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Catequesis

Audiencia General - Año de la fe 2012-2013

«Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida»

8 de mayo de 2013


Temas: Espíritu Santo (Señor y Vida).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130508_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2013, 342.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El tiempo pascual, que estamos viviendo con alegría, guiados por la liturgia de la Iglesia, es el tiempo por excelencia del Espíritu Santo donado «sin medida» (Jn 3,34) por Jesús crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia concluye con la Fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive la efusión del Espíritu sobre María y los Apóstoles, reunidos en oración en el Cenáculo.

Pero, ¿quién es el Espíritu Santo? En el Credo profesamos con fe: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». La primera verdad a la que nos adherimos en el Credo es que el Espíritu Santo es Kyrios, ‘Señor’. Esto significa que Él es verdaderamente Dios, como lo son el Padre y el Hijo, y objeto, por nuestra parte, de los mismos actos de adoración y glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo. El Espíritu Santo, en efecto, es la tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo Resucitado, que abre nuestra mente y nuestro corazón a la fe en Jesús como Hijo enviado por el Padre y que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.

Pero quisiera detenerme sobre todo en el hecho de que el Espíritu Santo es el manantial inagotable de la vida de Dios en nosotros. Los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares desean una vida plena y bella, justa y buena; una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que madure y crezca hasta su plenitud. El hombre es como un peregrino que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, fluyente y fresca, capaz de saciar en profundidad su deseo de luz, amor, belleza y paz. Todos sentimos este deseo. Y Jesús nos da esta agua viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10), nos dice Jesús.

Jesús promete a la Samaritana dar un «agua viva», con superabundancia y para siempre, a todos aquellos que le reconozcan como el Hijo enviado por el Padre para salvarnos (cf. Jn 4,5-26; 3,17). Jesús vino para darnos esta «agua viva» que es el Espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, animada por Dios, nutrida por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual, entendemos precisamente esto: el cristiano es una persona que piensa y obra según Dios, según el Espíritu Santo. Pero me pregunto: Y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? ¿O nos dejamos guiar por otras muchas cosas que no son precisamente Dios? Cada uno de nosotros debe responder a esto en lo profundo de su corazón.

En este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua puede saciarnos plenamente? Nosotros sabemos que el agua es esencial para la vida; sin agua se muere; sacia la sed, lava, hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5). El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del Resucitado que habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma, porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios, que es Amor. Por ello, el apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y por sus frutos, que son «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, autocontrol» (Ga 5,22-23). El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como «hijos en el Hijo Unigénito». En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado en otras ocasiones, san Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues... habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “Abba, Padre”. Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, de modo que, si sufrimos con Él, seremos también glorificados con Él» (Rm 8,14-17).

Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón: la vida misma de Dios, vida de auténticos hijos; una relación de confianza, de libertad y de esperanza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene también como efecto una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, contemplados como hermanos y hermanas en Jesús a quienes hemos de respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la vivió Cristo, a comprender la vida como la comprendió Cristo. He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu sacia la sed de nuestra vida: porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué nos dice el Espíritu Santo? Dice: “Dios te ama”. Nos dice esto. “Dios te ama, Dios te quiere”. Nosotros, ¿amamos de verdad a Dios y a los demás, como Jesús? Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: “Dios es amor, Dios nos espera, Dios es el Padre, nos ama como verdadero papá, nos ama de verdad y esto lo dice solo el Espíritu Santo al corazón”; escuchemos al Espíritu Santo y sigamos adelante por este camino del amor, de la misericordia y del perdón. Gracias.

(Saludo a los peregrinos de lengua española y aplauso a Nuestra Señora de Luján, Patrona de Argentina, en el día de su Fiesta)