Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

Imprimir A4  A4x2  A5  

Catequesis

Año de la fe 2012-2013

«Descendió a los infiernos»

16 de marzo de 2013


Temas: Jesucristo (descenso a los infiernos).

Publicado: BOA 2013, 112.


En una ocasión me preguntó una chica: “¿Cómo Jesús, siendo Hijo de Dios, pudo bajar al infierno?” Probablemente también a nosotros nos resulte extraña esa confesión del Credo. ¿Qué significa realmente «descendió a los infiernos»?

El Credo es una síntesis de la fe de la Iglesia, respaldada por palabras y frases del Nuevo Testamento; así ocurre también en relación con esta fórmula, que junto con la afirmación «Al tercer día resucitó de entre los muertos», forma el artículo quinto del Símbolo Apostólico. Ef 4,9-10 relaciona la ascensión del Señor con el descenso: «Decir que subió supone que había bajado a lo profundo de la tierra, y el que bajó es el mismo que subió por encima de los cielos para llenar el universo». “Infiernos” significa ‘partes inferiores de la tierra’; es la morada de los muertos, el sheol o el Hades (cf. Hch 2,24; Flp 2,10; Ap 1,18); por ello, la palabra “resucitar” significa en este contexto sacar a alguien de los infiernos, del reino de la muerte.

El primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos es que murió, o, de otra manera, bajó a la morada de los muertos; así se entiende que resucitara de entre los muertos (cf. Hch 3,15; Rm 8,11; 10,6-9; 1Co 15,20). El marco representativo de los antiguos es que el cosmos tiene tres dimensiones: la tierra, los infiernos y el cielo. Se atiene a este esquema Flp 2,10, que recoge probablemente parte de un himno cantado por la comunidad cristiana: «Ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en el abismo». Jesús resucitado es el Señor exaltado por Dios por encima de todo. Teniendo en cuenta este imaginario cultural, no podemos identificar sin más los infiernos adonde descendió Jesús (llamados también “seno de Abrahán”) con el infierno o lugar de la condenación (cf. Dn 12,2; Mt 25,46; Jn 5,29).

Jesús compartió la muerte con sus hermanos los hombres, cargando todo su peso (cf. Hb 2,14-15); padeció la angustia de Getsemaní, el abandono de la cruz, el silencio de Dios Padre. Su muerte no fue solo una realidad biológica, sino también existencial, del Hijo encarnado, padeciendo en su cuerpo, en su alma y en su espíritu. Bajó a la morada de los muertos, al silencio y a las sombras de la muerte, a los infiernos, al sheol. La expresión “bajó a los infiernos” se sitúa en el Credo entre la muerte y la resurrección; por una parte, expresa la muerte en toda su dureza y abandono, y, por otra, «rotas las cadenas de la muerte, asciende, victorioso, del abismo» (Pregón de la Vigilia Pascual). El poder de la muerte no retuvo a Jesús en sus garras para siempre; fue levantado a la vida nueva por la resurrección y a lo alto del cielo por la ascensión (cf. Hch 2,24-36). Tanto el descenso al Hades como el ascenso de la región de los muertos (cf. Hb 13,20), de los infiernos, se expresa en un texto siempre citado en nuestra cuestión, en 1P 3,18-19; 4,6. Jesús anunció la Buena Nueva también a los muertos, ampliando la irradiación del mensaje predicado en la tierra con la proclamación evangélica a los hombres de todos los tiempos y lugares.

Una preciosa homilía antiquísima para el Sábado Santo nos dice a este propósito: «Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción el abismo. Va a buscar a nuestro primer padre como si este fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que aún viven en tinieblas y en sombras de muerte. Va a liberar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva. El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo, nuestro primer padre, Adán, exclama y dice a todos: “Mi Señor está con todos”. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: “Y con tu espíritu”. Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tú luz” (cf. Ef 5,14). Por ti, yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo. Levántate, salgamos de aquí». Un texto venerable de maitines de la liturgia bizantina canta a Jesús: «Cuando bajaste a la muerte, oh Vida inmortal, diste muerte al abismo con el fulgor de tu divinidad». En el abismo, en los infiernos, adonde Jesús descendió al morir, se anuncia la victoria del Resucitado. Recordemos también unas palabras del Apocalipsis dirigidas por el Señor a Juan en una visión: «No temas, soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo» (Ap 1,18). Sirviéndonos de la forma literaria utilizada en este artículo de la fe, podemos decir que la resurrección de Jesús crucificado arranca desde la morada de los muertos, desde los infiernos; resucitó de entre los muertos. Como Crucificado, se ha solidarizado con todos los sometidos al poder de la muerte, pero, como Resucitado, libera a cuantos esperaban al Mesías Redentor.

El sentido de la fórmula «descendió a los infiernos» es básicamente el siguiente: En la resurrección de Jesús Crucificado, Dios ha vencido el poder de la muerte, y con Él ha dado a los hombres la garantía de la resurrección y de la vida eterna (Alois Grillmeier). Bajar a los infiernos no es otra cosa que el morir de Cristo en su angustia y sufrimiento concretos. «Descendió a los infiernos» es una expresión peculiar de la muerte de Cristo y de su sentido salvífico; por ello, se comprende que pueda ser contenido de la predicación apostólica y de la confesión bautismal, del Credo de la fe cristiana.

Por la fe en Jesucristo, que murió y descendió a los infiernos, podemos unirnos con serenidad a su muerte. Acompañados por Él y tomados de su mano, podemos cruzar confiadamente el umbral de la muerte, que es la puerta para entrar en la vida eterna.