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Catequesis

Audiencia General - Año de la fe 2012-2013

«Subió al cielo y está sentado
a la derecha del Padre»

17 de abril de 2013


Temas: Jesucristo (ascensión).

Web oficial: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130417_udienza-generale_sp.html

Publicado: BOA 2013, 190.


Queridos hermanos y hermanas:

En el Credo se afirma que Jesús «subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre». La vida terrena de Jesús culmina con el acontecimiento de la ascensión, el momento en que Él pasa de este mundo al Padre y es elevado a su derecha. ¿Cuál es el significado de este acontecimiento? ¿Cuáles son sus consecuencias para nuestra vida? ¿Qué significa contemplar a Jesús sentado a la derecha del Padre? En esto, dejémonos guiar por el evangelista Lucas.

Partamos del momento en el que Jesús decide emprender su última peregrinación a Jerusalén. San Lucas señala: «Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús debía subir al cielo, decidió ir hacia Jerusalén» (Lc 9,51). Mientras “sube” a la Ciudad santa, donde tendrá lugar su “éxodo” de esta vida, Jesús ve ya la meta, el Cielo; pero sabe bien que el camino que le vuelve a llevar hacia la gloria del Padre pasa por la cruz, a través de la obediencia al designio divino de amor por la humanidad. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que «la elevación en la cruz significa y anuncia la elevación en la ascensión al cielo» (n. 662). También nosotros debemos tener claro, en nuestra vida cristiana, que entrar en la gloria de Dios exige la fidelidad cotidiana a su voluntad, también cuando requiere sacrificio, e incluso cambiar nuestros programas. La ascensión de Jesús tiene lugar precisamente en el Monte de los Olivos, cerca del lugar al que se había retirado en oración antes de la pasión para permanecer en profunda unión con el Padre: una vez más, vemos que la oración nos da la gracia de vivir fieles al proyecto de Dios.

Al final de su Evangelio, san Lucas narra el acontecimiento de la ascensión de modo muy sintético. Jesús llevó a sus discípulos «hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante Él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría, y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios» (Lc 24,50-53). Quisiera destacar dos elementos del relato. Ante todo, durante la ascensión, Jesús realiza el gesto sacerdotal de la bendición, mientras que los discípulos expresan su fe con la postración, arrodillándose e inclinando la cabeza. Este es un primer punto importante: Jesús es el único y eterno Sacerdote, que, con su pasión, atravesó la muerte y el sepulcro, y resucitó y ascendió al Cielo; está junto a Dios Padre, donde intercede para siempre en favor nuestro (cf. Hb 9,24). Como afirma san Juan en su Primera Carta, Él es nuestro abogado: ¡qué hermoso es oír esto! Cuando uno es citado por el juez o tiene un proceso, lo primero que hace es buscar a un abogado para que le defienda. Nosotros tenemos uno que nos defiende siempre; nos defiende de las insidias del diablo, de nosotros mismos, de nuestros pecados. Queridísimos hermanos y hermanas, contamos con este abogado; no tengamos miedo de ir a Él a pedir perdón, bendición, misericordia. Él nos perdona siempre, nos defiende siempre; no lo olvidéis. La ascensión de Jesús al Cielo nos hace conocer esta realidad tan consoladora para nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino, como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que llega a la cima y nos atrae hacia sí, conduciéndonos a Dios. Si le confiamos nuestra vida a Él, si nos dejamos guiar por Él, estamos convencidos de hallarnos en manos seguras, en manos de nuestro salvador, de nuestro abogado.

Un segundo elemento: san Lucas refiere que los Apóstoles, después de haber visto subir al cielo a Jesús, regresaron a Jerusalén «con gran alegría». Esto nos parece un poco extraño. Generalmente, cuando nos separamos de nuestros familiares o amigos, por un viaje definitivo o, sobre todo, con motivo de la muerte, hay en nosotros una tristeza natural, porque no veremos más su rostro, no escucharemos más su voz, no podremos gozar de su afecto, de su presencia. En cambio, el evangelista subraya la profunda alegría de los Apóstoles. ¿Cómo es eso? Precisamente porque, con la mirada de la fe, ellos comprenden que, si bien sustraído a su mirada, Jesús permanece para siempre con ellos, no los abandona, y, en la gloria del Padre, los sostiene, los guía e intercede por ellos.

San Lucas narra el hecho de la ascensión también al inicio de los Hechos de los Apóstoles, para poner de relieve que este acontecimiento es como el eslabón que engancha y une la vida terrena de Jesús a la vida de la Iglesia. Aquí, san Lucas hace referencia también a la nube que aparta a Jesús de la vista de los discípulos, quienes siguen contemplando al Cristo que asciende hacia Dios (cf. Hch 1,9-10). Intervienen entonces dos hombres vestidos de blanco, que les invitan a no permanecer inmóviles mirando al cielo, sino a nutrir su vida y su testimonio con la certeza de que Jesús volverá del mismo modo que le han visto subir al cielo (cf. Hch 1,10-11). Es la invitación a basar nuestra contemplación en el señorío de Cristo, para obtener de Él la fuerza para llevar y testimoniar el Evangelio en la vida de cada día: contemplar y actuar, ora et labora —enseña san Benito—; ambas son necesarias en nuestra vida cristiana.

Queridos hermanos y hermanas, la ascensión no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él vive en medio de nosotros de un modo nuevo; ya no está en un sitio preciso del mundo como lo estaba antes de la ascensión, sino que está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, cerca de cada uno de nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos: contamos con este abogado que nos espera, que nos defiende; el Señor crucificado y resucitado nos guía. Con nosotros se encuentran numerosos hermanos y hermanas que, en el silencio y en lo escondido, en su vida de familia y de trabajo, en sus problemas y en sus dificultades, en sus alegrías y en sus esperanzas, viven cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto a nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, que subió al Cielo; abogado para nosotros. Gracias.

(Saludo a los peregrinos de lengua española, y oración por las víctimas del terremoto de Irán y Pakistán)