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Catequesis

Audiencia General - Año de la fe 2012-2013

Iglesia, Madre (1)

11 de septiembre de 2013


Temas: Iglesia (Madre).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130911_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2013, 567.


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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Retomamos hoy las catequesis sobre la Iglesia en este Año de la fe . Entre las imágenes que el Concilio Vaticano II eligió para hacernos comprender mejor la naturaleza de la Iglesia, está la de “madre”: la Iglesia es nuestra madre en la fe, en la vida sobrenatural (cf. Constitución Dogmática Lumen gentium, 6.14.15.41.42) . Es una de las imágenes más usadas por los Padres de la Iglesia en los primeros siglos, y pienso que también puede ser útil para nosotros. Para mí, es una de las imágenes más bellas de la Iglesia: la Iglesia madre. ¿En qué sentido y de qué modo la Iglesia es madre? Partamos de la realidad humana de la maternidad: ¿qué hace una madre?

Una madre, ante todo, genera la vida; lleva en su seno durante nueve meses a su propio hijo, y luego le abre a la vida, generándole. Así es la Iglesia: nos genera en la fe por obra del Espíritu Santo, que la hace fecunda, como a la Virgen María. La Iglesia y la Virgen María son madres, ambas; lo que se dice de la Iglesia se puede decir también de la Virgen, y lo que se dice de la Virgen se puede decir también de la Iglesia. Ciertamente, la fe es un acto personal: “yo creo”, yo respondo personalmente a Dios, que se da a conocer y quiere entablar amistad conmigo (cf. Encíclica Lumen fidei, 39) . Pero la fe la recibo de otros, en una familia, en una comunidad que me enseña a decir “yo creo”, “nosotros creemos”. Un cristiano no es una isla. Nosotros no nos convertimos en cristianos en un laboratorio, no nos convertimos en cristianos por nosotros mismos y con nuestras fuerzas, sino que la fe es un regalo, es un don de Dios que se nos da en la Iglesia y a través de la Iglesia. Y la Iglesia nos da la vida de fe en el Bautismo: ese es el momento en el cual nos hace nacer como hijos de Dios, nos dona la vida de Dios, nos genera como madre. Si vais al Baptisterio de San Juan de Letrán, la catedral del papa, veréis en el interior una inscripción latina que dice más o menos así: «Aquí nace un pueblo de estirpe divina, generado por el Espíritu Santo, que fecunda estas aguas; la Madre Iglesia da a luz a sus hijos en estas olas». Esto nos hace comprender una cosa importante: nuestra pertenencia a la Iglesia no es un hecho exterior o formal, ni es rellenar un papel que nos dan, sino que es un acto interior y vital; no se pertenece a la Iglesia como se pertenece a una asociación, a un partido o a cualquier otra organización. El vínculo es vital, como el que se tiene con la propia madre, porque, como afirma san Agustín, «la Iglesia es realmente madre de los cristianos» (De moribus Ecclesiae, i, 30, 62-63: PL 32, 1336).

Preguntémonos: ¿cómo veo yo a la Iglesia? Si estoy agradecido con mis padres porque me han dado la vida, ¿estoy agradecido con la Iglesia porque me ha generado en la fe a través del Bautismo? ¿Cuántos cristianos recuerdan la fecha de su bautismo? Quisiera haceros esta pregunta aquí a vosotros, pero que cada uno responda en su corazón: ¿cuántos de vosotros recuerdan la fecha de su bautismo? Algunos levantan las manos, pero ¡cuántos no la recuerdan! La fecha del bautismo es la fecha de nuestro nacimiento a la Iglesia, la fecha en la cual nuestra mamá Iglesia nos dio a luz. Y ahora os dejo una tarea: hoy, cuando volváis a casa, id a buscar bien cuál es la fecha de vuestro bautismo, para festejarlo, para dar gracias al Señor por ese don. ¿Lo haréis? ¿Amamos a la Iglesia como se ama a una madre, incluso sabiendo comprender sus defectos? Todas las madres tienen defectos, todos tenemos defectos; pero cuando se habla de los defectos de nuestra madre, los tapamos, los queremos así. Y a la Iglesia, que también tiene sus defectos, ¿la queremos como a nuestra madre; le ayudamos a ser más bella, más auténtica, más parecida al Señor? Os dejo estas preguntas, pero no olvidéis la tarea: buscad la fecha de vuestro bautismo para llevarla en el corazón y festejarla.

Una madre no se limita a dar la vida, sino que, con gran cuidado, ayuda a crecer a sus hijos, les amamanta, les alimenta, les enseña el camino de la vida, y les acompaña siempre con sus atenciones, con su afecto, con su amor, incluso cuando son mayores. Y en esto sabe también corregir, perdonar, comprender; y sabe estar cerca en la enfermedad, en el sufrimiento. En pocas palabras, una buena madre ayuda a sus hijos a salir de sí mismos, a no permanecer cómodamente bajo las alas maternas, como una nidada de polluelos está bajo las alas de la clueca. La Iglesia, como buena madre, hace lo mismo: acompaña nuestro crecimiento transmitiendo la Palabra de Dios, que es una luz que nos indica el camino de la vida cristiana, y administrando los sacramentos. Nos alimenta con la Eucaristía, nos da el perdón de Dios a través del sacramento de la Penitencia, y nos sostiene en el momento de la enfermedad con la Unción de los enfermos. La Iglesia nos acompaña en toda nuestra vida de fe, en toda nuestra vida cristiana. Entonces, podemos hacernos otras preguntas: ¿qué relación tengo yo con la Iglesia? ¿La siento como madre que me ayuda a crecer como cristiano? ¿Participo en la vida de la Iglesia, me siento parte de ella? Mi relación, ¿es simplemente formal, o es vital?

Un tercer breve pensamiento. En los primeros siglos de la Iglesia, estaba bien clara una realidad: la Iglesia, además de ser madre de los cristianos, además de “hacer” a los cristianos, está también “formada” por ellos. La Iglesia no es algo distinto a nosotros mismos, sino que se ha de ver como la totalidad de los creyentes, como el “nosotros” de los cristianos: yo, tú, todos nosotros somos parte de la Iglesia. San Jerónimo escribía: «La Iglesia de Cristo no es otra cosa sino las almas de quienes creen en Cristo» (Tract. Ps. 86: PL 26, 1084). Por tanto, la maternidad de la Iglesia la vivimos todos, pastores y fieles. A veces escucho: «Yo creo en Dios, pero no en la Iglesia... Escuché que la Iglesia dice... Los sacerdotes dicen...». Pero es que la Iglesia no está formada solo por los sacerdotes: la Iglesia somos todos. Y si tú dices que crees en Dios y no crees en la Iglesia, estás diciendo que no crees en ti mismo; y eso es una contradicción. La Iglesia somos todos, desde el niño recién bautizado hasta los obispos y el papa; todos somos Iglesia y todos somos iguales a los ojos de Dios. Todos estamos llamados a colaborar en el nacimiento a la fe de nuevos cristianos; todos estamos llamados a ser educadores en la fe, a anunciar el Evangelio. Que cada uno de nosotros se pregunte: ¿qué hago yo para que otros puedan compartir la fe cristiana? ¿Soy fecundo en mi fe o soy cerrado? Cuando repito que amo a una Iglesia no cerrada en su recinto, sino capaz de salir, de moverse, incluso con algún riesgo, para llevar a Cristo a todos, pienso en todos, en mí, en ti, en cada cristiano. Todos participamos de la maternidad de la Iglesia, y así la luz de Cristo puede llegar a los confines de la tierra. ¡Viva la santa madre Iglesia!

(Saludo a los peregrinos de lengua española)