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Catequesis

Audiencia General - Año de la fe 2012-2013

«Creo en la Iglesia,
una, santa, católica y apostólica»

22 de mayo de 2013


Temas: Espíritu Santo, Iglesia y evangelización.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130522_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2013, 347.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Credo, inmediatamente después de profesar la fe en el Espíritu Santo, decimos: «Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica». Existe un vínculo profundo entre estas dos realidades de fe: es el Espíritu Santo, en efecto, quien da la vida a la Iglesia, quien guía sus pasos. Sin la presencia y la acción incesante del Espíritu Santo, la Iglesia no podría vivir, ni realizar la tarea que Jesús resucitado le confió de ir y hacer discípulos a todos los pueblos (cf. Mt 28,19). Evangelizar es la misión de la Iglesia; no solo de algunos, sino la mía, la tuya, nuestra misión. El apóstol Pablo exclamaba: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Co 9,16). Cada uno debe ser evangelizador, sobre todo con su vida. Pablo VI subrayaba que «evangelizar... es la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Existe para evangelizar» (Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 14).

¿Quién es el verdadero motor de la evangelización en nuestra vida y en la Iglesia? Pablo VI escribía con claridad: «El Espíritu Santo es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en sus labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacer que se abra y acoja la Buena Nueva y el reino anunciado» (ibíd., 75). Para evangelizar, entonces, es necesario una vez más abrirse al horizonte del Espíritu de Dios, sin tener miedo de lo que nos pida ni de adónde nos guíe. ¡Encomendémonos a Él! Él nos hará capaces de vivir y testimoniar nuestra fe, e iluminará el corazón de aquellos a quienes nos encontremos. Esa fue la experiencia de Pentecostés: los Apóstoles, reunidos con María en el Cenáculo, «vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo, y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse» (Hch 2,3-4). El Espíritu Santo, descendiendo sobre los Apóstoles, les hace salir de la sala en la que estaban encerrados por miedo, los hace salir de sí mismos, y los transforma en anunciadores y testigos de las «grandezas de Dios» (Hch 2,11). Y esta transformación obrada por el Espíritu Santo se refleja en la multitud que acudió al lugar, venida «de todos los pueblos que hay bajo el cielo» (Hch 2,5), porque cada uno escuchaba las palabras de los Apóstoles como si fueran pronunciadas en su propia lengua (cf. Hch 2,6).

Aquí tenemos un primer efecto importante de la acción del Espíritu Santo, que guía y anima el anuncio del Evangelio: la unidad, la comunión. En Babel, según el relato bíblico, se iniciaron la dispersión de los pueblos y la confusión de las lenguas, fruto del gesto de soberbia y de orgullo del hombre, que quería construir, solo con sus propias fuerzas, sin Dios, «una ciudad y una torre que alcance el cielo» (Gn 11,4). En Pentecostés se superan estas divisiones. Cesan el orgullo ante Dios y la cerrazón de unos con otros, y aparecen la apertura a Dios y el salir a anunciar su Palabra, una nueva lengua, la del amor que el Espíritu Santo derrama en los corazones (cf. Rm 5,5); una lengua que todos pueden comprender y que, acogida, puede expresarse desde cualquier vida y cualquier cultura. La lengua del Espíritu, la lengua del Evangelio es la lengua de la comunión, que invita a superar cerrazones e indiferencias, divisiones y contraposiciones. Deberíamos preguntarnos todos: ¿cómo me dejo guiar por el Espíritu Santo de modo que mi vida y mi testimonio de fe sean de unidad y comunión? ¿Llevo la palabra de reconciliación y de amor que es el Evangelio a los ambientes en los que vivo? A veces parece que se repite en la actualidad lo que sucedió en Babel: divisiones, incapacidad de comprensión, rivalidades, envidias, egoísmo. ¿Qué hago con mi vida? ¿Creo unidad en mi entorno, o divido, con las habladurías, las críticas o las envidias? Pensemos en esto. Llevar el Evangelio es anunciar y vivir nosotros en primer lugar la reconciliación, el perdón, la paz, la unidad y el amor que el Espíritu Santo nos da. Recordemos las palabras de Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35).

Un segundo elemento: el día de Pentecostés, Pedro, lleno de Espíritu Santo, poniéndose en pie «con los Once» y «levantando la voz» (Hch 2,14), anunció «con franqueza» (Hch 2,29) la buena noticia de Jesús, que dio su vida por nuestra salvación y al que Dios resucitó de entre los muertos. He aquí otro efecto de la acción del Espíritu Santo: la valentía de anunciar la novedad del Evangelio de Jesús a todos, con franqueza, con parresia, en voz alta, y en todo tiempo y lugar. Y esto sucede también hoy para la Iglesia y para cada uno de nosotros: el fuego de Pentecostés, la acción del Espíritu Santo, genera siempre nuevas energías para la misión, nuevos caminos por los cuales anunciar el mensaje de salvación, nueva valentía para evangelizar. ¡No nos cerremos nunca a esta acción! ¡Vivamos con humildad y valentía el Evangelio! Testimoniemos la novedad, la esperanza, la alegría que el Señor trae a la vida; sintamos en nosotros «la dulce y confortadora alegría de evangelizar» (Evangelii nuntiandi, 80). Porque evangelizar, anunciar a Jesús, nos da alegría, nos impulsa hacia arriba; en cambio, el egoísmo nos trae amargura y tristeza, tira de nosotros hacia abajo.

Indico solamente un tercer elemento, que, sin embargo, es particularmente importante: una nueva evangelización, una Iglesia que evangeliza, debe partir siempre de la oración, de pedir, como los Apóstoles en el Cenáculo, el fuego del Espíritu Santo. Solo la relación fiel e intensa con Dios permite salir de las cerrazones propias y anunciar con parresia el Evangelio. Sin la oración, nuestro obrar se vuelve vacío y nuestro anuncio ni tiene alma ni está animado por el Espíritu.

Queridos amigos, como afirmó Benedicto XVI, hoy la Iglesia «siente sobre todo el viento del Espíritu Santo, que nos ayuda y nos muestra el camino justo; y así, con nuevo entusiasmo, me parece, estamos en camino y damos gracias al Señor» (Discurso en la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 27-10-2012: L’Osservatore Romano, ed. en español, 4-11-2012, 2) . Renovemos cada día la confianza en la acción del Espíritu Santo, la confianza en que Él actúa en nosotros, está dentro de nosotros, nos da el fervor apostólico, nos da la paz y nos da la alegría. Dejémonos guiar por Él; seamos hombres y mujeres de oración que testimonien con valentía el Evangelio, siendo en nuestro mundo instrumentos de la unidad y de la comunión con Dios. Gracias.

(Saludo a los peregrinos de lengua española, invitación a orar por las víctimas del desastre en Oklahoma y llamamiento a unirse en oración a los hermanos de China el viernes 24-5-2013, memoria litúrgica de la Santísima Virgen María, auxilio de los cristianos, venerada con gran devoción en el Santuario de Sheshan, en Shanghái)