Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Carta

Año de la fe 2012-2013

Encíclica Lumen fidei

1 de noviembre de 2013


Temas: Lumen fidei (presentación).

Publicado: BOA 2013, 627.


El 29-6-2013, el papa Francisco firmó la Encíclica titulada Lumen fidei , cuando el Año de la Fe convocado por el papa emérito Benedicto XVI se encaminaba ya hacia su final, que tendrá lugar el 24-11-2013, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo . Según ha manifestado el Papa, el texto estaba preparado en gran medida por Benedicto XVI, pero Francisco lo ha asumido como propio y le ha otorgado la autoridad papal; lleva, por tanto, las huellas de los dos. Es una ayuda preciosa para caminar en estos últimos meses del Año de la Fe; invito a todos a su lectura o relectura, porque el esfuerzo quedará muy bien recompensado. Yo, a continuación, quiero hacer algunos subrayados, tomando también palabras de la misma Encíclica.

1. El título mismo y el desarrollo de la Encíclica acentúan la fe como luz. «Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las demás luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es su capacidad de iluminar toda la existencia del hombre» (n. 4). En el encuentro personal entre Dios y el hombre, se enciende una luz en el corazón y salta una chispa de vida nueva que señala el camino. Hay una oscuridad exterior y una oscuridad interior; también puede haber noche dentro del hombre. Pues bien, con la luz de la fe se disipan las tinieblas, vemos, nos vemos, divisamos el camino, advertimos los obstáculos, no tropezamos ni nos perdemos. La metáfora de la luz es muy socorrida en el Nuevo Testamento y en la liturgia; Jesús mismo se presenta: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12), y el que cree en Jesús no camina en tinieblas (cf. Jn 12,46).

2. La Encíclica nos muestra en qué consiste la fe a través de los creyentes, como lo que es la santidad aparece en los santos y lo que es la misión se comprende por los misioneros. «La fe nos abre el camino y acompaña nuestros pasos a lo largo de la historia. Por eso, si queremos entender lo que es la fe, tenemos que narrar su recorrido, el camino de los hombres creyentes, cuyo testimonio encontramos en primer lugar en el Antiguo Testamento» (n. 8). Abrahán es presentado en el Nuevo Testamento como el padre de los creyentes; y María, dichosa por haber creído a Dios y haber concebido en su corazón y en su vientre al Hijo de Dios, es madre, defensa, modelo y espejo de la fe. En Hb 11 se repite hasta diecisiete veces cómo los diversos personajes que allí aparecen agradaron a Dios y se guiaron en la vida «por la fe». La misma coletilla escribe el Papa emérito en la Carta Porta fidei , alargando la antorcha de la fe hasta María, los Apóstoles, los mártires y los hombres y mujeres testigos de Dios en la historia: «También nosotros vivimos por la fe» (n. 13). La fe guía, ilumina, otorga serenidad, fortalece y consuela a los creyentes en el camino de la vida; nos ayuda a descubrir el sentido más profundo de los acontecimientos. Por la fe participamos en el modo de mirar de Jesús a las personas, a los hechos de la historia, a las pruebas y sufrimientos, y al porvenir y a la muerte con esperanza.

3. El capítulo segundo afirma de entrada: «La cuestión del conocimiento de la verdad se coloca en el centro de la fe» (n. 23), y el desarrollo expone que sin la verdad, la fe sería una ilusión; sin la verdad, edificamos nuestra vida sobre arenas movedizas; sin la verdad, todo sería igual, caeríamos en el relativismo y en la indiferencia, y nada sería realmente valioso para trabajar, luchar y sufrir por ello. El relativismo nos sumerge en el caos, e iríamos por la vida como a tientas. ¡Qué importante es poder reconocer: “Nosotros hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él” (cf. 1Jn 4,16)! La Encíclica invita a relacionar la fe y la razón, la verdad y el amor, la búsqueda laboriosa de la verdad y el gozo por haberla encontrado.

La Encíclica contiene unas palabras inspiradas, cuando, partiendo de la conexión entre la verdad y el amor, dice: «La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona; naciendo del amor, puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» (n. 34). La fe es don de Dios, no conquista nuestra; la gratitud por la fe nos mueve a comunicarla a los demás como una oferta valiosa para que encuentren en Dios el tesoro de su vida.

4. El capítulo tercero nos orienta particularmente sobre la transmisión de la fe, a la que deseamos ayudar con la publicación del nuevo Directorio Diocesano de los Sacramentos de Iniciación Cristiana, que aparecerá en breve . Queremos transmitir el Evangelio que hemos recibido (cf. 1Co 15,3); en este contexto de escucha del Evangelio, de perseverancia en él y de evangelización, la Encíclica tiene unas líneas que nos pueden ayudar mucho para ver cómo la Iglesia es la comunidad viviente que anuncia y hace presente a Jesucristo vivo. Nosotros hemos encontrado a Jesús, no en una biblioteca, ni en archivos, ni en museos, sino en la Iglesia, a través de los padres, catequistas, presbíteros, religiosos y fieles cristianos. «El pasado de la fe, aquel acto de amor de Jesús, que ha hecho germinar en el mundo una vida nueva, nos llega en la memoria de otros, de testigos, conservado vivo en ese sujeto único de memoria que es la Iglesia» (n. 38). La Iglesia nos transmite «la confesión de fe, la celebración de los sacramentos, el camino del Decálogo y la oración» (n. 46).

No es una Encíclica larga, pero sí muy rica; nada puede suplir su lectura. La luz de la fe nos muestra el camino en medio del mundo, e ilumina la familia, el trabajo, la vida social y el sufrimiento; nada escapa a su resplandor.

Al final, el Papa dirige a la Virgen unas preciosas invocaciones, entre las que recojo estas: «¡Madre, sostén nuestra fe! (...). Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado (...). Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que Él sea luz en nuestro camino» (n. 60).