Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

Jornada de ayuno y oración por la paz en Siria

Vigilia de oración por la paz

7 de septiembre de 2013


Temas: paz (Siria).

Publicado: BOA 2013, 508.


El domingo 1-9-2013, el papa Francisco anunció una Jornada de ayuno y oración por la paz en Siria , a celebrar el 7-9-2013. El mismo Papa presidirá una Vigilia de oración en la plaza de San Pedro en Roma, desde las 7 de la tarde hasta las 12 de la noche .

Nosotros nos unimos cordialmente a su invitación y a sus intenciones; es una iniciativa de un padre que tiene en su corazón los sufrimientos y el futuro del pueblo sirio. Una intervención militar en Siria tendrá repercusión en la humanidad entera. La llamada del Papa no minusvalora la gravedad de la situación: más de 110 000 muertos, más de dos millones de refugiados fuera del país, más de cuatro millones de desplazados dentro del país, un millón de niños en campos de refugiados, y, además, la utilización de armas químicas, que reviste una singular gravedad en los convenios internacionales. No es desconocimiento ni escasa estimación de la situación, que ya dura años, sino decidir la actuación más adecuada: no dan la respuesta las armas, sino el diálogo y la negociación entre todas las partes implicadas, ya que se unen varias guerras en una sola, incluidos dos grupos terroristas contrapuestos. La desproporción de la respuesta, en lugar de remediar la enfermedad, puede agravarla. Siria, y en general Oriente Medio, es un auténtico avispero humano, donde se dan cita odios, violencias y venganzas; la respuesta bélica puede ser un incendio que sabremos aproximadamente dónde empieza, pero no sospecharemos dónde puede terminar.

El Papa ha reaccionado con rapidez y decisión, con mente lúcida y corazón paternal; la fe en Dios y el amor fraterno vencen cualquier tentación de evasión. Su reacción se inspira en la enseñanza de Jesús, en la Tradición de la Iglesia, que en el Concilio Vaticano II ha comprendido de un modo nuevo todo lo relacionado con la guerra y la paz, y en la sabiduría humana. Se han mostrado abiertos a esta iniciativa y la han apoyado grupos evangélicos, ortodoxos y musulmanes. La oración tiene una fuerza pacificadora; en la causa de la paz no solo son competentes los políticos y militares, sino que el corazón creyente, la conciencia moral y la sabiduría de la humanidad deben contar también. ¡Que desde todos los rincones del mundo se levante un clamor pidiendo a Dios la paz!

Nosotros nos hemos reunido en la Parroquia San Lorenzo, en la víspera de la Fiesta de la Natividad, ante Nuestra Señora de san Lorenzo, a quien en Valladolid veneramos con devoción y confianza como nuestra Patrona. A la novena, que hoy termina, unimos la Vigilia de oración por la paz a la que nos ha convocado el Papa. En este marco, permitidme unas breves sugerencias que pueden ayudarnos en la oración, y que se hacen eco particularmente de las llamadas vibrantes del papa Francisco.

El mensaje de Jesús y la vida cristiana tienen entre sus contenidos fundamentales la paz. En torno al pesebre de Belén, donde reposó el Mesías, el Príncipe de la paz, los ángeles cantaron: «Gloria a Dios en los cielos, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14). Las Bienaventuranzas, que encabezan el Sermón de la montaña, son como un manifiesto solemne de los caminos para hallar la verdadera felicidad; una de las vías proclamadas es «bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,10). El amor a los enemigos es un elemento constitutivo de la forma cristiana de construir la paz (cf. Mt 5,45). Pablo proclama en un texto sublime que Jesús «es nuestra paz» (Ef 2,14); por su cruz y por el perdón otorgado en la cruz es pacificador y reconciliador; dio muerte en Él a la enemistad, haciendo de los distantes un solo pueblo. En su pasión, Jesús no devolvía el insulto con insultos (cf. 1P 2,24). La paz interior y exterior, personal y social, en el matrimonio y en la familia, dentro de cada pueblo y en la humanidad, es don y quehacer básico de los cristianos. La paz es un “sueño”, una aspiración permanente de la humanidad (cf. Is 11,1 ss.).

La paz se asienta sobre los pilares de la verdad, la justicia, la solidaridad —amor cristiano— y la libertad, como enseñó Juan XXIII en la Encíclica Pacem in Terris (11-4-1963), cuyo 50.º Aniversario hemos recordado hace poco. Dios es la fuente de la paz, ya que se define a sí mismo como “Dios de paz” (cf. 1Ts 5,23; 2Ts 3,16); del corazón renovado por su Espíritu brotan la paz, el amor y la misericordia, y, viceversa, del corazón envenenado manan las formas de mal (cf. Ga 5,22-25; Mc 7,21-23). La paz se fragua en el corazón, y la violencia se gesta en la mente. Para dejar caer las armas de las manos, debemos desarmar la cabeza y el corazón.

Porque Dios es Señor de la paz, no se puede apelar a Él para justificar la violencia, ya que sería como profanar su nombre. La adhesión a Dios con el corazón comporta la renuncia a Satanás, padre de la mentira y de la muerte (cf. Jn 8,44), como nos recuerdan las promesas bautismales y la Profesión de la fe. Como sabemos, los representantes de las Iglesias de Oriente han hablado contra la violencia y las amenazas, y han agradecido la iniciativa del Papa. Siempre que hay conflictos en aquellas zonas, pierden los cristianos, porque son asesinados o secuestrados, o destruidas sus iglesias, o forzados a salir de la tierra que ocupan desde hace siglos, antes que otros grupos humanos o religiosos. Es una injusticia perseguirlos por su fe y arrancarlos de su patria, a la que quieren y sirven lealmente.

Con la guerra, todo se pierde; con la paz, todo se puede ganar. La calidad humana de las sociedades y el bienestar presente y futuro de la humanidad está unido a la paz y al trabajo por la paz. La violencia engendra violencia, formándose una especie de espiral: la acción violenta provoca una reacción violenta, que a su vez enciende de nuevo la mecha mortífera de la violencia. El diálogo, inspirado por el respeto a las personas y a los grupos, aunque en su inicio deba superar orgullos que, a diferencia del amor, parecen valientes, es la vía auténtica para salir de la cadena de destrucción y muerte, en personas y en patrimonio de bienes. La guerra empobrece a los pueblos y produce heridas que tardan años en cicatrizar; la guerra daña y humilla a la humanidad. El amor es fuerte para edificar; la violencia es destructiva.

Debe ser un tribunal internacional imparcial o una conferencia de paz, no un solo pueblo, quien decida las medidas a tomar en las situaciones conflictivas y graves, ya que nadie tiene el monopolio de la justicia ni de la razón, y las causas en litigio afectan a todos los hombres de todos los pueblos.

Como Dios es Dios de paz, como la paz germina en el corazón, como la oración y el ayuno nos purifican para juzgar con más verdad y sentir con amor… comprendemos que el Papa nos haya convocado a una Jornada de ayuno y oración por la paz. La oración es una colaboración excelente a la causa de la paz, que no depende solo de políticos y militares.

Nos hemos reunido en la Casa de la Madre, que sabe unir a los hermanos mal avenidos. María es invocada como Reina de la Paz; su corona no es signo de prepotencia, sino del señorío de la misericordia, del amor y de la paz. Desde nuestra debilidad, en esta hora decisiva de la humanidad, la invocamos: Reina de la Paz, ruega por nosotros.