Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Meditación

Semana Santa 2013

Ante el Santo Cristo de la Paz

24 de marzo de 2013


Temas: Jesucristo y paz.

Publicado: BOA 2013, 119; Revista Oficial de la Junta de Semana Santa de Medina de Rioseco (Medina de Rioseco. Semana Santa 2013) Segunda Época 26, (2013), 8-9.


Jesús recibe en el Nuevo Testamento varias decenas de nombres; unos son títulos mesiánicos, y otros símbolos que significan la dimensión salvífica de su vida, muerte y resurrección. La Carta de San Pablo a los Efesios designa a Jesús como «nuestra Paz» (Ef 2,12-18), ya que derribó el muro que separaba a judíos y gentiles.

Ante el Cristo de la Paz, que recorre el Viernes Santo las calles y plazas de Medina de Rioseco, formando parte de su incomparable Semana Santa, conocida merecidamente en el mundo, hagamos algunas consideraciones sobre la paz adquirida por Jesús a través de su muerte. Jesús está en el origen de la pacificación más profunda de la humanidad.

a) Levantamos diariamente muros de separación y de ruptura entre nosotros: entre persona y persona, en el matrimonio y la familia, entre los grupos sociales, entre los mismos cristianos; unos pueblos contra otros, bloques de la humanidad enfrentados y divididos. Durante decenios, el llamado “muro de Berlín” dividió, no solo a la ciudad y a Alemania, sino también a Europa, y se proyectó sobre la humanidad, creando bloques contrapuestos y años de “guerra fría”. En la misma ciudad de Jerusalén se levantó un muro llamado “de la vergüenza”. Y otro muro de cientos de kilómetros, construido en los últimos años, separa el territorio de Israel del territorio palestino; este muro afecta a la ciudad de Belén. Ha habido diversas formas de separaciones y rupturas: apartheid entre negros y blancos, discriminación entre los de dentro y los de fuera, entre los nuestros y los otros, entre ricos y pobres, entre varones y mujeres. Llama la atención cómo, incluso en situaciones graves, somos incapaces de concertar voluntades y unir esfuerzos para responder adecuadamente a los desafíos que amenazan a todos. ¿Cuál es la fuerza que alimenta estas divisiones y levanta tantos muros entre los hombres? Ciertamente contribuyen a ello el miedo y la debilidad. San Pablo habla de la enemistad.

b) Jesús ha dado muerte al odio en la cruz para reconciliar a través de su sangre a todos los hombres, a los judíos y a los gentiles, en su cuerpo entregado y glorioso. Recordemos cómo Jesús pidió perdón al Padre para los que lo crucificaban e insultaban estando colgado en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34; cf. Is 53,12). No devolvió insulto por insulto (cf. 1P 2,23; 2Co 5,18-21). Si la sangre de Abel reclamaba venganza al cielo (cf. Gn 4,9-12), la sangre de Jesús, en cambio, habla mejor que la de Abel, ya que solicita perdón y misericordia (cf. Hb 12,24). Es más excelente ofrecer perdón que exigir rigurosamente el cumplimiento de la ley del talión (“ojo por ojo y diente por diente”); por ese camino, todos quedaríamos desdentados y tuertos o ciegos, es decir, nos destruiríamos unos a otros. «La sangre de Jesús es más elocuente que la de Abel, porque la sangre de Abel pedía la muerte de su hermano fraticida, mientras que la sangre del Señor imploró la vida para sus perseguidores» (san Gregorio Magno, Sobre el libro de Job, en: Oficio de las Horas II, p. 221).

Jesús ha realizado en el momento crucial de su vida lo que enseñó con una originalidad sin precedentes: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen» (Lc 6,27-28). Jesús enseña lo que vive y vive lo que enseña (cf. Mt 18.21-22.35); y sus discípulos, que habían escuchado la enseñanza del Maestro, que sabían cómo había muerto y que en la resurrección recibieron el sello de la paz, practicaron el perdón (cf. Hch 7,60) y lo anunciaron a todos (cf. Hch 10,42-43; 2Co 5,18-21). Vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21) es lo contrario de la espiral de violencia que aumenta indefinidamente el mal. Matando el rencor en el corazón con los buenos sentimientos, imitando con las palabras y las obras la bondad del Padre del cielo, no tomando cuentas del mal, se construye la paz. Contra lo que pensamos instintivamente, el perdón no es señal de poca personalidad ni debilita las relaciones humanas; al contrario, el perdón manifiesta la grandeza del alma y abre las vías al futuro y a la esperanza; el perdón abre a un nuevo comienzo. La cruz, convertida por Jesucristo en árbol de salvación, es revelación del amor de Dios, de la sabiduría evangélica, de la genuina libertad y de la paz verdadera.

c) ¿Qué impulso levanta muros de división entre los hombres y mantiene las heridas emponzoñadas? Jesús mató en su corazón el odio, que es el germen de la división. Perdonando, ha derribado el muro de separación que es la enemistad; ahí reside el centro de ese pasaje de la Carta de San Pablo. Jesús enseñó: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro del corazón de los hombres salen las intenciones malas» (Mc 7,20-21). Del corazón salen las rivalidades, las divisiones, la envidia, la avaricia, los adulterios (cf. Ga 5,19-26). De lo que hay en el corazón hablan los labios; la violencia se gesta y se fragua en la cabeza y en el corazón; no se desarman las manos si no se pacifica el corazón ni aclara la mente sus confusiones y engaños. Solo con un “corazón nuevo”, con “un corazón de carne” (cf. Ez 36,26), podemos ser auténticamente pacificadores y creadores de un mundo nuevo y mejor. Si el Espíritu del Señor no reúne a los dispersos ni derrama el amor en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), no podemos amar como Jesús nos ha amado (cf. Jn 13,34). ¡Que el Espíritu del Señor venza en nosotros el deseo de revancha, desoyendo el adagio tentador “el que me la hace me la paga”; que nos libere del resentimiento, que es como veneno del alma; que destruya el “nido de víboras” al que a veces se parece nuestro corazón! Decir “sí” al otro es restablecer la convivencia con él y mostrarle disponibilidad a caminar juntos. El perdón une a los enemigos para construir en concordia el futuro.

d) Jesús es el «Mediador de una nueva alianza» (Hb 12,24). A través de la muerte pacificadora de Jesús, Dios ha sellado la alianza eterna con la humanidad. Jesús, en la última cena con sus discípulos antes de morir, instituyó el memorial de su muerte, aceptada libremente por nosotros. Al participar del pan, que es comunión con el cuerpo del Señor entregado por nosotros, y al beber de la copa de la nueva alianza, que contiene la sangre de Cristo, entramos en comunión profunda de alianza de amor con el Señor y entre nosotros. El signo de la paz que intercambiamos en la celebración eucarística es muy elocuente; Jesús, presente en la Eucaristía, nos da su paz, paz que compartimos los participantes a través de un signo expresivo (un apretón de manos, un abrazo, un beso, una inclinación de respeto); y lo celebrado nos emplaza a ser pacificadores allí donde transcurra nuestra vida diaria y encontremos hermanos.

¡Que por la celebración de la Semana Santa aprendamos la lección de la paz en la escuela que es la pasión del Señor!