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Homilía

Viaje Apostólico a Brasil con ocasión de la 28ª Jornada Mundial de la Juventud 2013 - Río de Janeiro

Vigilia de oración con los jóvenes

27 de julio de 2013


Temas: discípulo-misionero (Palabra de Dios; oración, sacramentos y servicio; e Iglesia).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2013/july/documents/papa-francesco_20130727_gmg-veglia-giovani.html

Publicado: BOA 2013, 451.


Queridos jóvenes:

Al veros presentes hoy aquí, me viene a la mente la historia de san Francisco de Asís. Ante el crucifijo, oye la voz de Jesús, que le dice: “Ve, Francisco, y repara mi casa”. Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esa llamada del Señor, “repara mi casa”. Pero, ¿qué casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil para reparar un edificio de piedra, sino de contribuir a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que se reflejara en ella cada vez más el rostro de Cristo.

También hoy, el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia. Queridos jóvenes, el Señor os necesita. También hoy os llama a cada uno de vosotros a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. Queridos jóvenes, el Señor hoy os llama. No al montón: a ti, a ti, a ti, a cada uno. Escuchad en el corazón qué os dice. Pienso que podemos aprender algo de lo que pasó en estos días; cómo tuvimos que cancelar por el mal tiempo la realización de esta vigilia en el Campus Fidei, en Guaratiba. ¿No estaría el Señor queriendo decirnos que el verdadero campo de la fe, el verdadero campus fidei, no es un lugar geográfico, sino que somos nosotros? ¡Sí! Es verdad. Cada uno de nosotros, cada uno de vosotros, yo, todos. Y ser discípulo misionero significa saber que somos el campo de la fe de Dios. Por eso, a partir de la imagen del campo de la fe, pensé en tres imágenes, tres, que nos pueden ayudar a entender mejor lo que significa ser un discípulo misionero: la primera imagen, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo como lugar de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra de construcción.

1. Primero, el campo como lugar donde se siembra. Todos conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas semillas cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la parábola: La semilla es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Todos los días, pero hoy de manera especial, Jesús siembra; cuando aceptamos la Palabra de Dios, entonces somos el campo de la fe. Por favor, dejad que Cristo y su Palabra entren en vuestra vida, dejad entrar la semilla de la Palabra de Dios, dejad que germine, dejad que crezca. Dios lo hace todo, pero dejadlo hacer, dejad que Él trabaje en ese crecimiento.

Jesús nos dice que las semillas que cayeron al borde del camino, entre las piedras o en medio de espinos, no dieron fruto. Creo que podemos hacernos la pregunta con honestidad: ¿Qué clase de terreno somos y qué clase de terreno queremos ser? Quizás somos a veces como el camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en nuestra vida, porque nos dejamos atontar por los muchos reclamos superficiales que escuchamos. Yo os pregunto, pero no contestéis ahora, que cada uno conteste en su corazón: ¿Yo soy un joven, una joven, atontado? ¿O somos como el terreno pedregoso y acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes ante las dificultades y no tenemos el valor de ir a contracorriente? Cada uno contestamos en nuestro corazón: ¿Tengo valor o soy cobarde? ¿O somos como el terreno espinoso y las cosas, las pasiones negativas, sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22)? ¿Tengo en mi corazón la costumbre de jugar a dos bandas, y quedar bien con Dios y con el diablo, de querer recibir la semilla de Jesús y a la vez regar las espinas y las malas hierbas que nacen en mi corazón? Cada uno se contesta en silencio.

Hoy, sin embargo, estoy seguro de que la semilla puede caer en buena tierra. Escuchamos estos testimonios de cómo la semilla cae en buena tierra. “No, padre, yo no soy buena tierra, soy una calamidad, estoy lleno de piedras, de espinas, y de todo”. Sí, puede que por arriba, pero haz un pedacito, haz un cachito de buena tierra; deja que caiga allí, y vas a ver cómo germina. Yo sé que vosotros queréis ser buena tierra, cristianos en serio; no cristianos a tiempo parcial, ni cristianos “almidonados”, con la nariz así (empinada), que parecen cristianos y en el fondo no hacen nada. No cristianos de fachada, esos cristianos que son pura facha, sino cristianos auténticos. Sé que no queréis vivir en la ilusión de una libertad insulsa, que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que apuntáis a lo alto, a decisiones definitivas que den pleno sentido a la vida. ¿Es así, o me equivoco? ¿Es así? Bueno, si es así, hagamos una cosa: todos en silencio, miremos al corazón y que cada uno le diga a Jesús que quiere recibir la semilla. Dile a Jesús: “Mira, Jesús, las piedras que hay, mira las espinas, mira las malas hierbas; pero mira este cachito de tierra que te ofrezco, para que entre la semilla”. En silencio, dejamos entrar la semilla de Jesús. Acordaos de este momento. Cada uno sabe el nombre de la semilla que entró; dejadla crecer, y Dios la cuidará.

2. El campo, además de ser lugar de siembra, es lugar de entrenamiento. Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que “juguemos en su equipo”. A la mayoría de vosotros os gusta el deporte. Aquí, en Brasil, como en otros países, el fútbol es pasión nacional. ¿Sí o no? Pues bien, ¿qué hace un jugador cuando se le llama para formar parte de un equipo? Tiene que entrenarse, y entrenarse mucho; así es nuestra vida de discípulos del Señor. San Pablo, escribiendo a los cristianos, nos dice: «Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible» (1Co 9,25). Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo, ¡mucho más grande! Jesús nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda y feliz, y también un futuro con Él que no tendrá fin, allá en la vida eterna; es lo que nos ofrece Jesús. Pero nos pide que paguemos la entrada; y la entrada es que nos entrenemos para “estar en forma”, para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida y dar testimonio de nuestra fe, mediante el diálogo con Él, la oración. Os pregunto, pero contestad en vuestro corazón, ¡eh! No en voz alta, en silencio. ¿Yo rezo? Cada uno se contesta. ¿Yo hablo con Jesús, o le tengo miedo al silencio? ¿Dejo que el Espíritu Santo hable en mi corazón? ¿Yo le pregunto a Jesús: “¿Qué quieres que haga, qué quieres de mi vida?”? Esto es entrenarse. Preguntadle a Jesús, hablad con Jesús. Y si cometéis un error en la vida, si pegáis un resbalón, si hacéis algo que está mal, no tengáis miedo. “Jesús, mira lo que hice, ¿qué tengo que hacer ahora?”. Hablad siempre con Jesús, en las buenas y en las malas, cuando hacéis algo bueno y cuando hacéis algo malo. ¡No le tengáis miedo! Eso es la oración. Y con eso se van entrenando en el diálogo con Jesús en este discipulado misionero. Y también a través de los sacramentos, que hacen crecer en nosotros su presencia, y a través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger y ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar. Estos son los entrenamientos para seguir a Jesús: la oración, los sacramentos y la ayuda a los demás, el servicio a los demás. ¿Lo repetimos todos juntos? Oración, sacramentos y ayuda a los demás... No se oyó bien, otra vez...

3. Y tercero: El campo como obra de construcción. Estamos viendo cómo se ha construido esto aquí. Se empezaron a mover los muchachos, las chicas; se movieron y construyeron una iglesia. Cuando nuestro corazón es una tierra buena que recibe la Palabra de Dios, cuando “se suda la camiseta” tratando de vivir como cristianos, experimentamos algo grande: nunca estamos solos, formamos parte de una familia de hermanos que recorre el mismo camino: somos parte de la Iglesia. Estos muchachos y estas chicas no estaban solos; hicieron un camino en conjunto y construyeron la Iglesia, hicieron lo que san Francisco: construir, reparar la Iglesia. Os pregunto: ¿Queréis construir la Iglesia...? ¿Os animáis...? ¿Y mañana os vais a olvidar de este “sí” que habéis dicho...? ¡Así me gusta! Somos parte de la Iglesia, más aún, nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia. Chicos y chicas, por favor: no os metáis en la cola de la historia. Sed protagonistas, jugad para adelante, patead adelante, construid un mundo mejor; un mundo de hermanos, un mundo de justicia, de amor, de paz, de fraternidad, de solidaridad. Jugad adelante siempre. San Pedro nos dice que somos piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1P 2,5); y miramos este palco y vemos que tiene la forma de una iglesia construida con piedras vivas. En la Iglesia de Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su Iglesia; cada uno de nosotros es una piedra viva, es un pedacito de la construcción, y, si falta ese pedacito, cuando viene la lluvia entra la gotera y se mete el agua dentro de la casa. Cada pedacito vivo tiene que cuidar la unidad y la seguridad de la Iglesia, y no construir una pequeña capilla donde solo cabe un grupito de personas. Jesús nos pide que su Iglesia sea tan grande que pueda alojar a toda la humanidad, que sea la casa de todos. Jesús me dice a mí, a ti, a cada uno: «Id y haced discípulos a todas las naciones» (Mt 28,19). Respondámosle esta tarde: “Sí, Señor, también yo quiero ser una piedra viva; juntos queremos construir la Iglesia de Jesús. Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo”. ¿Os animáis a repetirlo? “Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo”. A ver ahora... Después vais a pensar en lo que habéis dicho juntos...

Tu corazón, tu corazón joven, quiere construir un mundo mejor. Sigo las noticias del mundo y veo que muchos jóvenes, en muchas partes del mundo, han salido a las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Los jóvenes, en la calle; son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por favor, no dejéis que otros sean los protagonistas del cambio. Vosotros sois los que tenéis el futuro; por vosotros entra el futuro en el mundo. A vosotros os pido que seáis también protagonistas de este cambio. Seguid superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Os pido que seáis constructores del futuro, que os metáis en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor, no seáis espectadores de la vida; meteos en ella, como hizo Jesús, que no se quedó en el balcón, sino que se metió. Sin embargo, queda una pregunta: ¿Por dónde empezamos? ¿A quién le pedimos que empiece esto? Una vez, le preguntaron a la madre Teresa qué era lo que había que cambiar en la Iglesia, para empezar; por qué pared de la Iglesia empezamos. “¿Por dónde hay que empezar, Madre?”. “Por ti y por mí”, contestó ella. ¡Tenía garra esa mujer! Sabía por dónde había que empezar. Yo también le robo hoy las palabras a la madre Teresa, y te digo: ¿Empezamos? ¿Por dónde? Por ti y por mí. Cada uno, otra vez en silencio, pregúntese: “¿Tengo que empezar por mí? ¿Por dónde empiezo?”. Que cada uno abra su corazón para que Jesús le diga por dónde empezar.

Queridos amigos, no os olvidéis: vosotros sois el campo de la fe, sois los atletas de Cristo, sois los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor. Levantemos nuestros ojos hacia la Virgen. Ella nos ayuda a seguir a Jesús, nos da ejemplo con su “sí” a Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Digámoselo también nosotros a Dios, junto con María: “Hágase en mí según tu palabra”. Que así sea.