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Homilía

Visita Pastoral a Asís (Italia) 2014

Santa Misa

4 de octubre de 2014


Temas: Francisco de Asís (Jesucristo, paz y creación).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20131004_omelia-visita-assisi.html

Publicado: BOA 2013, 564.


«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25). Paz y bien a todos. Con este saludo franciscano os agradezco el haber venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.

Como tantos peregrinos, también yo he venido para dar gracias al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos “pequeños” de los que habla el evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís. El encuentro con Jesús lo llevó a despojarse de una vida cómoda y superficial para abrazar a “la señora pobreza” y vivir como verdadero hijo del Padre que está en los cielos. Esta elección de san Francisco representaba un modo radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco; las dos caras de una misma moneda.

¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con sus palabras —eso es fácil—, sino con su vida?

1. La primera cosa que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua, es esta: ser cristianos es una relación viva con la persona de Jesús, es revestirse de Él, es asimilarse con Él.

¿Dónde comienza el camino de Francisco hacia Cristo? En la mirada de Jesús en la cruz, en dejarse mirar por Él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae hacia sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la pequeña iglesia de San Damián, rezando delante del crucifijo, que también yo veneraré hoy. En aquel crucifijo, Jesús no aparece muerto, sino vivo. La sangre desciende de las heridas de sus manos, sus pies y su costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. Y el crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; nos habla de una muerte que, paradójicamente, es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque Él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere; más aún, vence al mal y a la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado es creado de nuevo, llega a ser una “nueva criatura”. Ahí comienza todo: es la experiencia de la Gracia que transforma; el ser amados sin méritos, aun siendo pecadores. Por eso, Francisco puede decir, como san Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14).

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por Él, a dejarnos perdonar y recrear por su amor.

2. En el evangelio hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29).

Esto es lo segundo que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, aquella que solo Él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a san Francisco con la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió, vivió y nos transmite? La de Cristo, que brota del amor más grande, el de la cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a sus discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20,19.20).

La paz franciscana no es un sentimiento dulzón. ¡No, ese san Francisco no existe! Ni es tampoco una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… eso no es franciscano, sino una idea que algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que “carga” con su “yugo”, es decir, su mandamiento: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino con mansedumbre y con humildad de corazón.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser “instrumentos de la paz”; de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.

3. Francisco inicia el Cántico de las criaturas así: «Altísimo y omnipotente buen Señor… Alabado seas… en todas tus criaturas» (FF, 1820). Amor a toda la creación y a su armonía: el Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado y al modo en que lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla, sino ayudándola a crecer, a ser más bella y a parecerse a lo que Dios creó. Y, sobre todo, san Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está llamado a custodiar al hombre, y de que el hombre está en el centro de la creación, en el puesto en el que Dios, el Creador, lo ha querido, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡Armonía y paz! Francisco fue un hombre de armonía y de paz. Desde esta Ciudad de la paz, repito con la fuerza y mansedumbre del amor: respetemos la creación; no seamos instrumentos de destrucción. Respetemos a todo ser humano; que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y que en todas partes el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa, tan amada por san Francisco, en Siria, en todo el Oriente Medio y en todo el mundo.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: Alcánzanos de Dios para nuestro mundo el don de la armonía y la paz, y el respeto por la creación.

No puedo olvidar, en fin, que Italia celebra hoy a san Francisco como su patrón, y felicito a todos los italianos en la persona del jefe del Gobierno, aquí presente. Lo expresa también el tradicional gesto de la ofrenda del aceite para la lámpara votiva, que este año corresponde precisamente a la Región de Umbría. Recemos por la nación italiana, para que cada uno trabaje siempre por el bien común, mirando más lo que une que lo que divide.

Hago mía la oración de san Francisco por Asís, por Italia y por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de toda misericordia, que no te acuerdes de nuestras ingratitudes, sino que tengas presente la inagotable clemencia que has manifestado (hacia esta ciudad), para que sea siempre lugar y morada de los que de verdad te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo, por los siglos de los siglos. Amén» (Espejo de perfección, 124: FF, 1824).