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Catequesis

Audiencia General

Semana Santa

27 de marzo de 2013


Temas: Semana Santa.

Web oficial: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130327_udienza-generale_sp.html

Publicado: BOA 2013, 181.


Hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Me alegra acogeros en mi primera Audiencia General. Con gran reconocimiento y veneración tomo el “testigo” de manos de mi amado predecesor Benedicto XVI. Después de la Pascua retomaremos las catequesis del Año de la fe . Hoy quisiera detenerme un poco sobre la Semana Santa. Con el Domingo de Ramos hemos iniciado esta Semana, centro de todo el Año litúrgico, en la que acompañamos a Jesús en su pasión, muerte y resurrección.

¿Qué quiere decir para nosotros vivir la Semana Santa? ¿Qué significa seguir a Jesús en su camino al Calvario hacia la cruz y la resurrección? En su misión terrena, Jesús recorrió los caminos de Tierra Santa; llamó a doce personas sencillas para que permanecieran con Él, compartieran su camino y continuaran su misión. Las eligió entre el pueblo lleno de fe en las promesas de Dios. Habló a todos, sin distinción: a los grandes y a los humildes, al joven rico y a la viuda pobre, a los poderosos y a los débiles; trajo la misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló, comprendió; dio esperanza; trajo a todos la presencia de Dios, que se interesa por cada hombre y por cada mujer, como hacen un buen padre y una buena madre por cada uno de sus hijos. Dios no esperó a que fuéramos a Él, sino que Él se puso en movimiento hacia nosotros, sin cálculos, sin medida. Dios es así: Él da siempre el primer paso, se mueve hacia nosotros. Jesús vivió las realidades cotidianas de la gente más sencilla: se conmovió ante la multitud que parecía un rebaño sin pastor; lloró ante el sufrimiento de Marta y María por la muerte de su hermano Lázaro; llamó a un publicano para que fuera su discípulo; y también sufrió la traición de un amigo. En Él, Dios nos dio la certeza de que está con nosotros, en medio de nosotros. «Las zorras —dijo Él, Jesús— tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). Jesús no tiene casa porque su casa es la gente, somos nosotros; su misión es abrir a todos las puertas de Dios, ser la presencia del amor de Dios.

En la Semana Santa vivimos el momento culminante de este camino, de este designio de amor que recorre toda la historia de las relaciones entre Dios y la humanidad. Jesús entra en Jerusalén para dar el último paso, en el que resume toda su existencia: se entrega totalmente, no se queda nada, ni siquiera la vida. En la Última Cena, con sus amigos, comparte el pan y distribuye el cáliz “para nosotros”. El Hijo de Dios se ofrece a nosotros, entrega en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre para estar siempre con nosotros, para habitar en medio de nosotros. Ni en el Huerto de los Olivos ni en el proceso ante Pilato opone resistencia; se entrega, es el Siervo sufriente anunciado por Isaías que se despoja a sí mismo hasta la muerte (cf. Is 53,12).

Jesús no vive este amor que conduce al sacrificio de modo pasivo o como un destino fatal; ciertamente, no esconde su profunda turbación humana ante la muerte violenta, pero se entrega con plena confianza al Padre. Jesús se entregó voluntariamente a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre, en perfecta unión con su voluntad, y para demostrar su amor por nosotros. En la Cruz, Jesús «me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Cada uno de nosotros puede decir: “Me amó y se entregó por mí”. Cada uno puede decir esto: “por mí”.

¿Qué significa todo esto para nosotros? Significa que ese es también mi camino, el tuyo, el nuestro. Vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús no es solo la emoción en el corazón; quiere decir aprender a salir de nosotros mismos —como dije el domingo pasado — para ir al encuentro de los demás, para ir hacia las periferias de la existencia; movernos nosotros en primer lugar hacia nuestros hermanos y hermanas, sobre todo los más lejanos, los olvidados, que tienen más necesidad de comprensión, de consolación, de ayuda. ¡Hay tanta necesidad de llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y rico de amor!

Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la cruz, que ante todo no es la del dolor y la muerte, sino la del amor y la entrega de sí que trae vida; es entrar en la lógica del Evangelio. Seguir, acompañar a Cristo, permanecer con Él, exige salir de nosotros mismos, al exterior. Salir de uno mismo, de un modo de vivir la fe cansado y rutinario, de la tentación de cerrarse en los esquemas propios, que terminan por cerrar el horizonte de la acción creativa de Dios. Dios salió de sí mismo para venir en medio de nosotros; puso su tienda entre nosotros para traernos su misericordia, que salva y da esperanza. Nosotros, si queremos seguirle y permanecer con Él, tampoco debemos contentarnos con permanecer en el recinto de las noventa y nueve ovejas; debemos “salir”, buscar con Él a la oveja perdida, la más alejada. Recordad bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios salió de sí mismo en Jesús, y Jesús salió de sí mismo por todos nosotros.

Alguno podría decirme: “Pero, padre, no tengo tiempo”, “tengo tantas cosas que hacer”, “es difícil”, “¿qué puedo hacer yo con mis pocas fuerzas, incluso con mi pecado, con tantas cosas?”. A menudo nos contentamos con alguna oración, alguna misa dominical distraída e inconstante, algún gesto de caridad, pero no tenemos esta valentía de “salir” para llevar a Cristo. Somos un poco como san Pedro: en cuanto Jesús habla de pasión, muerte y resurrección, de entrega de sí, de amor hacia todos, el Apóstol le lleva aparte y le reprende. Lo que dice Jesús altera sus planes, parece inaceptable, pone en dificultad las seguridades que se había construido, su idea del Mesías. Y Jesús mira a sus discípulos y dirige a Pedro las palabras tal vez más duras de los Evangelios: «¡Aléjate de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» (Mc 8,33). No lo olvidéis: Dios piensa siempre con misericordia, ¡es el Padre misericordioso! Dios piensa como el padre que espera el regreso del hijo y va a su encuentro, lo ve venir cuando todavía está lejos… ¿Qué significa eso? Que todos los días va a ver si el hijo vuelve a casa: este es nuestro Padre misericordioso. Nos hace ver que lo espera de corazón en la terraza de su casa. Dios piensa como el samaritano que no pasa cerca del desventurado compadeciéndose o mirando hacia otro lado, sino socorriéndole sin pedir nada a cambio; sin preguntar si es judío, si es pagano, si es samaritano, si es rico, si es pobre: no pregunta nada. No pregunta esas cosas, no pide nada, va en su ayuda: así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su vida para defender y salvar a sus ovejas.

La Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestro corazón, de nuestra vida, de nuestras parroquias —¡qué pena, tantas parroquias cerradas!—, de los movimientos, de las asociaciones, y “salir” al encuentro de los demás; hacernos nosotros cercanos para llevar la luz y la alegría de nuestra fe. ¡Salir siempre! Y esto con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que nosotros ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero luego es Dios quien los guía y hace fecunda cada una de nuestras acciones.

Deseo que todos vivamos bien estos días, siguiendo al Señor con valentía y llevando en nosotros mismos un rayo de su amor a cuantos encontremos.

(Saludo a los peregrinos de lengua española, y llamamiento para que cese la violencia y se encuentre una solución política a la crisis que devuelva la paz y la concordia a la República Centroafricana)