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Catequesis

Audiencia General - Año de la fe 2012-2013

María, modelo de la Iglesia

23 de octubre de 2013


Temas: María e Iglesia (fe, amor y Jesucristo).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2013/documents/papa-francesco_20131023_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2013, 586.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuando con las catequesis sobre la Iglesia, hoy deseo mirar a María como su imagen y modelo. Lo hago retomando una expresión de la Constitución Lumen gentium , del Concilio Vaticano II: «Como ya enseñaba san Ambrosio, la Madre de Dios es figura de la Iglesia en los órdenes de la fe, del amor y de la unión perfecta con Cristo» (n. 63).

1. Partamos del primer aspecto, María como modelo de fe. ¿En qué sentido María representa un modelo para la fe de la Iglesia? Pensemos en quién era la Virgen María: una muchacha judía que esperaba con todo el corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de joven hija de Israel había un secreto que ella misma todavía no conocía: en el proyecto de amor de Dios, estaba destinada a convertirse en la Madre del Redentor. En la Anunciación, el Mensajero de Dios la llama “llena de gracia” y le revela este proyecto. María responde “sí”, y desde aquel momento la fe de María recibe una luz nueva: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios, que de ella ha tomado carne y en quien se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel; precisamente en ella está concentrado todo el camino de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido ella es el modelo de fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, encarnación del amor infinito de Dios.

¿Cómo vivió María esa fe? La vivió en la sencillez de las mil ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada madre, como proveer alimentos, vestidos, la atención de la casa... Precisamente esta existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolló una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su Hijo. El “sí” de María, ya perfecto al inicio, creció hasta la hora de la cruz; allí, su maternidad se dilató, abrazándonos a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María vivió siempre inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para comprender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.

Podemos hacernos una pregunta: ¿Nos dejamos iluminar por la fe de María, que es nuestra Madre? ¿O bien la consideramos lejana o demasiado distinta de nosotros? En los momentos de dificultad, de prueba, de oscuridad, ¿la miramos a ella como modelo de confianza en Dios, que quiere siempre y solo nuestro bien? Pensemos en esto; tal vez nos hará bien volver a encontrar a María como modelo y figura de la Iglesia en esta fe que tenía.

2. Vamos al segundo aspecto: María, modelo de caridad. ¿De qué modo es María ejemplo viviente de amor para la Iglesia? Pensemos en su disponibilidad respecto a su pariente Isabel. Visitándola, la Virgen María no le llevó solo una ayuda material; sobre todo, llevó a Jesús, que ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús a aquella casa quería decir llevar la alegría, la alegría plena. Isabel y Zacarías estaban felices por el embarazo, que parecía imposible a su edad, pero es la joven María quien les lleva la alegría plena, la que viene de Jesús y del Espíritu Santo y se expresa en la caridad gratuita, en compartir, en ayudarse, en comprenderse.

La Virgen también quiere traernos a nosotros, a todos nosotros, el gran don que es Jesús; y con Él, nos trae su amor, su paz, su alegría. Así, la Iglesia es como María: la Iglesia no es un negocio, ni una agencia humanitaria, ni una ONG; la Iglesia ha sido enviada a llevar a todos a Cristo y su Evangelio; no se lleva a sí misma —sea pequeña, grande, fuerte o débil—, sino que lleva a Jesús, y debe ser como María cuando fue a visitar a Isabel. ¿Qué le llevaba María? A Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: ese es el centro de la Iglesia, ¡llevar a Jesús! Una Iglesia que hipotéticamente no llevara a Jesús, sería una Iglesia muerta. La Iglesia debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús.

Hemos hablado de María y de Jesús. ¿Y nosotros? Nosotros, que somos la Iglesia, ¿qué amor llevamos a los demás? ¿Es el amor de Jesús, que comparte, que perdona, que acompaña, o bien es un amor aguado, como un vino que llega a parecer agua? ¿Es un amor fuerte, o es tan débil que sigue las simpatías, que busca la correspondencia, un amor interesado? Otra pregunta: ¿A Jesús le gusta el amor interesado? No, no le gusta, porque el amor debe ser gratuito, como el suyo. ¿Cómo son las relaciones en nuestras parroquias y comunidades? ¿Nos tratamos como hermanos y hermanas? ¿O nos juzgamos, hablamos mal los unos de los otros, y nos ocupamos cada uno de nuestra propia “huertecita”? ¿Nos cuidamos mutuamente? ¡Son preguntas sobre caridad!

3. Y, brevemente, un último aspecto: María, modelo de unión con Cristo. La vida de la Virgen Santa fue la vida de una mujer de su pueblo: oraba, trabajaba, iba a la sinagoga... pero cada acción se realizaba siempre en unión perfecta con Jesús. Esta unión alcanza su culmen en el Calvario, donde María se une al Hijo en el martirio del corazón y en el ofrecimiento de la vida al Padre para la salvación de la humanidad. La Virgen hizo propio el dolor de su Hijo y aceptó con Él la voluntad del Padre, en la obediencia que da fruto, que da la verdadera victoria sobre el mal y sobre la muerte.

Es muy hermoso esto que nos enseña María: estar siempre unidos a Jesús. Podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de Jesús solo cuando algo no marcha y tenemos necesidad, o la nuestra es una relación constante, una amistad profunda, también cuando se trata de seguirle por el camino de la cruz?

Pidamos al Señor que nos dé su gracia, su fuerza, para que en nuestra vida y en la vida de cada comunidad eclesial se refleje el modelo de María, Madre de la Iglesia. ¡Que así sea!

(Saludo a los peregrinos de lengua española)