Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

Renuncia del papa Benedicto XVI

Eucaristía de acción de gracias
por el pontificado de Benedicto XVI

24 de febrero de 2013


Temas: Benedicto XVI (ministerio y renuncia).

Publicado: BOA 2013, 16.


El lunes 11-2-2013, el papa Benedicto XVI comunicó, en un consistorio de cardenales, su decisión libre de renunciar al ministerio de obispo de Roma, sucesor de san Pedro . Orando y reflexionando ante Dios, y buscando el bien de la Iglesia, ha llegado a la certeza de que, dada su edad de casi 86 años, no tiene fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio que le fue confiado el 19-4-2005 . La Sede de San Pedro queda vacante desde el 28-2-2013 a las 20 horas.

La presente celebración ha sido convocada para agradecer a Dios el ministerio de Benedicto XVI. A la Eucaristía, que por su misma naturaleza es siempre acción de gracias a Dios por la entrega de su Hijo Jesucristo, unimos hoy como Iglesia diocesana este motivo de especial gratitud.

Un manojo de sentimientos se unieron en nuestro espíritu ante la noticia de la renuncia: el estupor con la sorpresa, desconcierto, pregunta, silencio y paralización que provoca; el respeto por la decisión tomada en la conciencia iluminada por Dios, ante la cual nos detenemos como en el umbral de un santuario; un cierto deje de tristeza y sensación de pérdida; el afecto cordial a su persona por su dedicación sin reservas y por su entrega sacrificada a la misión encomendada por el Señor; y, ante todo y sobre todo, un sentimiento de honda gratitud por su ministerio tan intenso y generoso; estamos convencidos de que ha sido un don de Dios para la Iglesia y la humanidad. Nos unimos al papa Benedicto XVI en la confianza de que el Señor conduce a la Iglesia a través de los diversos acontecimientos, también en la hora presente de la historia. Esta confianza, como hemos podido percibir, ha otorgado a Benedicto XVI serenidad, y a nosotros nos ayuda a unir la gratitud por su ministerio a punto de concluir con la esperanza en el servicio del nuevo papa que pronto recibiremos. ¡Gracias, Santo Padre!

Quiero subrayar dentro de esta celebración, en esta coyuntura tan importante para Benedicto XVI y para la vida de la Iglesia, unas palabras de Jesús dirigidas a Pedro en el pórtico de la pasión: «Simón, yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22,32). El sucesor de Pedro, Benedicto XVI, nos ha confirmado en la fe en una situación marcada por la incertidumbre, la confusión y la búsqueda de nuevos horizontes misioneros. A la sombra del Papa y custodiados por él, nos hemos sentido como hijos seguros y bien protegidos. Con su penetración nos ha potenciado la mirada para diagnosticar las luces y las oscuridades de nuestro mundo y las necesidades de la misión de la Iglesia. El papa, por su ministerio, es maestro en la fe; pues bien, esa dimensión ha brillado de manera eminente en los casi ocho años del ministerio petrino ejercido por Benedicto XVI. El papa es fundamento y principio visible de unidad de toda la Iglesia en la fe y en el amor. En una situación indigente de luz, nos ha ayudado a profesar la fe cristiana con mayor fidelidad y lucidez; de este servicio se han beneficiado también otras confesiones cristianas, como algunos han reconocido.

Hay homilías de Benedicto XVI que pueden formar parte de una antología junto con otras de san León Magno y san Agustín. Son textos claros, profundos, sencillos, espirituales y bellos. Ha simplificado lo más complejo sin perder hondura y riqueza. Hemos experimentado el gozo de entenderlo y de ser entendidos por él a la hora de exhortarnos. Hemos sido edificados constantemente por su predicación en la fe, el amor y la esperanza. La publicación de sus escritos, que han llegado por diferentes vías hasta nosotros, nos ha abastecido de piezas realmente escogidas.

Su larga vida, dedicada intensamente al estudio, a la reflexión y a la escritura, ha desembocado en este extraordinario bagaje en la Cátedra de Pedro. En ocasiones singulares donde se había creado una gran expectación, como intervenciones en universidades, diálogos con intelectuales abiertos al sentido de la existencia, o discursos en parlamentos, ha emitido diagnósticos hondos y acertados. Estos discursos luminosos han mostrado cuál es el lugar de la fe cristiana y de la Iglesia en nuestro mundo. Ha defendido la fe en Dios que no se identifica con el irracionalismo ni debe ceder ante la violencia. En nuestro mundo plural, ha apuntado a una forma nueva y respetuosa de relación de la Iglesia con las sociedades, los estados y las religiones. Se ha acercado con la doble antorcha de la fe y de la razón a un mundo que frecuentemente se olvida de Dios, y ha pedido a la humanidad que no se desentienda de la verdad. Sin verdad sobreviene el caos y nos cerramos a un futuro realmente humano. Ha prestado a todos, creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos, católicos y no católicos, un impagable servicio orientador que no debe ser pasado por alto. Estas intervenciones forman un conjunto que, por su lucidez, perspicacia, hondura en la verdad y generosidad en el amor, debe ser recordado y releído. Su ministerio y su persona han sido como un faro de Dios en medio del mundo.

Todo esto confluye en la nueva evangelización, que, siguiendo la invitación de Juan Pablo II, ha proseguido Benedicto XVI. Para afrontarla nos ha ofrecido orientaciones fundamentales. Ante la necesidad evangélica de purificar la Iglesia, Su Santidad Benedicto XVI, apoyado en el Señor, con la valentía que confiere la humildad, ha llevado a cabo una tarea que es también guía para el futuro. ¡Cuánto ha deseado Benedicto XVI que la luz de Cristo vencedor del pecado y de la muerte brille en el rostro de la Iglesia para irradiarla a la humanidad!, como enseñó el Concilio Vaticano II, en el que el joven teólogo Joseph Ratzinger participó.

El cardenal Ratzinger esperaba que le fuera aceptada la renuncia varias veces presentada como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, labor que ejerció muchos años, durante los cuales fue para Juan Pablo II apoyo seguro y vigoroso; se había propuesto escribir un libro sobre Jesús de Nazaret, teniendo como referente El Señor de su profesor Romano Guardini. Pero, en esa situación, murió Juan Pablo II y él fue elegido como sucesor. Algo de su renuencia instintiva y de su obediencia a Dios ha dejado entrever en algunas ocasiones. Ha vivido ante Dios, renunciando a sus proyectos cuando el Señor le pidió un duro servicio como a un “humilde siervo en su viña” y aceptando los caminos providenciales de Dios.

Escribir el libro Jesús de Nazaret fue un proyecto de su vida, no simplemente académico, y acariciado durante muchos años. En medio de incontables tareas y preocupaciones, interrumpiendo mil veces la redacción, con perseverancia y sin desmayos, nos ha ofrecido en tres volúmenes sus reflexiones como teólogo, siendo papa; este escrito, sin mezclar indebidamente competencias, ha contribuido también a su misión de pastor y de maestro de la Iglesia universal. Su larguísima preparación y su reflexión sobre la cuestión de Jesús tal y como se ha planteado en nuestro mundo le ha conducido a realizar, en unas condiciones poco propicias, un trabajo que es un servicio inapreciable para nosotros: El Jesús real no se identifica con el reconstruido por la investigación histórico-crítica, sino con el Jesús de los Evangelios leídos con la ciencia exegética y la fe cristiana. La fe no tergiversa, sino que confiere una mirada más honda sobre Jesús de Nazaret. Con la luz de la fe, confesamos a Jesús desfigurado en Getsemaní y transfigurado en el monte Tabor, como hemos escuchado en el evangelio.

El papa Ratzinger siempre unió la responsabilidad ante la fe y la razón, la profesión creyente en Jesús y el respeto por la historia, la fe que busca entender y el deseo de entender la fe. Con su manera de proceder, ha sido un maestro de metodología teológica para sus anteriores colegas. Los espíritus más perspicaces de nuestro tiempo han entendido que la fe también da un impulso a la razón para que no decaiga su atrevimiento ni se resigne a tratar solo lo funcional, verificable y cuantitativo. La razón debe ampliar su campo a muchas realidades humanas que forman parte de la vida del hombre, entre ellas la apertura a la trascendencia.

Benedicto XVI no se ha aferrado al poder ni ha huido ante las dificultades. Por amor a la Iglesia, ante la constatación de sus fuerzas ya escasas e incesantemente viniendo a menos, y ante la complejidad del ministerio petrino en nuestro tiempo, consciente de que ya no puede ejercerlo adecuadamente, ha llegado a la certeza, en la presencia de Dios, que es el testigo de los movimientos del corazón, de que en adelante puede servir mejor a la Iglesia en la oración y en la vida escondida. En el dinamismo de su fragilidad creciente y de los desafíos actuales a la fe y a la Iglesia, antes de llegar a situaciones más apuradas, ha tomado la decisión totalmente libre de renunciar. En esta determinación tan importante se han aunado la obediencia a Dios, Señor de nuestros límites; el amor a la Iglesia, por la que ha trabajado tanto en diversos lugares y tareas; la humildad con la que aceptó el ministerio de Pedro y con la que renuncia a él; y la valentía para adoptar una decisión de esta envergadura, que prácticamente no tiene precedentes pero que probablemente sentará precedentes. La humildad cristiana no encoge el ánimo, sino que otorga valentía para tomar las decisiones en conciencia ante Dios, sin buscar el aplauso ni temer la incomprensión.

Hace unos días, Benedicto XVI nos pidió que oráramos por él; al dar gracias por su ministerio y por su vida, le encomendamos a Dios. Lo confiamos especialmente a Nuestra Señora de Altötting, a cuyo santuario peregrinó desde pequeño. Nos unimos a su plegaria para que “asista con su bondad maternal a los padres cardenales en la elección del nuevo Sumo Pontífice”. Os agradezco, queridos hermanos, vuestra presencia y participación en esta celebración.