Sede Apostólica
Santo Padre
Francisco

Imprimir A4  A4x2  A5  

Catequesis

Jornada Mariana “Dichosa tú porque has creido” en el Año de la fe 2012-2013

Acogida de la Virgen de Fátima

12 de octubre de 2013


Temas: María (fe: pecado, encarnación y camino).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2013/october/documents/papa-francesco_20131012_preghiera-mariana.html

Publicado: BOA 2013, 580.


Queridos hermanos y hermanas:

En este encuentro del Año de la fe dedicado a María, Madre de Cristo, de la Iglesia y nuestra, su imagen, traída desde Fátima, nos ayuda a sentir su presencia entre nosotros. Hay una realidad: María siempre nos lleva a Jesús; es una mujer de fe, una verdadera creyente. Podemos preguntarnos: ¿Cómo es la fe de María?

1. El primer elemento de su fe es este: La fe de María desata el nudo del pecado (cf. Constitución Dogmática Lumen gentium, 56) . ¿Qué significa esto? Los Padres conciliares del Vaticano II tomaron una expresión de san Ireneo que dice así: «El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe» (Adversus Haereses, III, 22, 4).

El “nudo” de la desobediencia, el “nudo” de la infidelidad. Cuando un niño desobedece a su madre o a su padre, podríamos decir que se forma un pequeño “nudo”. Esto sucede si el niño actúa dándose cuenta de lo que hace, especialmente si hay de por medio una mentira, y en ese momento, no se fía de su madre ni de su padre; sabéis que esto pasa con frecuencia. Entonces, la relación con los padres necesita ser limpiada de esa falta, y el niño tiene que pedir perdón para que de nuevo haya armonía y confianza. Algo parecido ocurre en nuestras relaciones con Dios: cuando no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, o cometemos actos concretos en los que mostramos falta de confianza en Él —y eso es pecado—, se forma como un nudo en nuestro interior. Y esos nudos nos quitan la paz y la serenidad; son peligrosos, porque varios nudos pueden llegar a formar un enredo más doloroso y difícil de deshacer.

Pero sabemos que para la misericordia de Dios nada es imposible; hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y María, que con su “sí” abrió la puerta a Dios para deshacer el nudo de la antigua desobediencia, es la madre que, con paciencia y ternura, nos lleva a Dios, para que desate los nudos de nuestra alma con su misericordia de Padre. Todos nosotros tenemos alguno; podemos preguntarnos en nuestro corazón: ¿cuáles son los nudos que hay en mi vida? Si decís: “Padre, los míos no se pueden desatar”, estáis en un error. Todos los nudos del corazón y de la conciencia se pueden deshacer. ¿Pido a María que me ayude a tener confianza en la misericordia de Dios para deshacerlos, para cambiar? Ella, mujer de fe, sin duda nos dirá: “Adelante, ve con el Señor: Él comprenderá”. Y ella nos lleva de la mano como una Madre, nuestra Madre, hacia el abrazo del Padre, el Padre de la misericordia.

2. Segundo elemento: la fe de María da carne humana a Jesús. Dice el Concilio: «Por su fe y obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (Constitución Dogmática Lumen gentium, 63). Este es un punto sobre el que los Padres de la Iglesia insistieron mucho: María concibió a Jesús en la fe, y después en la carne, cuando dijo “sí” al anuncio que Dios le dirigió mediante el ángel. ¿Qué quiere decir esto? Que Dios no quiso hacerse hombre ignorando nuestra libertad; quiso pasar por el libre consentimiento de María, por su “sí”. Le preguntó: “¿Estás dispuesta?”, y ella dijo “sí”.

Pero lo que ocurrió en la Virgen Madre de manera única, también nos sucede a nosotros en el plano espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con corazón bueno y sincero, y la ponemos en práctica. Es como si Dios adquiriera carne en nosotros; Él viene a habitar en nosotros, porque vive en aquellos que le aman y cumplen su Palabra. No es fácil entender esto, pero sí es fácil sentirlo en el corazón.

¿Pensamos que la encarnación de Jesús es solo algo del pasado que no nos concierne personalmente? Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne, con la humildad y el valor de María, para que Él pueda seguir habitando en medio de los hombres; significa ofrecerle nuestras manos, para acariciar a los pequeños y a los pobres; nuestros pies, para salir al encuentro de los hermanos; nuestros brazos, para sostener a quien es débil y para trabajar en la viña del Señor; nuestra mente, para pensar y realizar proyectos a la luz del Evangelio; y, sobre todo, nuestro corazón, para amar y tomar decisiones según la voluntad de Dios. Todo eso acontece gracias a la acción del Espíritu Santo, y, así, somos los instrumentos de Dios: Jesús actúa en el mundo a través de nosotros.

3. Y el último elemento es la fe de María como camino. El Concilio afirma que María «avanzó en la peregrinación de la fe» (ibíd., 58); por eso, ella nos precede en esta peregrinación, nos acompaña y nos sostiene.

¿En qué sentido la fe de María fue un camino? En el sentido de que durante toda su vida siguió a su Hijo; y Él, Jesús, es la vía, el camino. Progresar en la fe, avanzar en esa peregrinación espiritual que es la fe, no es sino seguir a Jesús, escucharlo, dejarse guiar por sus palabras, ver cómo se comporta, poner los pies en sus huellas, y tener sus mismos sentimientos y actitudes. ¿Y cuáles son los sentimientos y actitudes de Jesús? Humildad, misericordia, cercanía; pero también un firme rechazo a la hipocresía, a la falsedad, a la idolatría. La vía de Jesús es la del amor fiel hasta el final, hasta el sacrificio de la vida; es la vía de la cruz. Por eso, el camino de la fe pasa por la cruz, y María lo entendió desde el principio, cuando Herodes quiso matar a Jesús recién nacido. Después, esa cruz se hizo más pesada, cuando Jesús fue rechazado; María siempre estaba con Jesús, le seguía mezclada con el pueblo, y oía las murmuraciones y el odio de aquellos que no le querían.

Y ella llevó esa cruz; su fe afrontó entonces la incomprensión y el desprecio. Cuando llegó la “hora” de Jesús, esto es, la hora de la pasión, la fe de María fue la lamparilla encendida en plena noche. María veló durante la noche del Sábado Santo. Su llama, pequeña pero clara, estuvo encendida hasta el alba de la Resurrección; y cuando le llegó la noticia de que el sepulcro estaba vacío, su corazón quedó inundado de la alegría de la fe, la fe cristiana en la muerte y resurrección de Jesucristo. Porque la fe siempre nos lleva a la alegría, y ella es la Madre de la alegría; que ella nos enseñe a caminar por este camino de alegría y a vivir esta alegría. Esta alegría, este encuentro entre Jesús y María, que podemos imaginar lo emocionante que fue, es el punto culminante del camino de fe de María y de toda la Iglesia. ¿Cómo es nuestra fe? ¿La tenemos encendida, como María, también en los momentos difíciles y de oscuridad? ¿Hemos sentido la alegría de la fe?

Esta tarde, Madre, te damos gracias por tu fe de mujer fuerte y humilde, y renovamos nuestra entrega a ti, Madre de nuestra fe. Amén.