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Catequesis

Audiencia General - Año de la fe 2012-2013

El Espíritu Santo guía hacia la Verdad

15 de mayo de 2013


Temas: Espíritu Santo, Iglesia y Verdad.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130515_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2013, 344.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera reflexionar sobre la acción que realiza el Espíritu Santo al guiar a la Iglesia y a cada uno de nosotros hacia la Verdad. Jesús mismo dice a los discípulos que el Espíritu Santo «os guiará hasta la verdad» (Jn 16,13), siendo Él mismo «el Espíritu de la Verdad» (cf. Jn 14,17; 15,26; 16,13).

Vivimos en una época en la que se es más bien escéptico respecto a la verdad. Benedicto XVI habló muchas veces de relativismo, es decir, de la tendencia a considerar que no existe nada definitivo y a pensar que la verdad deriva del consenso o de lo que nosotros queramos. Surge la pregunta: ¿existe realmente “la” verdad? ¿Qué es “la” verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Podemos encontrarla? Aquí me viene a la mente la pregunta del procurador romano Poncio Pilato cuando Jesús le revela el sentido profundo de su reunión: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18,38). Pilato no logra entender que “la” Verdad está ante él; no logra ver en Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Sin embargo, Jesús es precisamente eso: la Verdad, que, en la plenitud de los tiempos, «se hizo carne» (Jn 1,1.14), vino en medio de nosotros para que la conociéramos. La verdad no es algo que se agarre como un objeto, la verdad se encuentra; no es una posesión, es un encuentro con una Persona.

Pero, ¿quién nos hace reconocer que Jesús es “la” Palabra de verdad, el Hijo unigénito de Dios Padre? San Pablo enseña que «nadie puede decir “¡Jesús es Señor!” sino por el Espíritu Santo» (1Co 12,3). Es precisamente el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer la Verdad. Jesús lo llama el “Paráclito”, es decir, ‘aquel que viene a ayudar’, que está a nuestro lado para sostenernos en este camino de conocimiento; y, durante la última Cena, Jesús asegura a sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñará todo, recordándoles sus palabras (cf. Jn 14,26).

¿Cuál es, entonces, la acción del Espíritu Santo en nuestra vida y en la vida de la Iglesia para guiarnos hacia la verdad? Ante todo, recuerda e imprime en el corazón de los creyentes las palabras que dijo Jesús; y, precisamente a través de tales palabras, la ley de Dios —como habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento— se inscribe en nuestro corazón y se convierte en nosotros en principio de valoración en las decisiones y de guía en las acciones cotidianas; se convierte en principio de vida. Se realiza así la gran profecía de Ezequiel: «Os purificaré de todas vuestras inmundicias e idolatrías, y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo... Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos» (Ez 36,25-27). En efecto, del interior de nosotros mismos es de donde nacen nuestras acciones: es precisamente el corazón lo que debe convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma, si nosotros nos abrimos a Él.

El Espíritu Santo, entonces, como promete Jesús, nos guía «hasta la verdad plena» (Jn 16,13); nos guía no solo hacia el encuentro con Jesús, plenitud de la Verdad, sino incluso “dentro” de la Verdad; es decir, nos hace entrar en una comunión cada vez más profunda con Jesús, dándonos la inteligencia de las cosas de Dios. Y eso no lo podemos alcanzar con nuestras fuerzas: si Dios no nos ilumina interiormente, nuestro ser cristianos será superficial. La Tradición de la Iglesia afirma que el Espíritu de la Verdad actúa en nuestro corazón suscitando el “sentido de la fe” (sensus fidei), a través del cual, como afirma el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, bajo la guía del Magisterio, se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida, la profundiza con recto juicio y la aplica más plenamente en su vida (cf. Constitución Dogmática Lumen gentium, 12) . Preguntémonos: “¿Estoy abierto a la acción del Espíritu Santo, le pido que me dé luz, que me haga más sensible a las cosas de Dios?”. Esta es una oración que debemos hacer todos los días: «Espíritu Santo, haz que mi corazón se abra a la Palabra de Dios, al bien, a la belleza de Dios, todos los días». Quisiera haceros una pregunta a todos: ¿cuántos de vosotros rezáis todos los días al Espíritu Santo? Seréis pocos, pero nosotros debemos satisfacer ese deseo de Jesús y rezar todos los días al Espíritu Santo, para que nos abra el corazón hacia Jesús.

Pensemos en María, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19.51). La acogida de las palabras y de las verdades de la fe, para que se conviertan en vida, se realiza y crece bajo la acción del Espíritu Santo. En este sentido, es necesario aprender de María y revivir su “sí”, su disponibilidad total a recibir al Hijo de Dios en su vida, que quedó transformada desde ese momento. A través del Espíritu Santo, el Padre y el Hijo habitan junto a nosotros; nosotros vivimos en Dios y de Dios. Pero ¿está nuestra vida verdaderamente animada por Dios? ¿Cuántas cosas anteponemos a Dios?

Queridos hermanos y hermanas, necesitamos dejarnos inundar por la luz del Espíritu Santo, para que Él nos introduzca en la Verdad de Dios, que es el único Señor de nuestra vida. En este Año de la fe , preguntémonos si hemos dado algún paso concreto para conocer más a Cristo y las verdades de la fe, leyendo y meditando la Sagrada Escritura, estudiando el Catecismo o acercándonos con constancia a los sacramentos. Preguntémonos, al mismo tiempo, qué pasos estamos dando para que la fe oriente toda nuestra existencia. No se es cristiano “a tiempo parcial”, solo en algunos momentos, en algunas circunstancias o en algunas opciones. No se puede ser cristiano de este modo; se es cristiano en todo momento, ¡totalmente! La verdad de Cristo, que el Espíritu Santo nos enseña y nos entrega, influye para siempre y totalmente en nuestra vida cotidiana. Invoquemos al Espíritu Santo con más frecuencia para que nos guíe por el camino de los discípulos de Cristo. Os hago esta propuesta: invoquemos todos los días al Espíritu Santo; así, Él nos acercará a Jesucristo.

(Saludo a los peregrinos de lengua española, y a los obispos, sacerdotes y fieles de Cerdeña, con el anuncio de su visita al Santuario de Cagliari)