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Homilía

Viaje Apostólico a Brasil con ocasión de la 28ª Jornada Mundial de la Juventud 2013 - Río de Janeiro

Via Crucis con los jóvenes

26 de julio de 2013


Temas: cruz de Cristo.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2013/july/documents/papa-francesco_20130726_gmg-via-crucis-rio.html

Publicado: BOA 2013, 447.


Queridísimos jóvenes:

Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de dolor y de amor, el camino de la cruz, que es uno de los momentos fuertes de la Jornada Mundial de la Juventud. Al concluir el Año Santo de la Redención, el beato Juan Pablo II quiso confiaros a vosotros, jóvenes, la cruz, diciéndoos: «Llevadla por el mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad, y anunciad a todos que solo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención» (Palabras al entregar la cruz del Año Santo a los jóvenes, 22-4-1984: Insegnamenti VII, 1=1984, 1105) . Desde entonces, la Cruz ha recorrido todos los continentes y ha pasado por muy diversas situaciones de la existencia humana, quedando como impregnada de las experiencias vitales de los numerosos jóvenes que la han visto y la han llevado. Queridos hermanos, nadie puede tocar la cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo ni llevarse algo de la cruz de Jesús a su propia vida. Esta tarde, acompañando al Señor, me gustaría que resonasen en vuestros corazones tres preguntas: ¿Qué habéis dejado vosotros en la cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido vuestro inmenso país? ¿Qué ha dejado la cruz en cada uno de vosotros? Y, finalmente, ¿qué nos enseña esta cruz para nuestra vida?

1. Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para escapar de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria, y enseguida le preguntó: “Señor, ¿adónde vas?”. La respuesta de Jesús fue: “Voy a Roma para ser crucificado de nuevo”. En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final; pero, sobre todo, entendió que nunca estaba solo en el camino, ya que con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir. Mirad, Jesús, con su cruz, recorre nuestras calles y carga con nuestros miedos, nuestros problemas y nuestros sufrimientos, también los más profundos. Con la cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con la cruz, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la pérdida trágica de sus hijos, como en el caso de los 242 jóvenes víctimas del incendio en la ciudad de Santa María a principios de este año; rezamos por ellos. Con la cruz, Jesús se une a todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por su parte, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos. Con la cruz, Jesús está junto a tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga; con la cruz, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en la cruz, Jesús está junto a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y la corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio. ¡Cuánto hacen sufrir a Jesús nuestras incoherencias! En la cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro; y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: “¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la llevo contigo, y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida” (cf. Jn 3,16).

2. Ahora podemos responder a la segunda pregunta: ¿Qué ha dejado la cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Mirad, deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, y entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en Él (cf. Lumen fidei, 16) , porque Él nunca defrauda a nadie. Solo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y la redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la cruz de instrumento de odio, de derrota y de muerte, en signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida.

El primer nombre de Brasil fue precisamente “Terra de Santa Cruz”. La Cruz de Cristo fue plantada, no solo en la playa, hace más de cinco siglos, sino también en la historia, en el corazón y en la vida del pueblo brasileño, y de muchos otros pueblos. A Cristo que sufre lo sentimos cercano, como uno de nosotros que comparte nuestro camino hasta el final. No hay en nuestra vida cruz, por pequeña o grande que sea, que el Señor no comparta con nosotros.

3. Pero la cruz nos invita también a dejarnos contagiar por ese amor, y nos enseña así a mirar siempre con misericordia y amor a los demás, sobre todo a quienes sufren, a quienes tienen necesidad de ayuda, a quienes esperan una palabra, un gesto. La cruz nos invita a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de ellos y tenderles la mano. Lo hemos visto en el viacrucis; muchos rostros acompañaron a Jesús en el camino al Calvario: Pilato, el Cireneo, María, las mujeres… Yo te pregunto hoy a ti: Tú, ¿como quién quieres ser? ¿Quieres ser como Pilato, que no tiene la valentía de ir a contracorriente para salvar la vida de Jesús, y se lava las manos? Dime: Tú, ¿eres de los que se lavan las manos, se hacen los distraídos y miran para otro lado, o eres como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, o como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura? Tú, ¿como quién de ellos quieres ser? ¿Como Pilato, como el Cireneo, como María? Jesús te está mirando ahora, y te pregunta: “¿Quieres ayudarme a llevar la cruz?”. Hermano y hermana, con toda tu fuerza de joven, ¿qué le contestas?

Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos, nuestros fracasos, a la cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar ese mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor.