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Discurso
Presentación de Cartas Credenciales
de seis nuevos embajadores ante la Santa Sede
13 de diciembre de 2012
Temas: educación (antropología y verdad).
Publicado: BOA 2012, 710.
Señora y señores embajadores:
Con gusto os recibo con motivo de la presentación de las Cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios ante la Santa Sede de vuestros respectivos países: República de Guinea, San Vicente y Granadinas, Níger, Zambia, Tailandia y Sri Lanka. Os agradezco las cordiales palabras que me habéis dirigido y también los saludos que me habéis transmitido de parte de vuestros respectivos jefes de Estado. Correspondiendo, os estaría agradecido de que pudierais hacerles llegar mis mejores deseos para sus personas y para el desempeño del encargo al servicio de sus pueblos. Ruego a Dios que conceda a todos vuestros conciudadanos llevar una vida pacífica y digna en la concordia y en la unidad.
Examinando los numerosos desafíos de nuestra época, podemos constatar que la educación ocupa un puesto de primer plano. Esta se desarrolla actualmente en contextos en los que la evolución de los estilos de vida y de conocimiento crea fracturas humanas, culturales, sociales y espirituales inéditas en la historia de la humanidad. Las redes sociales, otra novedad, tienden a sustituir a los espacios naturales de la sociedad y de la comunicación, convirtiéndose con frecuencia en el único punto de referencia de la información y del conocimiento. La familia y la escuela no parecen ser ya el terreno fértil, primario y natural del que las generaciones jóvenes obtienen la savia nutritiva de su existencia. Además, en los ámbitos escolares y académicos, la autoridad de los maestros y profesores se pone en discusión, y, lamentablemente, la competencia de algunos de ellos no está exenta de parcialidad cognitiva y de carencias antropológicas, excluyendo o limitando así la verdad sobre la persona. Esta es un ser integral, y no una suma de elementos que se pueden aislar y manipular al gusto de cada uno.
La escuela y la universidad parecen haberse vuelto incapaces de proponer proyectos creativos que contengan una teleología trascendental capaz de seducir a los jóvenes en su ser más profundo, aunque estos últimos, aun preocupados por su futuro, estén tentados por el mínimo esfuerzo y el éxito fácil, utilizando a veces de modo inapropiado las posibilidades que ofrece la tecnología contemporánea. Muchos querrían tener éxito y obtener rápidamente un estatus social y profesional importante, desinteresándose de la formación, de las competencias y de la experiencia requeridas. El mundo actual y los adultos responsables no han sabido darles los puntos de referencia necesarios. La disfunción de algunas instituciones y de algunos servicios públicos y privados, ¿no podría explicarse por una educación mal garantizada y mal asimilada?
Retomando las palabras de mi predecesor, el papa León XIII, estoy convencido de que «la verdadera dignidad y excelencia del hombre radica en lo moral, es decir, en la virtud; y la virtud es patrimonio común de todos los mortales, asequible por igual a altos y bajos, a ricos y pobres» (Rerum novarum, 19). Así que invito a vuestros gobiernos a contribuir con valentía al progreso de nuestra humanidad favoreciendo la educación de las nuevas generaciones mediante la promoción de una antropología sana, base indispensable para toda educación auténtica, y conforme al patrimonio natural común. Esta tarea podría pasar, ante todo, por una reflexión seria sobre los distintos problemas existentes en vuestros respectivos países, donde algunas opciones políticas o económicas pueden socavar solapadamente vuestros patrimonios antropológicos y espirituales. Estos han pasado por el tamiz de los siglos, y se han construido pacientemente sobre fundamentos que respetan la esencia del ser humano en su realidad plural, permaneciendo a la vez en perfecta sintonía con el conjunto del cosmos. Invito a vuestros gobernantes a tener el valor de aprestarse para la consolidación de la autoridad moral —comprendida como llamada a una coherencia de vida— necesaria para una auténtica y sana educación de las generaciones jóvenes.
El derecho a una educación en los valores justos jamás debe negarse ni olvidarse. El deber de educar en tales valores nunca se debe impedir o debilitar por cualquier tipo de interés político nacional o supranacional. Por lo tanto, es necesario educar en la verdad y para la verdad. Pero, «¿qué es la verdad?» (Jn 18,38), se preguntaba ya Pilato, que era un gobernador. En nuestros días, decir la verdad se ha vuelto sospechoso, querer vivir en la verdad parece superado, y promoverla parece ser un esfuerzo vano. Con todo, el futuro de la humanidad se halla también en la relación de los niños y de los jóvenes con la verdad: la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la creación, la verdad sobre las instituciones, y así sucesivamente.
Además de la educación en la rectitud del corazón y de la mente, los jóvenes tienen también necesidad, hoy más que nunca, de ser educados en el sentido del esfuerzo y de la perseverancia en las dificultades. Es necesario enseñarles que cada acto que realiza la persona debe ser responsable y coherente con su deseo de infinito, y que tal acto acompaña su crecimiento con vistas a la formación para lograr una humanidad cada vez más fraterna y libre de tentaciones individualistas y materialistas.
Permitidme que, a través de vosotros, salude a los obispos y a los fieles de las comunidades católicas presentes en vuestros países. La Iglesia lleva a cabo su misión en la fidelidad a su Señor, y con el deseo ardiente de aportar su contribución específica a la promoción integral de vuestros conciudadanos, en particular mediante la educación de los niños y de los jóvenes. Ella participa cada día en los esfuerzos comunes para el crecimiento espiritual y humano de todos, a través de sus estructuras educativas, caritativas y sanitarias, dando importancia a un nuevo despertar de las conciencias en el respeto mutuo y en la responsabilidad. En este sentido, aliento a vuestros gobernantes a seguir permitiendo a la Iglesia que se ocupe libremente de sus ámbitos tradicionales de actividad, que, como sabéis, contribuyen al desarrollo de vuestros países y al bien común.
Señora y señores embajadores: al comenzar oficialmente vuestra misión ante la Santa Sede, os expreso mis mejores deseos, asegurándoos el apoyo de los diversos servicios de la Curia romana en el desempeño de vuestras funciones. A tal fin, invoco gustosamente sobre vosotros y vuestras familias, y sobre vuestros colaboradores, la abundancia de las bendiciones divinas.