Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

25º Aniversario de la consagración
episcopal de D. Ricardo Blázquez

29 de mayo de 2013


Temas: Ricardo Blázquez Pérez (25º Aniversario de la consagración episcopal).

Publicado: BOA 2013, 255.


Hoy hace veinticinco años recibí la ordenación episcopal en la Catedral de Santiago de Compostela, en la que se veneran la memoria y el sepulcro del Apóstol. Coincidió con el domingo de la Santísima Trinidad. Es una duración considerable, para celebrar con familiares, amigos y diocesanos. Saludo cordialmente a los señores obispos que han querido y han podido unirse conmigo para esta solemne acción de gracias a Dios; muestro mi respeto a las autoridades; manifiesto mi afecto a los fieles de las diócesis donde he ejercido el ministerio episcopal: Santiago, Palencia, Bilbao y Valladolid. A unos en la distancia geográfica y a otros en la convivencia diaria, me siento vinculado con los lazos de la gratitud. ¡Gracias a todos por vuestra presencia y oración!

1. El papa Juan Pablo II, al terminar el Jubileo del Año 2000 y comenzar el tercer milenio, nos invitó «a recordar con gratitud el pasado, a vivir con intensidad el presente y a abrirnos con confianza al futuro: “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8)» (Novo millennio ineunte, 1). En la presencia del Señor, el alma se dilata hacia el pasado, se concentra en la actualidad y se inclina hacia el futuro. Quiero vivir ante Dios consciente de lo que he recibido, de lo que he faltado y de lo que debo a la misión encomendada.

Recuerdo hoy a cada una de las diócesis, con sus presbíteros, diáconos, consagrados, religiosos de vida apostólica y contemplativa, laicos y laicas, con quienes compartí la gracia de la fe cristiana, y a los que quise y quiero servir pastoralmente. De manera particular, quiero agradecer la ayuda de obispos auxiliares, vicarios y otros colaboradores cercanos, sin cuyo apoyo no hubiera podido cumplir el ministerio encomendado. Lo que emerge ante todo en mi vida, en este alto del camino de los veinticinco años, es la gratitud a Dios por haberse fiado de mí y haberme confiado el ministerio episcopal (cf. 1Tm 1,12). Con un salmo proclamo ante todos: «El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad, por todas las edades» (Sal 99,5). Cuando miro hacia atrás, siento que el agradecimiento a todos es como el perfume de la memoria del corazón (Romano Guardini).

He prestado mi servicio en Santiago de Compostela como obispo auxiliar, y como obispo en Palencia, en Bilbao y ahora en Valladolid. En todas las diócesis me he sentido profundamente integrado; he querido caminar como pastor unido al rebaño. El paso de una diócesis a otra ha sido como un “trasplante”; al principio se experimenta que se rompen raíces vivas, pero pronto he arraigado hondamente en el nuevo hábitat. Poco a poco se hacen perfectamente compatibles el recuerdo amoroso de las personas ya distantes y el amor de las personas del nuevo espacio eclesial y humano. Con el recorrido de las diversas estaciones vitales, se hace acopio de numerosas experiencias enriquecedoras, ensanchándose el corazón a dimensiones amplias y de largo respiro. Nada se cancela ni desplaza; todo se integra en la unidad vital de pasado, presente y futuro. Concluyendo: Agradezco a Dios haber pasado por Santiago de Compostela, Palencia y Bilbao, y estar ahora en Valladolid; a todos, en esta hora tan significativa para mí, os manifiesto mi gratitud.

2. Presidió la ordenación episcopal el arzobispo de Santiago de Compostela, Mons. Antonio María Rouco Varela, y en su homilía unió particularmente la Fiesta de la Santísima Trinidad con la ordenación episcopal. En efecto, la Trinidad Santa es el fundamento del ministerio episcopal. La unción del Espíritu Santo configura al obispo con Jesucristo, capacitándole para continuar su ministerio a favor de la Iglesia. Estos son los rasgos del Buen Pastor Jesús, que debe transparentar el obispo: «Caridad; conocimiento de la grey; solicitud por todos; misericordia para con los pobres, peregrinos e indigentes; disposición para ir en busca de las ovejas extraviadas y devolverlas al único redil». Cada obispo debe «velar con amor» por la grey que preside «en el nombre del Padre, cuya imagen hace presente; en el nombre de Jesucristo, su Hijo, por el cual ha sido constituido maestro, sacerdote y pastor; y en el nombre del Espíritu Santo, que vivifica la Iglesia y que con su fuerza sustenta la debilidad humana» (Pastores gregis, 71) .

El entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, y hoy querido papa Francisco, habló en el Sínodo de 2001 sobre el velar del obispo como virtud esencial de su ministerio. He aquí sus palabras: «Una de las imágenes más fuertes de esta actitud es la del Éxodo en la que se nos dice que Yahvé veló a su pueblo en la noche de la Pascua, llamada por ello “la noche de la vela”. Lo que deseo es resaltar esa peculiar hondura que tiene el velar frente a una supervisión más bien general o una vigilancia más puntual. Supervisar hace más referencia al cuidado de la doctrina y de las costumbres; en cambio, velar se refiere más a cuidar de que haya sal y luz en los corazones. Vigilar habla de estar alerta ante el peligro inminente; velar, en cambio, habla de soportar, con paciencia, los procesos en los que el Señor va gestando la salvación de su pueblo. Para vigilar basta con ser despierto, astuto, rápido. Para velar hay que tener además la mansedumbre, la paciencia y la constancia de la caridad probada» (Intervención en el Sínodo de los Obispos, 2-10-2001). «Velar con amor» sobre la grey, que dice la Exhortación Apostólica postsinodal, implica, además de custodiar la verdad recibida y de estar alerta a las acechanzas que amenazan al rebaño, atender con amor y proximidad a cada persona confiada. El Buen Pastor conoce, ama y expone su vida generosamente por el rebaño.

3. Elegí como lema de mi episcopado la palabra latina “resurrexit” (‘resucitó’), probablemente porque en ella se condensan muchas horas de estudio teológico y mucho tiempo de oración y predicación. El lema está tomado de un texto de san Pablo citado en la alocución pronunciada al final de mi ordenación episcopal: «Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué y que vosotros recibisteis, en el que estáis fundados y que os está salvando, si lo guardáis tal y como os lo prediqué. Porque yo os transmití en primer lugar lo que yo también recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó (resurrexit) al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce» (1Co 15,1-5). El anuncio de la resurrección de Jesús crucificado pertenece al corazón del ministerio apostólico.

La fe en la resurrección de Jesucristo es el fundamento de una vida nueva. Renacemos por la resurrección del Señor para una esperanza viva (cf. 1P 1,3-5). Por ello, la esperanza en Dios no defrauda. Aunque en la vida de todo ministro del Evangelio haya muchos trabajos y sufrimientos, son más fuertes el gozo, la serenidad y la confianza en el Señor. Los cristianos estamos llamados a sembrar semillas de esperanza; también en la presente hora de nuestro mundo es posible la esperanza. Jesús, que en la cruz hizo suyos el despojo, el pecado, el dolor y la debilidad de los hombres, continúa iluminándonos con la resurrección. La victoria de Jesús sobre el pecado y sobre la muerte es para nosotros fuerza permanente para levantarnos de la postración y para superar el temor ante las adversidades del camino. Si el Señor está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? (cf. Rm 8,31ss.). La resurrección de Jesucristo, asimilada por la fe, es la garantía de que la esperanza no es una ilusión, sino el principio de un mundo nuevo y mejor. Anunciar la esperanza, ser testigos de esperanza, sembrar semillas de esperanza, es un precioso servicio que debemos prestarnos unos a otros y que la Iglesia tiene como misión irradiar sobre la humanidad.

4. El Evangelio que hemos escuchado nos invita a seguir a Jesús sin echarnos atrás y sin buscar salidas de falso éxito. Ante el anuncio por parte de Jesús de lo que le aguarda en Jerusalén, hacia donde va subiendo, los discípulos no entienden, lo siguen a duras penas, van como a remolque, y aspiran a otras formas de realización junto a Jesús que Él mismo desaprueba. Juan y Santiago pusieron palabras a sus deseos, pero los demás compañeros pensaban lo mismo, como manifiesta el enojo que sintieron por el descaro de los dos primeros.

Jesús da un vuelco a nuestros proyectos: Es grande el que se hace servidor, es primero el que elige ser esclavo de todos. Y esta exhortación de Jesús a sus discípulos, a los que quiere transmitir la lección más difícil del Evangelio, está fundada, precedida y ejemplarizada por el mismo Jesús, que no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida por todos (cf. Mc 10,43-45). Jesús es el Maestro, y su vida es la lección para los discípulos de la primera hora y para los discípulos de todos los tiempos.

Al celebrar los veinticinco años de la ordenación episcopal, quiero escuchar las palabras que preceden al texto de Juan Pablo II citado al principio: «Duc in altum» (Lc 5,4), ‘rema mar adentro’, asciende con Jesús a Jerusalén por el camino de la Pascua.

¡Que Santa María la Virgen, Madre del Señor y nuestra Madre, nos enseñe a seguir por todos los senderos del mundo a su Hijo Jesucristo!