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Catequesis

Audiencia General - Año de la fe 2012-2013

Iglesia, apostólica

16 de octubre de 2013


Temas: Iglesia (apostolicidad).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2013/documents/papa-francesco_20131016_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2013, 583.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Cuando recitamos el Credo, decimos: «Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica». No sé si habéis reflexionado alguna vez sobre lo que significa que la Iglesia sea apostólica. Tal vez en alguna ocasión, viniendo a Roma, habéis pensado en la importancia de los apóstoles Pedro y Pablo, que dieron su vida aquí por llevar y testimoniar el Evangelio. Pero es más: profesar que la Iglesia es apostólica significa subrayar el vínculo constitutivo que tiene con los Apóstoles, con aquel pequeño grupo de doce hombres a los que Jesús llamó un día hacia sí, por su nombre, para que permanecieran con Él y para enviarles a predicar (cf. Mc 3,13-19). “Apóstol”, en efecto, es una palabra griega que quiere decir ‘mandado’, ‘enviado’. Un apóstol es una persona que es mandada, es enviada a hacer algo, y los Apóstoles fueron elegidos, llamados y enviados por Jesús para continuar su obra, es decir, orar, que es la primera labor de un apóstol, y, segundo, anunciar el Evangelio.

Esto es importante, porque cuando pensamos en los Apóstoles podríamos pensar que fueron solo a anunciar el Evangelio, a hacer muchas obras. Pero en los primeros tiempos de la Iglesia, hubo un problema, porque los Apóstoles debían hacer muchas cosas, y entonces constituyeron a los diáconos, para que los Apóstoles tuvieran más tiempo para orar y anunciar la Palabra de Dios. Cuando pensemos en los sucesores de los Apóstoles, los obispos —incluido el papa, porque también él es obispo— debemos preguntarnos si ese sucesor de los Apóstoles, en primer lugar, reza, y después anuncia el Evangelio: eso es ser apóstol, y por eso la Iglesia es apostólica. Todos nosotros, si queremos ser apóstoles, como explicaré ahora, debemos preguntarnos: ¿yo rezo por la salvación del mundo?, ¿anuncio el Evangelio? ¡Esa es la Iglesia apostólica! Es un vínculo constitutivo que tenemos con los Apóstoles.

Partiendo precisamente de eso, desearía subrayar brevemente tres significados del adjetivo “apostólica” aplicado a la Iglesia.

1. La Iglesia es apostólica porque está fundada en la predicación y en la oración de los Apóstoles, en la autoridad que les fue dada por Cristo mismo. San Pablo escribe a los cristianos de Éfeso: «Vosotros sois conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular» (Ef 2,19-20); es decir, compara a los cristianos con piedras vivas que forman un edificio, que es la Iglesia; este edificio está fundado sobre los Apóstoles, como columnas; y la piedra que sostiene todo es Jesús mismo. ¡Sin Jesús no puede existir la Iglesia! Jesús es precisamente la base de la Iglesia, el fundamento. Los Apóstoles vivieron con Jesús, escucharon sus palabras, compartieron su vida, y sobre todo fueron testigos de su muerte y resurrección. Nuestra fe, la Iglesia que Cristo quiso, no se funda en una idea ni en una filosofía; se funda en Cristo mismo. Y la Iglesia es como una planta que a lo largo de los siglos ha crecido, se ha desarrollado y ha dado frutos, pero sus raíces están bien plantadas en Él; y la experiencia fundamental de Cristo que tuvieron los Apóstoles, elegidos y enviados por Jesús, llega hasta nosotros. Desde aquella planta pequeñita hasta hoy: así está la Iglesia en todo el mundo.

2. Pero preguntémonos: ¿cómo es posible para nosotros vincularnos con aquel testimonio?, ¿cómo puede llegar hasta nosotros aquello que vivieron los Apóstoles con Jesús, aquello que escucharon de Él? He aquí el segundo significado del término “apostolicidad”. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que la Iglesia es apostólica porque «guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito y las sanas palabras oídas a los Apóstoles» (n. 857). La Iglesia conserva a lo largo de los siglos este precioso tesoro que son la Sagrada Escritura, la doctrina, los sacramentos y el ministerio de los pastores, de forma que podamos ser fieles a Cristo y participar en su misma vida. Es como un río que corre en la historia, se desarrolla, irriga, pero el agua que corre es siempre la que parte de la fuente, y la fuente es Cristo mismo: Él es el Resucitado, el Viviente, y sus palabras no pasan, porque Él no pasa; Él está vivo, está hoy entre nosotros aquí, nos siente, nos escucha cuando hablamos con Él, está en nuestro corazón. Jesús está con nosotros, ¡hoy! Esta es la belleza de la Iglesia: la presencia de Jesucristo entre nosotros. ¿Pensamos alguna vez en lo importante que es este don que Cristo nos ha dado, el don de la Iglesia, donde lo podemos encontrar? ¿Pensamos alguna vez en cómo es precisamente la Iglesia, en su camino a lo largo de estos siglos —a pesar de las dificultades, los problemas, las debilidades, nuestros pecados—, la que nos transmite el auténtico mensaje de Cristo? ¿Nos sentimos seguros de que aquello en lo que creemos es realmente lo que Cristo nos ha comunicado?

3. El último pensamiento: la Iglesia es apostólica porque es enviada a llevar el Evangelio a todo el mundo; continúa en el camino de la historia la misma misión que Jesús encomendó a los Apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,19-21). Esto es lo que Jesús nos ha dicho que hagamos. Insisto en esta faceta misionera porque Cristo nos invita a todos a “ir” al encuentro de los demás, nos envía, nos pide que nos movamos para llevar la alegría del Evangelio. Preguntémonos una vez más: ¿Somos misioneros con nuestra palabra, y sobre todo con nuestra vida cristiana, con nuestro testimonio? ¿O somos cristianos encerrados en nuestro corazón y en nuestras iglesias, cristianos de sacristía? ¿Cristianos solo de palabra, pero que viven como paganos? Debemos hacernos estas preguntas, que no son un reproche. También yo me lo digo a mí mismo: ¿Qué tipo de cristiano soy? ¿Doy verdadero testimonio?

La Iglesia tiene sus raíces en la enseñanza de los Apóstoles, testigos auténticos de Cristo, pero mira hacia el futuro; tiene la firme conciencia de haber sido enviada por Jesús, de ser misionera, llevando el nombre de Jesús con la oración, el anuncio y el testimonio. Una Iglesia que se cierra en sí misma y en el pasado, una Iglesia que mira solo las pequeñas reglas sobre costumbres o sobre actitudes, es una Iglesia que traiciona su propia identidad. Por tanto, redescubramos hoy toda la belleza y la responsabilidad de ser Iglesia apostólica. Y recordad: Iglesia apostólica porque oramos —primera tarea— y porque anunciamos el Evangelio con nuestra vida y con nuestras palabras.

(Saludo a los peregrinos de lengua española)