacio-temporal de la Iglesia y a la eternidad.

    He aquí algunos ejemplos de epíclesis sobre los comulgantes: «Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del cuerpo y sangre de Cristo». Esta epíclesis pertenece a la segunda plegaria eucarística del Misal romano , que reproduce fundamentalmente la plegaria contenida en el libro de la Tradición Apostólica de Hipólito. De la nueva plegaria de la reconciliación es la siguiente invocación: «Concédenos tu Espíritu para que desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia y la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz».

    La anáfora III del Misal actual reza: «Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de tu Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu». La amistad con Dios nos fue devuelta en la cruz, que es el acontecimiento del que hacemos memoria sacramental. Jesús, que es nuestra Paz, en la cruz dio muerte al odio derribando el muro de separación de judíos y paganos. Él reconcilió a los pueblos con Dios por su sangre; así anunció la paz a los de cerca y a los de lejos; por Él tenemos todos acceso al Padre en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,14 ss.).

    Retrocediendo muchos siglos, la anáfora que se llama de san Basilio, en la versión bizantina, dice así: «A todos nosotros que participamos de un solo pan y de un solo cáliz, reúnenos mutuamente en la comunión de un solo Espíritu». Y en la versión alejandrina de esta misma anáfora de san Basilio: «Haznos dignos, Señor, de participar en tus santos misterios para santificación del alma, del cuerpo y del espíritu, a fin de que seamos un solo cuerpo y un solo espíritu; y hallemos parte y alcancemos la herencia con todos los santos que desde el comienzo te agradaron». «El Espíritu comunica a la Iglesia su fuerza para que la salvación conmemorada se actúe. Así, es la Iglesia por el Espíritu la que “hace la Eucaristía”. Pero además es el Espíritu al que se invoca para que esa salvación actúe sobre los fieles, construyendo la Iglesia en su unidad y en su caminar hacia la plenitud del Reino: “La Eucaristía hace, pues, la Iglesia”» (José Manuel Sánchez Caro, Eucaristía e historia de la salvación, Madrid 1983, p. 428). Pedimos que el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones al recibir el Cuerpo de Cristo, nos otorgue un amor humilde y paciente, que venza el odio y el egoísmo, que con la concordia supere las divisiones, que con la generosidad nos abra al clamor de los necesitados y nos dé entrañas de misericordia y de paz.

    San Agustín, en un discurso magnífico, partiendo de la comunión sacramental, exhorta con extraordinario vigor y términos muy audaces a los cristianos a vivir unidos: «¿Qué veis, pues? Pan y un cáliz; de lo cual salen fiadores vuestros mismos ojos; empero, para ilustración de vuestra fe, os decimos que este pan es el cuerpo de Cristo, y el cáliz su misma sangre (...) Estas cosas, hermanos míos, llámanse sacramentos precisamente porque una cosa dicen a los ojos y otra a la inteligencia (de la fe). Lo que ven los ojos tiene apariencias corporales, pero encierra una gracia espiritual. Si quieres entender lo que es el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol lo que dice a los fieles: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros” (1Co 12,27). Si, pues, vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, vuestro misterio está puesto en la mesa del Senor; recibís vuestro misterio. A lo que sois respondéis “Amén”, y al responder lo ratificáis. Ya que oyes “Cuerpo de Cristo” y tú respondes “Amén”, sé miembro de Cristo para que tu “Amén” sea verdadero... El mismo Apóstol escribe: Un solo pan, un solo cuerpo somos muchos (1Co 10,17). Entendedlo y regocijaos. ¡Oh unidad! ¡Oh verdad! ¡Oh piedad! ¡Oh caridad! Un solo pan. ¿Qué pan es éste? Un solo cuerpo (...) Sed lo que veis y recibid lo que sois. Esto es lo que dijo el Apóstol sobre este pan (...) Consagró en su mesa el misterio de la paz y de nuestra unidad. Quien recibe el misterio de la unidad y no mantiene el vínculo de la paz, no recibe un misterio para su bien, sino un testimonio contra sí mismo» (Sermón 272, en: Jesús Solano, Textos II, Madrid 1997, pp. 209-211).

    El “Amén” de los comulgantes es un sí a Cristo y un sí a los hermanos, miembros de su cuerpo. La Iglesia se hace incesantemente cuerpo de Cristo al participar en la Eucaristía. Benedicto XVI escribió en la Encíclica Deus Caritas est, 14 : Además de que la Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús, tiene «un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1Co 10,17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y, por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos un “cuerpo”, aunados en una única existencia. Ahora bien, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el ágape se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el ágape de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros. Solo a partir de este fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor».

    Santo Tomás de Aquino, heredero de la tradición agustiniana, utilizando una terminología fijada en el siglo XII, designó como res sacramenti de la Eucaristía la unidad del cuerpo místico de Cristo, es decir, de la Iglesia. La Eucaristía tiende a que el cuerpo de Cristo, en que se ha convertido el pan, haga de los comulgantes un solo cuerpo de Cristo (cf. Summa Theologiae III, 7, 73, a. 3).

    En efecto, a partir del siglo XI fue cristalizando una terminología que distingue, podríamos decir, un triple nivel en los sacramentos. El elemento más exterior (sacramentum tantum) es el mero signo, en nuestro caso, el pan y el vino. El nivel intermedio (sacramentum et res) está constituido por el cuerpo y la sangre de Cristo, que son la realidad misteriosa bajo los signos del pan y el vino; pero, a su vez, apuntan a otro nivel, el tercero (res tantum o res sacramenti), que es la unidad de la Iglesia. La Eucaristía es ciertamente presencia del Señor que adoramos y acogemos en la hospitalidad de la fe y el amor, es alimento que da la vida eterna; y es sacramento de la unidad de los cristianos (cf. 1Co 10,17) y de la fraternidad (cf. 1Co 11,17 ss.).

    Participar plenamente en la Eucaristía recibiendo el Cuerpo de Cristo supone un grado determinado de unidad de los comulgantes con el Señor y con la Iglesia, y al mismo tiempo estimula el amor al revivir la entrega de Jesús por nosotros y reclama una fraternidad cada vez más honda. San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, rechaza las divisiones y exhorta a los fieles a la unidad en Cristo (cf. 1Co 1,10 ss.). Desde distintas perspectivas combate las rivalidades de los cristianos y reclama su unidad. La celebración de la Eucaristía, el himno de la caridad, la armonía en el ejercicio de los carismas, la incorporación y pertenencia al Cuerpo de Cristo, etc., que la Carta va tratando, son realidades estrechamente conectadas. El amor cristiano, humilde y amable, que no toma cuentas del mal y que espera sin límites, unifica a los dispersos y reconcilia a los desavenidos. La Eucaristía es el cuerpo del Señor entregado a la muerte por amor, que nos exige formar cuerpo, hacer familia, vivir en la solidaridad y la paz. El mismo Apóstol escribe en otro lugar: «Os exhorto, pues, yo, prisionero en el Señor, a que viváis de una forma digna de la vocación a que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y actúa por todos y está en todos» (Ef 4,1-6).

    El Bautismo incorpora a Cristo y agrega a la Iglesia; y la Eucaristía consolida la comunión de “los santos” que prepara la consumación de la asamblea celestial. Por la Eucaristía, el acontecimiento pascual actúa en cada cristiano y en la comunidad eclesial. La unidad cristiana es mucho más que arte pedagógico y habilidad para controlar las relaciones psicológicas y sociales, ya que arraiga en los mismos fundamentos de la fe, interiorizados vitalmente con la fuerza del Espíritu Santo por los creyentes en Jesucristo.

    3. La Eucaristía, fermento de solidaridad en el mundo

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    Pablo corrige a los fieles de Corinto porque hacen compatible indebidamente la participación en la asamblea eucarística con las rivalidades entre sí y con el desprecio de los ricos a los pobres, recordándoles que la Cena del Señor actualiza su entrega por nosotros, de modo que cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos «la muerte del Señor hasta que venga» (cf. 1Co 11,26; St 2,1 ss.). Pablo anima, exhorta y corrige desde el corazón de la fe cristiana. ¿Cómo es posible que bebiendo de la sangre de la nueva alianza respondan los de Corinto levantando grupos enfrentados? La Eucaristía debe curar las heridas diarias infligidas a la fraternidad cordial y efectiva, y también es un aldabonazo a los cristianos para compartir necesidades y bienes. El cristianismo no hace a las personas peatones de las nubes, sino consecuentes con lo que creemos y celebramos. Es sacramento del amor entre los participantes y es impulso a la fraternidad en medio del mundo.

    La celebración eucarística auténtica impulsa a las obras de caridad y al apostolado. San Justino, que nos ha transmitido la primera narración de la celebración de la Eucaristía, sin solución de continuidad, recuerda la dimensión social de la misma: «Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, dan lo que bien les parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre con ello a los huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad» (Apología I, 67). La colecta de bienes debe ser expresión generosa y clara de la oración común y de la participación en el cuerpo eucarístico de Cristo. Las plegarias eucarísticas contienen textos bellos en su formulación y ricos por su sentido. «Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana; inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado; ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, sea recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando» (Plegaria V/b).

    La Carta de Juan Pablo II Mane nobiscum Domine (7-10-2004) enseña: «La Eucaristía no solo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad. En la celebración eucarística la Iglesia renueva continuamente su conciencia de ser “signo e instrumento”, no solo de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano. La Misa, aun cuando se celebre de manera oculta o en lugares recónditos de la tierra, tiene siempre un carácter universal. El cristiano que participa en la Eucaristía aprende de ella a ser promotor de comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la vida... La Eucaristía (es) como una gran escuela de paz, donde se forman hombres y mujeres para que, en los diversos ámbitos de responsabilidad de la vida social, cultural y política, sean artesanos de diálogo y comunión» (n. 27). La participación en la Eucaristía es un «impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna» (n. 28). Por el amor mutuo y la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35; Mt 25,31-46). En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas. La comunión sacramental fortalece la comunión de la Iglesia y urge a los participantes a compartir las necesidades de los indigentes.

    La Eucaristía no solo es sacramento de la unidad en la Iglesia; es, además, fermento de paz, de solidaridad y de compromiso activo por una sociedad más equitativa y fraterna. Por ser la Iglesia “signo e instrumento” de la unidad con Dios y del género humano, hace saltar su irradiación sacramental fuera de la comunidad eclesial como dinamismo de paz y motivo de esperanza ¡Que la participación auténtica de los cristianos en la Eucaristía sea motivo de confianza para los indigentes, ya que en ellos hallarán valedores de su causa! Por la participación de la Eucaristía, en todos los rincones del mundo, se forma un fermento para que la humanidad sea una familia de hermanos y hermanas, y la globalización sea también en la solidaridad.

    La Eucaristía posee una dimensión social, enraizada en su misma naturaleza. Con razón ha unido la Iglesia la Fiesta del Corpus Christi y la organización eclesial Cáritas, urgiendo a que de la misma celebración eucarística brote la generosidad del amor fraterno; y viceversa, radicando, sin ceder a ninguna clase de “secularización”, el servicio caritativo y social de la Iglesia en la misma Eucaristía. La Iglesia ha mantenido las palabras originales para designar tres realidades fundamentales de su vida, a saber, Evangelio, Eucaristía y Cáritas. ¡Que las palabras contribuyan a conservar su sentido originario!

    San Juan Crisóstomo relaciona con vigor y elocuencia dos palabras de Jesús: «¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: “Esto es mi cuerpo”, y con su palabra llevó a realidad lo que decía; afirmó también: “Tuve hambre, y no me disteis de comer”, y más adelante: “Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeños, a mí en persona lo dejasteis de hacer”. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos» (Homilías sobre el Evangelio de san Mateo, 50, 3).

    Llegamos así al término de nuestra reflexión sobre la estrecha relación entre unidad de la Iglesia y Eucaristía. Desde el principio de la historia de la Iglesia la celebración eucarística y el amor cristiano han estado íntimamente unidos, ya que la Eucaristía es el memorial de la entrega de Jesús, por amor del Padre y de los hombres, en manos de sus perseguidores. La Trinidad santa se hace fuente de la comunión que renueva sin cesar a la Iglesia como una fraternidad y como fermento de paz en medio del mundo, por la participación en la mesa del Señor. La Eucaristía es el banquete pascual que crea comensalidad entre los invitados.