Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Catequesis

Año de la fe 2012-2013

«Subió a los cielos,
y está sentado a la derecha de Dios,
Padre Todopoderoso»

16 de abril de 2013


Temas: Jesucristo (glorificación).

Publicado: BOA 2013, 117.


El Símbolo de los Apóstoles contiene un pasaje muy notable, en el que pasamos gramaticalmente del pasado al presente y al futuro: «Subió (ascendit) a los cielos. Está sentado (sedet) a la derecha de Dios Padre. Vendrá (venturus est) a juzgar a vivos y a muertos». Somos contemporáneos de un misterio de Cristo (cf. Jean Daniélou). Santo Tomás de Aquino sitúa en el dinamismo de la glorificación de Jesucristo los cuatro misterios: la resurrección, la ascensión, la sesión y la venida como juez.

Por la ascensión a los cielos (cf. Hch 1,6-11; Lc 24,51; Mc 16,19-20), Jesús desapareció visiblemente de la vista de los discípulos y de nuestro lado. La subida a los cielos significa la entrada en el Reino glorioso del Padre, y no tanto la subida al firmamento. No se ha ido para desentenderse de nosotros, sino que nos ha precedido como cabeza nuestra para prepararnos un lugar (cf. Jn 14,1-3).

La ascensión es una fiesta de esperanza: el cielo está abierto y el Señor nos precede. No es tiempo de añoranzas, sino de misión, para la cual Jesús promete el Espíritu Santo, que capacitará a los apóstoles para ser sus testigos desde Jerusalén hasta los confines de la tierra; o, como ha dicho el papa Francisco , les envía a las “periferias” del mundo, no solo geográficas sino también existenciales (cf. Mt 28,7.16-20; Hch 2,32-37). En los cielos, con Jesús se ha clavado, como en el puerto, el ancla de nuestra esperanza (cf. Hb 6,18-20).

¿Qué significa la expresión tomada del Salmo 110 «está sentado a la derecha del Padre»? «Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos, está sentado corporalmente después de haberse encarnado y de haber sido glorificada su carne» (cf. san Juan Damasceno, citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, 663) . Como Hijo del Padre, está sentado a su derecha con su humanidad glorificada (cf. Flp 2,6-11; 1Tm 3,16). Está entronizado como Señor de la historia, ya que en cuanto Resucitado tiene las llaves de la muerte y del abismo (cf. Ap 1,17-18). Con su mano poderosa puesta sobre nuestro hombro, nos invita, como al vidente del Apocalipsis, a vencer el temor y a vivir con serenidad; frente a todas las turbulencias, el Señor nos sosiega.

Jesucristo sentado a la derecha de Dios está todos los días con nosotros, hasta el término de la historia y hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20). La sesión a la derecha del Padre significa el señorío de Jesús, que se traduce para nosotros en compañía permanente y en garantía de confianza. En medio de las agitaciones de la vida, cuando parece que se conmueven los cimientos del mundo, cuando muchas instituciones de la sociedad se tambalean, cuando la zozobra nos hace temblar, ¡qué importante es asirnos a la mano del Señor, de la cual nadie ni nada nos podrá arrancar! Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Si Cristo «murió; más aún, resucitó, está sentado a la derecha de Dios e intercede por nosotros» (cf. Rm 8,31 ss.; 2Co 5,14-21), ¿qué podrá separarnos de su amor? Cuando Jesús, puesto en pie sobre la barca, manda al mar encrespado, retorna la calma y se ilumina el rostro de sus discípulos.

La celebración del culto cristiano, particularmente de la Eucaristía, está presidida invisiblemente por Jesús, sumo Sacerdote, a través del ministerio de sus sacerdotes (cf. Hb 7,25; Ap 5,6-14). La intercesión de Jesucristo ante el Padre a favor nuestro está incluida en este artículo del Credo. Jesucristo ruega por nosotros, que somos su cuerpo, e intercede por nosotros ante el Padre, cuya benevolencia no necesita ser conquistada, ya que el mismo Padre nos ama, según nos aseguró el Hijo Jesucristo. Esta intercesión es, en medio de las tempestades que pueden agitar la nave de la Iglesia, como un escudo protector para nosotros, que hacemos la travesía de la vida dentro de ella. Si podemos temer ante el poder absoluto de los hombres, el señorío omnipotente de nuestro Señor Jesucristo nos da cobijo y tranquilidad. En este artículo del Credo se unen de nuevo, como en el primero, Dios Padre y Dios Todopoderoso.

Porque Jesús ascendido al cielo está sentado a la derecha del Padre, en todos los momentos de nuestra vida somos sus contemporáneos. No es solo un personaje del pasado cada vez más distante, ni alguien prometido únicamente para el futuro; Jesucristo está siempre vivo para interceder por nosotros, está cerca de cada uno de nosotros; ante Él transcurre diariamente nuestra vida, con Él podemos hablar y encontrarnos, a Él podemos invocarle con la garantía de ser escuchados y atendidos (cf. Rm 10,6-11). El “hoy” de la sesión a la derecha del Padre es también la garantía de su presencia en la Liturgia de la Iglesia. A Jesús podemos conocerlo por la historia, pero este conocimiento es insuficiente. En la celebración litúrgica, la memoria de Jesús y de sus acciones salvíficas es misterio de gracia y fuente de perdón, de amor y de esperanza.

Celebrando los misterios del Señor, la Iglesia participa gozosamente de su victoria sobre los poderes del mal. En sus luchas y persecuciones, los cristianos se sienten sostenidos por el poder y la defensa de Jesucristo. Este poder lo ejerce el Señor en la historia de la Iglesia hasta que sean derrotados sus enemigos. Nuestra historia transcurre entre el señorío actual e invisible de Jesucristo y la victoria consumada y manifiesta, hasta que sus enemigos sean colocados como escabel de sus pies (cf. Sal 110; Sal 8,7; 1Co 15,24 ss.; Ef 1,21; 1P 3,22; Hb 10,12-14).

La confesión de Jesucristo sentado a la derecha del Padre se fundamenta en su glorificación como resucitado y ascendido al cielo; y este misterio nos otorga serenidad porque estamos en buenas manos, confianza en su eficaz intercesión ante el Padre, fuerza para ser sus testigos, esperanza en medio de las pruebas, perseverancia en el camino de bien (cf. Col 3,1-4), y comunicación diaria con Él, que está a nuestro lado y nos acompaña. «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,21).