Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

Semana Santa 2013

Misa Crismal

28 de marzo de 2013


Temas: sacramento, nueva evangelización, y Benedicto XVI y Francisco.

Publicado: BOA 2013, 104.


Queridos hermanos presbíteros y diáconos, queridos religiosos y consagrados, queridos fieles todos: Os expreso mi afecto y gratitud en el Señor por vuestra presencia, por vuestra fe y caridad cristianas, y por vuestro servicio apostólico.

La misa crismal une tres realidades que sustentan nuestra vida: consagración, misión y evangelización. El Espíritu del Señor nos ha ungido y enviado para anunciar la Buena Noticia a los que sufren, a los pobres, a los pecadores, a quienes están agobiados por el peso de la vida. Esta celebración es una manifestación especial de la comunión de presbíteros y obispo en la consagración, y de fraternidad pastoral. Yo os muestro una vez más mi cercanía en los trabajos, gozos y sufrimientos apostólicos. Agradezco el servicio a los catequistas, a cuantos colaboran en la liturgia y en el canto, a los que participan en la pastoral de los enfermos, y a quienes se ocupan de los necesitados de pan, de casa y de amor en la actual situación económica y social.

Van a ser bendecidos los óleos de los enfermos y de los catecúmenos; será consagrado también el santo crisma para ungir en el sacerdocio bautismal y en el ministerio sacerdotal. Es una celebración desde la cual, a modo de fuente, fluye a todos los rincones de la diócesis el aceite santo para los sacramentos. Permitidme un par de reflexiones en este marco celebrativo singular.

La primera es la siguiente. El aceite con el que somos ungidos para recibir el Espíritu Santo que alivie en la enfermedad y nos dé valentía en el testimonio del Señor, el agua con la que somos purificados y regenerados, el pan y el vino que en la Eucaristía se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo para ser alimento de vida eterna, son bienes de la creación, de la tierra y del trabajo del hombre. Estos dones ordinarios son, en los sacramentos, mediación de la gracia salvífica de Dios. Los sacramentos se sitúan en la onda expansiva de la encarnación del Hijo de Dios. La inclinación compasiva de Dios hacia nosotros, su querencia profunda a la humanidad, su condescendencia benevolente, se expresa en los sacramentos. Son inseparablemente elementos de la creación, actuación del Espíritu Santo, toque de Dios en el corazón de cada persona, y realización de la Iglesia. Dios viene humildemente a nosotros en los sacramentos; apreciemos con agradecimiento sus signos. La comunicación con Dios no es simplemente ideal, sino corporal también. No son signos vacíos, sino participación real en el misterio de la salvación. ¡No nos escandalicemos de los caminos sencillos del Señor! Celebremos la Liturgia con el respeto religioso y la noble sencillez deseada por el Concilio, y con la piedad expresiva de la fe de quienes acogen la cercanía de Dios.

Otra reflexión quiero hacer. Venimos asumiendo poco a poco el desafío de la Nueva Evangelización, a la que nos han invitado reiteradamente Juan Pablo II y Benedicto XVI, y sobre la cual versó la última Asamblea del Sínodo de los Obispos, celebrada durante el mes de octubre de 2012 , coincidiendo con la conmemoración de los 50 años del comienzo del Concilio Vaticano II y con el inicio del Año de la Fe , inaugurado solemnemente el 11-10-2012 . Estas efemérides son citas preciosas que a todos nos atañen.

Podemos distinguir fácilmente tres clases de destinatarios de la Nueva Evangelización en nuestras latitudes. En primer lugar, todos nosotros necesitamos un nuevo despertar a la fe a veces adormecida, alentar sobre las cenizas que la recubren ocultando su brasa, recibir nuevamente la alegría de creer (cf. Lc 1,45; Jn 20,29; Rm 15,13), y ser ungidos con vigor por el Espíritu Santo para testificar al Señor con las palabras y con las obras. Todos nosotros necesitamos la Nueva Evangelización, ser evangelizados de nuevo.

Hay otro ámbito de destinatarios de la Nueva Evangelización, a saber, las generaciones que van llegando, niños, adolescentes y jóvenes. La Nueva Evangelización tiene que ver con la iniciación cristiana, sobre la que estamos trabajando en el Consejo Presbiteral y en el Consejo Diocesano de Pastoral. Lo que hace algunos decenios era suficiente para transmitir la fe cristiana, ahora no basta. Debemos darnos cuenta de la novedad de la situación para responder adecuadamente a sus retos con la ayuda del Señor, que hará fecundos nuestros trabajos.

Hay un tercer grupo de personas, que hace unos años eran poco significativas sociológicamente, pero que en la actualidad reflejan una postura probablemente bastante difundida; me refiero a los que se muestran religiosamente indiferentes y se encogen de hombros, como si no fueran concernidos por la cuestión de Dios; los que al parecer se desentienden de la fe, los que viven como si Dios no existiera, los que se reconocen no creyentes o incluso ateos, actuando unas veces con respeto a la fe y otras de manera beligerante. Hay personas que buscan a Dios, y según dicen no lo han encontrado todavía; otros se han instalado en la finitud y en una actitud cerrada a la trascendencia. En todas estas clasificaciones debemos someter nuestro juicio a Dios, el único que conoce a quienes creen en Él y lo «buscan con sincero corazón» (Plegaria Eucarística IV). Acerquémonos con respeto a todos. La fe vivida en un ambiente general sereno parece normal, pero cuanto más se manifiesta la indiferencia en relación con Dios, tanto más es estimada la fe en Él.

Os invito a dar gracias a Dios por el don de la fe, a cuidarla como un tesoro, a cultivarla con la plegaria y la formación como una planta delicada, y a hacerla fecunda en el amor a Dios y al prójimo, particularmente a los pobres de pan y de esperanza. La fe es una luz para caminar por la vida sin tropezar, una llave para abrir el libro de la Sagrada Escritura, una clave para descifrar el sentido de la existencia, y un cimiento seguro para no vacilar. Sin la fe, que es luz y fuerza, perdemos la orientación como personas, como discípulos de Jesús y como apóstoles. «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Señor, auméntanos la fe. Nos ponemos a la sombra de «la nube de testigos» (cf. Hb 12,1) que recuerda Benedicto XVI en su Carta Porta fidei, 13 , en la que ocupa un lugar señero Santa María, la Virgen Madre de Dios, mujer creyente por excelencia. «Fijemos los ojos en Jesús, que inició y completa nuestra fe» (Hb 12,2). ¡Que el aprecio por la fe, que hemos recibido y queremos vivir, se convierta en estímulo para la evangelización! Os pido que asumamos con ánimo decidido y concorde las próximas orientaciones pastorales diocesanas sobre la iniciación cristiana.

En las últimas semanas hemos vivido intensamente acontecimientos de gran calado y trascendencia para la vida de la Iglesia, y también para la humanidad. Después del gran regalo de Dios que ha sido el papa Benedicto XVI, hemos recibido el gran regalo de Dios que es el papa Francisco . Lo fundamental para nosotros, católicos, es que en cada uno de ellos, sucesivamente, pervive Pedro, elegido por Jesucristo para ser roca de la Iglesia, para confirmarnos en la fe y para apacentar su rebaño. Cada uno de los papas pone a disposición de la Iglesia, en el cumplimiento del ministerio petrino, lo que ha recibido y ha vivido en el recorrido de su vida. Benedicto XVI ha sobresalido en la Iglesia como maestro de la fe cristiana, que durante muchos años había profundizado teológicamente. El papa Francisco es un pastor experimentado y cercano, directo y claro; ha sido percibido como una bocanada de aire fresco, invitándonos a no ceder al pesimismo ni a la tristeza, sino estar siempre alegres en el Señor. Al predicar el Evangelio, con su gozo y su cruz, ha aludido a su experiencia humana y cristiana, que no silencia sino que incorpora como sencilla testificación. Nuestro Señor Jesucristo, que acompaña a la Iglesia en su travesía por el mar de la historia, ha pasado el timón de la nave de Benedicto a Francisco. Nos sentíamos seguros antes y nos sentimos seguros ahora.

Queridos hermanos sacerdotes: en el día en que renovamos las promesas de nuestra ordenación, os recuerdo algunos rasgos de la vida del papa Francisco que pueden alentarnos eficazmente. En un capítulo titulado “La primavera de la fe” dentro de una entrevista, publicada hace tres años y editada de nuevo en los últimos días, responde a diferentes preguntas sobre su vocación sacerdotal y sobre su vida ministerial. Me ha parecido muy oportuno, en la presente misa crismal, dentro del Año de la fe, en este comienzo del ministerio del papa Francisco y con la esperanza que comporta para la Iglesia, hacerme eco de algunas respuestas del entonces cardenal Bergoglio y hoy papa Francisco. Comunica abiertamente al entrevistador que una confesión sacramental «despabiló su fe» y cambió su vida. Recuerda su sorpresa y estupor, como los de un encuentro con Jesucristo. Utiliza una expresión que podemos calificar de muy linda, con neologismo incorporado: «Desde ese momento, para mí, Dios es el que te “primerea”» (Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, El papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio, Barcelona 2013, p. 51).

¿Qué quiere decir el entrevistado con la palabra “primerea”? Dos cosas, y ambas muy sugerentes. En primer lugar, significa que Dios toma la delantera. «Uno lo está buscando, pero Él nos busca primero. Uno quiere encontrarlo, pero Él nos encuentra primero» (p. 48). «Me di cuenta de que Dios me estaba esperando. Él nos ha amado primero (cf. 1Jn 4,19)». No encontraríamos a Dios si Él no hubiera venido a nuestro encuentro.

El segundo sentido de la palabra “primerea” está relacionado con una expresión del libro de Jeremías (Jr 1,11-12). «Dios se define ante el profeta Jeremías con estas palabras: “Soy la vara del almendro”. Y el almendro es el primer árbol que florece en primavera. “Primerea” siempre» (p. 51). Al almendro se le llama en hebreo “vigilante” porque acecha a la primavera para ser el primero en echar flores. Dios nos vigila para cuidarnos; prepara en nosotros sus caminos. Dios precede y “primerea”; despunta como brote de primavera. Queridos hermanos sacerdotes: en medio de nuestros inviernos, Dios hace renacer la vida. Dios puede convertir nuestros desiertos en vergeles y nuestros inviernos en primaveras. Dios “primerea” siempre. Con el soplo vital de Dios, también tu vida y la mía pueden reverdecer, florecer y ser fecundas. ¡Dejémonos encontrar por Dios, que suscitará en nosotros el milagro de la primavera!

Respondiendo al entrevistador, dijo el entonces cardenal Bergoglio que en la experiencia religiosa son importantes los “remansos” en los que la agitación de la vida se sosiega y la paz vence a las prisas. «Los remansos son retiros espirituales, donde el ritmo diario se frena y se da lugar a la oración» (p. 52). «El encuentro con Dios tiene que ir surgiendo desde adentro. Debo ponerme en la presencia de Dios y, ayudado por su Palabra, ir progresando en lo que Él quiera. Lo que está en el fondo de todo esto es la cuestión de la oración, que es uno de los puntos que, en mi opinión, hay que abordar con mayor valentía». El papa Francisco recurre frecuentemente a imágenes en su predicación. Si faltan remansos nos puede ocurrir lo que al vino «que en vez de añejarse, como buen vino, se pica como el malo». «La imagen del vino añejo a mí me sirve mucho como metáfora para referirme a la madurez religiosa y a la madurez humana, ya que van juntas» (p. 53). En la presencia del Señor «se producirá el diálogo, la escucha, la transformación. Mirar a Dios, pero sobre todo sentirse mirado por Él» (p. 53). Para él es un remanso precioso estar, por tiempo indefinido, ante el sagrario.

En el cumplimiento de su ministerio «quiere transitar por la misericordia» (p. 54), responde al entrevistador, con una bella expresión que le surge fácilmente al soltarse de los papeles escritos. Esta actitud compasiva se manifiesta en el lema que eligió cuando fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992: “Miserando et eligendo”, inspirado en el relato de la vocación de Mateo, a quien Jesús miró con misericordia y eligió; estas palabras condensan la experiencia del encuentro con Dios en la confesión que lo puso realmente en camino. «Esa es la manera con la que Él pide que mire siempre a los demás: con mucha misericordia y como si estuviera eligiéndolos para Él; no excluyendo a nadie, porque todos son elegidos para el amor de Dios» (p. 51).

Queridos hermanos sacerdotes, vayamos al encuentro del Señor, que una vez más viene a nuestro encuentro para ratificarnos su confianza y para renovarnos el encargo. Él se ha fiado de nosotros (cf. 1Tm 1,12), y por eso nosotros podemos responder: «Sé de quién me he fiado» (2Tm 2,12). En esta pascua “florida”, Dios hará que despunte la primavera en nuestro corazón y en nuestro ministerio. ¡No midamos las posibilidades de Dios por nuestra capacidad!

La presente celebración, en la que, unidos como miembros del presbiterio de la diócesis, renovamos las promesas sacerdotales, es una oportunidad para alentarnos mutuamente en el camino de la fidelidad. «Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa. Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras» (Hb 10,23-24) ¡Que Santa María, Virgen fiel, nos acompañe siempre!