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Discurso

Visita Pastoral a Cagliari (Italia) 2013

Encuentro con el mundo de la cultura

22 de septiembre de 2013


Temas: desilusión, resignación y esperanza (Discípulos de Emaús), y universidad (discernimiento, proximidad y solidaridad).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2013/september/documents/papa-francesco_20130922_cultura-cagliari.html

Publicado: BOA 2013, 558; Ecclesia LXXIII/3.696, octubre (2013), 1508-1510.


Queridos amigos, ¡buenas tardes!

Os dirijo mi saludo cordial a todos. Doy las gracias al padre Decano y a los Rectores magníficos por sus palabras de acogida, y expreso mis mejores deseos para el trabajo de las tres instituciones. Me gusta oír que trabajan juntas, como amigas: ¡eso es bueno! Doy gracias y ánimos a la Facultad Teológica Pontificia, que nos acoge, y en particular a los padres jesuitas, que desarrollan con generosidad su precioso servicio en ella, y a todo el cuerpo académico. La preparación de los candidatos al sacerdocio permanece como un objetivo primordial, pero la formación de los laicos también es muy importante.

No quiero dar una lección académica, aunque el contexto y vosotros, que sois un grupo cualificado, tal vez lo haríais conveniente. Prefiero ofrecer algunas reflexiones en voz alta que parten de mi experiencia como hombre y como pastor de la Iglesia. Y por eso me dejo guiar por un pasaje del Evangelio, haciendo una lectura “existencial” de él: el de los discípulos de Emaús, dos discípulos de Jesús que, tras su muerte, se van de Jerusalén y vuelven a su pueblo. He elegido tres palabras clave: desilusión, resignación y esperanza.

1. Estos dos discípulos llevan en el corazón el sufrimiento y la desorientación por la muerte de Jesús; están desilusionados por cómo han acabado las cosas. Un sentimiento análogo lo hallamos también en nuestra situación actual: la decepción, la desilusión, a causa de una crisis económica y financiera, pero también ecológica, educativa, moral y humana. Es una crisis que se refiere al presente y al futuro históricos y existenciales del hombre en esta civilización occidental nuestra, y que además ha acabado por afectar al mundo entero. Y cuando digo “crisis” no pienso en una tragedia. Los chinos, cuando quieren escribir la palabra “crisis”, lo hacen con dos caracteres: el del peligro y el de la oportunidad. Cuando hablamos de crisis, hablamos de peligros, pero también de oportunidades. Este es el sentido en que utilizo la palabra.

Es cierto que cada época de la historia lleva en sí elementos críticos, pero, al menos en los últimos cuatro siglos, nunca se han visto tan sacudidas las certezas fundamentales que sustentan la vida de los seres humanos como en nuestra época. Pienso en el deterioro del medio ambiente, que es peligroso, pensando con un poco de adelanto; en la guerra del agua, que viene; en los desequilibrios sociales; en el terrible poder de las armas, del que tanto hemos hablado en estos días; en el sistema económico y financiero, que tiene en su centro no al hombre, sino al dinero, al dios dinero; y en el desarrollo y la importancia de los medios de información, de comunicación y de transporte, con todos sus aspectos positivos. Es un cambio que se refiere al modo mismo en que la humanidad lleva adelante su existencia en el mundo.

2. Frente a esta realidad, ¿cuáles son las reacciones? Volvamos a los dos discípulos de Emaús: desilusionados ante la muerte de Jesús, se muestran resignados, y buscan huir de la realidad dejando Jerusalén. Las mismas actitudes las podemos leer también en este momento histórico. Frente a la crisis, puede haber resignación, pesimismo ante cualquier posibilidad de intervención eficaz. En cierto sentido, es “desentenderse” ante la dinámica misma del actual recodo histórico, denunciando sus aspectos más negativos con una mentalidad semejante a la de aquel movimiento espiritual y teológico del siglo II después de Cristo que se denominó “apocalíptico”. También nosotros tenemos la tentación de pensar en clave apocalíptica. Esta concepción pesimista de la libertad humana y de los procesos históricos lleva a una especie de parálisis de la inteligencia y de la voluntad. La desilusión lleva también a una especie de fuga, a buscar “islas” o momentos de tregua. Es algo parecido a la actitud de Pilato, el “lavarse las manos”; una actitud que se presenta “pragmática”, pero que de hecho implica ignorar los gritos de justicia, de humanidad y de responsabilidad social, y lleva al individualismo y a la hipocresía, si no a una especie de cinismo. Esta es la tentación que tenemos delante, si vamos por ese camino de la desilusión o de la decepción.

3. En este punto, nos preguntamos: ¿hay un camino a recorrer en esta situación nuestra? ¿Debemos resignarnos? ¿Debemos dejar oscurecer la esperanza? ¿Debemos huir de la realidad? ¿Debemos “lavarnos las manos” y encerrarnos en nosotros mismos? Pienso no solo que existe un camino a recorrer, sino también que precisamente el momento histórico que vivimos nos impulsa a buscar y hallar caminos de esperanza que abran horizontes nuevos a nuestra sociedad. Y ahí es precioso el papel de la universidad como lugar de elaboración y transmisión del saber, de formación en la “sabiduría” en el sentido más profundo del término, y de educación integral de la persona. En esta línea, desearía ofreceros algunos breves puntos sobre los cuales reflexionar.

a) La universidad como lugar del discernimiento. Es importante leer la realidad mirándola a la cara. Las lecturas ideológicas o parciales no sirven; solamente alimentan la ilusión y la desilusión. Leer la realidad, sí, pero también vivir esta realidad sin miedos, sin huidas y sin catastrofismos. Cada crisis, también la actual, es un paso, unos dolores de parto que comportan fatiga, dificultad, sufrimiento, pero que llevan en sí el horizonte de la vida, de una renovación; llevan la fuerza de la esperanza. Y esta no es una crisis de “cambio”: es una crisis de “cambio de época”. Es una época la que cambia; no son cambios superficiales. La crisis puede transformarse en momento de purificación y de replanteamiento de nuestros modelos socioeconómicos y de una cierta concepción del progreso que ha alimentado ilusiones, para recuperar lo humano en todas sus dimensiones. El discernimiento no es ciego ni improvisado: se realiza sobre la base de criterios éticos y espirituales, implica interrogarse sobre lo que es bueno, y nos hace referirnos a los valores propios de una visión del hombre y del mundo, una visión de la persona en todas sus dimensiones, sobre todo la espiritual, la trascendente; nunca se puede considerar a la persona como “material humano”. Esa es, tal vez, la propuesta oculta del funcionalismo. La universidad, como lugar de “sabiduría”, tiene la muy importante función de formar para el discernimiento a fin de alimentar la esperanza. Cuando el caminante desconocido, que es Jesús Resucitado, se acerca a los dos discípulos de Emaús, tristes y desconsolados, no busca ocultar la realidad de la crucifixión, de la derrota aparente que ha provocado su crisis; al contrario, les invita a leer la realidad para guiarles a la luz de su resurrección: «Qué necios y torpes sois... ¿no era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?» (Lc 24,25-26). Hacer discernimiento no significa huir, sino leer seriamente, sin prejuicios, la realidad.

b) Otro elemento: la universidad como lugar en el que se elabora la cultura de la proximidad. La cultura de la cercanía y del encuentro es una propuesta frente al aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los intereses propios, que nunca son el camino para devolver la esperanza y llevar a cabo una renovación. Aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí. Y la universidad es el lugar privilegiado en el que se promueve, se enseña y se vive esta cultura del diálogo, que no nivela indiscriminadamente diferencias y pluralismos —que es uno de los riesgos de la globalización—, ni tampoco los lleva al extremo haciéndoles ser motivo de enfrentamiento, sino que abre a la confrontación constructiva. Esto significa comprender y valorar las riquezas del otro, considerándolas, no con indiferencia o con temor, sino como factor de crecimiento. Las dinámicas que regulan las relaciones entre personas, grupos o naciones frecuentemente no son de cercanía, de encuentro, sino de enfrentamiento.

Me remito de nuevo al pasaje evangélico. Jesús, al acercarse a los dos discípulos de Emaús, comparte su camino, escucha su lectura de la realidad, su desilusión, y dialoga con ellos; precisamente de ese modo reenciende la esperanza en su corazón, y abre nuevos horizontes, que estaban ya presentes, pero que solo el encuentro con el Resucitado permite reconocer. Nunca tengáis miedo del encuentro, del diálogo, de la confrontación, tampoco entre universidades, a todos los niveles. Aquí estamos en la sede de la Facultad de Teología; permitidme deciros: no tengáis miedo a abriros también a los horizontes de la trascendencia, al encuentro con Cristo y a profundizar en la relación con Él. La fe no reduce jamás el espacio de la razón, sino que lo abre a una visión integral del hombre y de la realidad, y nos protege del peligro de reducir al hombre a “material humano”.

c) Un último elemento: la universidad como lugar de formación a la solidaridad. La palabra “solidaridad” no pertenece solo al vocabulario cristiano, sino que es una palabra fundamental del vocabulario humano. Como he dicho hoy, es una palabra que corre el riesgo de ser suprimida del diccionario en esta crisis. El discernimiento de la realidad, asumiendo el momento de crisis, y la promoción de una cultura del encuentro y del diálogo, orientan hacia la solidaridad como elemento fundamental para una renovación de nuestras sociedades. El encuentro y el diálogo entre Jesús y los dos discípulos de Emaús, que reencienden su esperanza y renuevan el camino de su vida, llevan a compartir: le reconocieron al partir el pan. Es el signo de la Eucaristía, de Dios, que se hace tan cercano en Cristo que se vuelve presencia constante, para compartir su propia vida. Y nos dice a todos, también a quien no cree, que es precisamente en una solidaridad no dicha, sino vivida, como se pasa en las relaciones de considerar al otro como “material humano” o como “número” a considerarle como persona. No hay futuro para ningún país, para ninguna sociedad, para nuestro mundo, si no sabemos ser todos más solidarios. Por lo tanto, solidaridad; como modo de hacer la historia y como ámbito vital en el que los conflictos, las tensiones, incluso los enfrentamientos, alcanzan una armonía que genera vida. En esto, pensando en esta realidad del encuentro en la crisis, he hallado en los políticos jóvenes otra manera de ver la política. No digo mejor o no, sino otra manera. Hablan de forma distinta, están en búsqueda... su música es distinta de la nuestra. No tengamos miedo: oigámosles, hablemos con ellos. Ellos tienen una intuición: abrámonos a su intuición; es la intuición de la vida joven. Hablo de los políticos jóvenes porque es lo que he conocido, pero los jóvenes en general buscan esta clave distinta. Para ayudarnos al encuentro, nos será útil escuchar la música de estos políticos, “científicos” y pensadores jóvenes.

Antes de concluir, permitidme subrayar que a nosotros, cristianos, la fe misma nos da una esperanza sólida que nos impulsa a discernir la realidad, a vivir la cercanía y la solidaridad, porque Dios mismo ha entrado en nuestra historia, haciéndose hombre en Jesús; se ha sumergido en nuestra debilidad, haciéndose cercano a todos, mostrando una solidaridad concreta, especialmente con los más pobres y necesitados, y abriéndonos un horizonte infinito y seguro de esperanza.

Queridos amigos, gracias por este encuentro y por vuestra atención; que la esperanza sea la luz que ilumine siempre vuestro estudio y vuestro compromiso, y que el valor sea el ritmo musical para vuestro avance. Que el Señor os bendiga.